Por Julio César Negro |
No debería pasar desapercibida una fecha como la de hoy,
hace veinticinco años el catorce de mayo fue un domingo y los invito a que
hagamos un ejercicio de memoria:
Temiendo la posibilidad de una elección pareja que se pueda
empantanar en el Colegio Electoral que preveía la Constitución vigente, el
Presidente Raúl Alfonsín había adelantado (quizás en demasía) las elecciones
presidenciales para elegir a su reemplazante que recién asumiría el 10 de
diciembre (casi cinco meses después).
Los candidatos más importantes eran: Eduardo Angeloz,
entonces gobernador reelecto de la provincia de Córdoba, en representación del
oficialismo radical y Carlos Menem, entonces gobernador reelecto de la
provincia de La Rioja, representando a la oposición peronista.
El país se debatía en cuestiones tales como: los juicios a
los militares que participaron de la represión durante la dictadura militar,
recordemos que Bignone había dejado el cargo sólo cinco años antes y la
inestabilidad económica que provocaba una espiral inflacionaria que pronto se tornaría
inmanejable.
Con respecto al tema de los militares, la mayor parte de la
sociedad no tenía demasiado interés en el mismo salvo lo que significaba el
hecho de llevar delincuentes a enfrentarse a la justicia y desde hacía dos años
se venían sucediendo levantamientos militares que planteaban la finalización de
lo que ellos llamaban una “persecución” hacia los miembros de la fuerza. A
través de estos planteos ya habían logrado extorsionar a los poderes del estado
para conseguir leyes como la de “punto final” y, finalmente la ley de
“obediencia debida”; por supuesto que no estaban conformes con eso ya que su
objetivo era una amnistía total y, de ser posible, la reivindicación de lo
actuado durante esos años.
En cuanto a lo económico, eran tiempos de pago de deuda y la
presión del FMI para hacer ajustes era asfixiante, sumado a un par de sequías
que provocaron malas cosechas, el país estaba en problemas serios.
Lógicamente, el candidato oficialista tuvo que bailar con la
más renga e hizo una propuesta racional
que más tenía que ver con el ajuste del estado (lo llamaba el lápiz rojo de
Angeloz) y daba la impresión de ser el más conservador de quienes estaban en
pugna.
Por otro lado el simpático patilludo riojano prometía un
“salariazo” y una “revolución productiva” sin dar demasiadas precisiones lo que
le granjeó el favor popular y lo convirtió en depositario de muchas esperanzas
de quienes se habían golpeado con la realidad y ahora sabían que no era tan
fácil la vida en democracia.
Hoy, con el diario del lunes, sabemos que quien ganó las
elecciones solo endulzó el oído de sus electores y nunca tuvo en mente cumplir
lo que decía, hoy sabemos que la propuesta más conservadora no era la de
Angeloz porque el famoso “Lápiz rojo” nunca hubiera tenido la audacia de
desmantelar el estado entregando por migajas las empresas públicas tal como se
hizo en la última década del siglo pasado ni de sacar de la cárcel a genocidas
como Videla y Massera aprovechando para reivindicar a asesinos como Firmenich y
Vaca Narvaja, sabemos que la precariedad laboral en que dejó a los empleados
públicos, la privatización de las jubilaciones y tantas cosas más eran
impensables para un peronista antes de los 90.
Pero bueno, los argentinos somos exitistas y el hecho de que
la economía le funcionara en la primera etapa de su gobierno, tuvo algunos
logros económicos (pizza con champagne), le permitió la reelección, pero eso es
otra historia, lo cierto es que se institucionalizó definitivamente, en esta
democracia moderna que vivimos desde 1983, la mentira deliberada e inocultada
para conseguir resultados electorales. Hasta entonces los candidatos siempre
prometían demás pero, hacer exactamente lo contrario a lo propuesto fue algo
inédito y sin antecedentes. Marcó un hito y hoy se considera lícito discursear
por izquierda y gobernar por derecha y hasta es deseable para muchos esta
fórmula.
La sociedad argentina sigue castigando a quienes le dicen la
verdad, votando a quienes le mienten y enojándose porque le mintieron (salvo
que les vaya bien económicamente) con lo cual nuestra única esperanza es que
llegue al gobierno un iluminado que haga las cosas bien pero, como no tenemos
capacidad para juzgar con un mínimo de objetividad las propuestas de nadie,
nuestro progreso o fracaso parece ser una cuestión azarosa.
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