Por Relato del
Presente
Entre las cosas más lindas que nos trajo el kirchnerismo
está el debate al pedo por cosas que pasaron hace mucho, pero que hacen falta
traer al presente para echarle la culpa a algo. Debatimos el “neoliberalismo”
de los ´90 en base a la privatización de empresas que nadie podía mantener,
mientras se hacen unos despilfarros de los lindos con las renacionalizaciones.
Nos peleamos por los derechos humanos de los ´70 sustentados en hechos que aún
hoy ocurren, mientras todos nos tenemos que hacer cargo de los Sueños
Compartidos y de la Universidad de las Madres.
En el primero de los casos, el
debate es tan al pedo que no resiste ni el legajo de la Presidenta. En el
segundo de los casos, el debate es tan al pedo que tampoco resiste ni el legajo
de la Presidenta.
Hoy, en debates al pedo, el boludo que escribe las líneas de
lo que se ha dado en llamar Relato del Presente (CopyRight 2008) les trae un
nuevo tema de composición: El Servicio Militar Obligatorio, Colimba o
Conscripción,
Podría estar a favor de la colimba. Me resulta muy cómodo
analizarlo a una edad a la cual no califico para un cuartel. Pero yo no creo ni
en la obligatoriedad del voto, imagínense lo que puedo opinar sobre la idea de
que el Estado me obligue a vestirme de verde y a soportar los gritos de un
suboficial que, si la cabeza le hubiera dado para algo más, no justificaría su
sueldo cagando a pedos a un montón de pendejos que 90 días atrás estaban
haciendo culopatín en el Cerro Catedral.
Educando al soberano.
El Servicio Militar Obligatorio surgió por iniciativa del ministro de Guerra
del segundo mandato de Julio Argentino Roca, el General Pablo Riccheri. No es
que haya salido de su loca cabecita modernista, sino que se aplicaba en casi
todos los países desarrollados. Antes de putearlo por la iniciativa, debemos
tener en cuenta dos cosas. Primero, los motivos que llevaron a crear la
conscripción. Segundo, que Riccheri tuvo una idea aún peor y por la que la
historia aún no lo ha juzgado: la creación de la Asocación de Boy Scouts
Argentinos.
Para entender los motivos que llevaron a la creación del
servicio militar, hay que tener en cuenta que no existía un ejército
profesional hasta la llegada de Roca, y que gran parte del país estaba sumida
en el analfabetismo, algo que colisionaba de frente y a 200 kilómetros por hora
con el modelo de progreso de la generación del 80. Riccheri, que venía de
formarse con honores en las mejores Escuelas de Guerra de Europa, fue funcional
al criterio de pacificación encarado por Roca tras la derrota de Mitre: no más
milicias ni mercenarios, sino un único ejército nacional. Y para que hubiera
respeto por el ejército, nada mejor que meterlos a todos dentro de él. Era el
modelo que se estilaba a principios del siglo XX.
El servicio militar obligatorio nació con un espíritu de
igualdad y progreso. O sea, el conscripto Sosa llegaba del pueblito La Cocha,
Tucumán, y era cagado a pedos y bailado del mismo modo que lo era el conscripto
Núñez Anchorena. Esa era al menos la idea, aunque la realidad demostraba que,
muchas veces -influencias mediante- Sosa terminaba lustrando botas y don Núñez
le cebaba mate al Capitán.
Pero más allá de esos detalles que ilustraron a la colimba a
lo largo de sus 93 años, hay otros puntos en los que era una idea imbatible: el
analfabetismo desapareció de nuestro país en las primeras décadas de su
implementación. No sólo aprendían a leer y escribir, sino que también eran
educados en oficios. Muchos de los plomeros, gasistas, electricistas y
mecánicos que nos hemos cruzado en nuestras vidas aprendieron sus labores en su
paso por los cuarteles. Si a eso le sumamos respeto y disciplina laboral, el
combo era perfecto.
De un modo difícil de explicar, la conscripción sobrevivió a
los años de la subversión y fue recién abolida en 1994, después del caso
Carrasco. La presión de la opinión pública apuró al pragmatismo electoralista
de Menem, quien decidió suprimirla de una sin realizar una evaluación de
consecuencias sociales. Primero los votos, después se verá.
Las consecuencias sociales a las que me refiero están a la
vista. La colimba ejerció muchas veces de tapón social. Era una de las formas
que tenía el Estado de educar cuando todos los demás estamentos habían fallado.
En caso de emergencia, rompa el vidrio y vaya al cuartel. Su desaparición
derivó en que las siguientes generaciones no tuvieran la posibilidad de
coexistir con sujetos de distintos estratos sociales, esos mismos estratos
sociales que hoy se desprecian.
Hablar de la reinstauración de la obligatoriedad del
servicio militar me resulta patético. Ya es tarde. Y por otro lado, va más allá
de las posturas militaristas o antimilitaristas: es el reconocimiento de que
fallamos por todos los flancos. Recurrir a la colimba es afirmar que otra no
queda, que la cagamos, que la educación no educa y que el trabajo no dignifica
porque no hay dignidad cuando se es pobre a pesar de tener laburo.
Sólo pensar en la colimba como posible solución a los
problemas es tan frágil que ni siquiera se tienen en cuenta las consecuencias.
