miércoles, 14 de mayo de 2014

Hace un cuarto de siglo

Por Julio César Negro
No debería pasar desapercibida una fecha como la de hoy, hace veinticinco años el catorce de mayo fue un domingo y los invito a que hagamos un ejercicio de memoria:

Temiendo la posibilidad de una elección pareja que se pueda empantanar en el Colegio Electoral que preveía la Constitución vigente, el Presidente Raúl Alfonsín había adelantado (quizás en demasía) las elecciones presidenciales para elegir a su reemplazante que recién asumiría el 10 de diciembre (casi cinco meses después).

Los candidatos más importantes eran: Eduardo Angeloz, entonces gobernador reelecto de la provincia de Córdoba, en representación del oficialismo radical y Carlos Menem, entonces gobernador reelecto de la provincia de La Rioja, representando a la oposición peronista.

El país se debatía en cuestiones tales como: los juicios a los militares que participaron de la represión durante la dictadura militar, recordemos que Bignone había dejado el cargo sólo cinco años antes y la inestabilidad económica que provocaba una espiral inflacionaria que pronto se tornaría inmanejable.

Con respecto al tema de los militares, la mayor parte de la sociedad no tenía demasiado interés en el mismo salvo lo que significaba el hecho de llevar delincuentes a enfrentarse a la justicia y desde hacía dos años se venían sucediendo levantamientos militares que planteaban la finalización de lo que ellos llamaban una “persecución” hacia los miembros de la fuerza. A través de estos planteos ya habían logrado extorsionar a los poderes del estado para conseguir leyes como la de “punto final” y, finalmente la ley de “obediencia debida”; por supuesto que no estaban conformes con eso ya que su objetivo era una amnistía total y, de ser posible, la reivindicación de lo actuado durante esos años.

En cuanto a lo económico, eran tiempos de pago de deuda y la presión del FMI para hacer ajustes era asfixiante, sumado a un par de sequías que provocaron malas cosechas, el país estaba en problemas serios.

Lógicamente, el candidato oficialista tuvo que bailar con la más renga  e hizo una propuesta racional que más tenía que ver con el ajuste del estado (lo llamaba el lápiz rojo de Angeloz) y daba la impresión de ser el más conservador de quienes estaban en pugna.

Por otro lado el simpático patilludo riojano prometía un “salariazo” y una “revolución productiva” sin dar demasiadas precisiones lo que le granjeó el favor popular y lo convirtió en depositario de muchas esperanzas de quienes se habían golpeado con la realidad y ahora sabían que no era tan fácil la vida en democracia.

Hoy, con el diario del lunes, sabemos que quien ganó las elecciones solo endulzó el oído de sus electores y nunca tuvo en mente cumplir lo que decía, hoy sabemos que la propuesta más conservadora no era la de Angeloz porque el famoso “Lápiz rojo” nunca hubiera tenido la audacia de desmantelar el estado entregando por migajas las empresas públicas tal como se hizo en la última década del siglo pasado ni de sacar de la cárcel a genocidas como Videla y Massera aprovechando para reivindicar a asesinos como Firmenich y Vaca Narvaja, sabemos que la precariedad laboral en que dejó a los empleados públicos, la privatización de las jubilaciones y tantas cosas más eran impensables para un peronista antes de los 90.

Pero bueno, los argentinos somos exitistas y el hecho de que la economía le funcionara en la primera etapa de su gobierno, tuvo algunos logros económicos (pizza con champagne), le permitió la reelección, pero eso es otra historia, lo cierto es que se institucionalizó definitivamente, en esta democracia moderna que vivimos desde 1983, la mentira deliberada e inocultada para conseguir resultados electorales. Hasta entonces los candidatos siempre prometían demás pero, hacer exactamente lo contrario a lo propuesto fue algo inédito y sin antecedentes. Marcó un hito y hoy se considera lícito discursear por izquierda y gobernar por derecha y hasta es deseable para muchos esta fórmula.

La sociedad argentina sigue castigando a quienes le dicen la verdad, votando a quienes le mienten y enojándose porque le mintieron (salvo que les vaya bien económicamente) con lo cual nuestra única esperanza es que llegue al gobierno un iluminado que haga las cosas bien pero, como no tenemos capacidad para juzgar con un mínimo de objetividad las propuestas de nadie, nuestro progreso o fracaso parece ser una cuestión azarosa.

No sé si será cierto pero, para mí todo comenzó en 1989, hace un cuarto de siglo.

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