En los sesenta y setenta, los grupos subversivos aprendieron tácticas de guerra
e inteligencia con enviados del exterior. Pero el manejo de las armas se los
brindaba el propio Estado al que después combatirían. Ni siquiera la supresión
de las 56 y 57 pudo con el problemita de tener a colimbas brindando información
para afuera, formados, entrenados por un ejército profesional.
Hoy, con un tejido social absolutamente destruido en sus
estratos más bajos y una realidad económico-social diez mil veces peor que la
de aquel entonces, no entiendo cómo no se avivan. Uno, dos años en un cuartel
para que, luego, el ex pibe de la villa vuelva a sus calles de tierra, su
casilla de madera y su vida de mierda, pero con un valor agregado: entrenamiento
militar. Tendrán la dignidad de haber servido a la Patria que no les dio una
puta oportunidad, pero volverán a sus hogares precarizados, a sus situaciones
extremas, a la ley de la jungla y sabiendo manejar un rifle. Un golazo de media
cancha.
Sin duda, son unos genios. También puede pasar que la idea
venga acompañada de una mejor calidad de vida para la familia, una casa digna y
perspectivas de progreso a futuro, o que se contemple meter a un joven
conflictivo en un cuartel hasta que tenga la edad suficiente para volver a usar
pañales.
Lo interesante es plantear otra idea, buscar conceptos
nuevos. No siempre lo viejo falla ni lo nuevo triunfa, pero probar algo nuevo
es más tentador que reinstaurar algo que ya no se puede reinstaurar. Entiendo
que muchos, incluso opositores al gobierno, se sientan entusiasmados con la
idea, pero volver a colocar la colimba después de veinte años, no nos va a
devolver nada. Es como ir a vivir a la casa de los viejos y pretender tener 16
otra vez.
Podrían probar con un Servicio Comunitario, una forma pintoresca
de que se le devuelva a la sociedad algo de la que todos hemos recibido en
algún momento. Mi colimba la hice gratis en el Poder Judicial, por ejemplo. A
las siete de la matina era el único zombie detrás de la mesa de entradas que
preparaba los libros de movimiento, acomodaba las cédulas, encasillaba las
causas, preparaba el correo y se preparaba para una jornada de maltrato de
parte de abogados, jueces, fiscales, defensores oficiales, secretarios y los
respectivos gatos de cada uno de ellos. Dos años en los que conviví con la
miseria de policías asesinados, policías presos, chorros que no les quedaba
otra, chorros por deporte, garcas de mucha guita, carteristas sin un mango,
violadores, minas violadas, incesto, putas, drogas, armas, villas miserias, mansiones
imposibles, empresarios, multimillonarios, indigentes, abogados de Porche y
Valentino, bogas de bondi y Modart, rochos, chetos, barrabravas, niños de
futbol con pelota de trapo en el baldío, niñas de hockey sobre cesped en el
campus del Euskal Echea. Si alguna vez quieren ver las miserias de una ciudad
en una mañana, paseen por tribunales.
Luego de esos dos años pegué el cargo y me quedé el tiempo
suficiente para darme cuenta que la guita no me convertía en ciego. Y aguante
más tiempo. Porque el hambre puede más que cualquier principio.
Me gusta la idea del Servicio Comunitario, aunque con cierto
criterio, claro, porque tampoco me va mucho conceptos tales como que la
Universidad la pagamos todos y sólo pueden ir los que pueden pagar una privada,
entonces hay que devolver algo de lo que el Estado nos brindó. El que tiene un
millón de dólares, paga impuestos por un millón de dólares ¿Por qué privarlo
del sistema educativo que financia?
Pero así y todo, tengo mis reparos hasta con los servicios
comunitarios. Una Comisaría donde el pibe aprenda donde se inicia la cadena de
recaudación paralela de la política, una oficina pública donde se lo eduque en
maltrato al ciudadano, excusas de ausentismo, la inutilidad de 15 personas que
no pueden realizar las labores de una sola, el inexplicable ascenso social del
jefe que con 20 lucas de salario tiene un yatecito.
Aparte existe el problema de que es un territorio ya
explorado. Los colimbas de la política existen y son muy bien rentados. Cumplen
órdenes sin cuestionarlas, juran defender con la vida un ideal difícil de
dimensionar y son capaces de llevar a cabo las tareas más indignantes con
orgullo, como defender la Patria cantando en el Patio de las Palmeras de la
Casa Rosada.
Tienen superiores jerárquicos de quienes no tienen idea cómo
hicieron para llegar, y el Teniente General que los prepara para la guerra
política es un Inútil Todo Servicio que llegó a la máxima jerarquía gracias a
que los padres no sabían que hacer para que realizara algo que aparentara ser
productivo.
A diferencia de la histórica colimba, el colimvo -corre,
limpia, vota- no se limita a un servicio de uno a dos años y la inmensa mayoría
pretende quedarse con ánimos de hacer carrera. Hay un montón de pibes a los que
les vendría diez puntos una buena pasantía, aunque fuera no rentada, pero
tienen todos los lugares del Estado copados por idiotas, como el tribunal del
INCAA -que, por ejemplo, tiene que decidir si financia, o no, “Papeles en el
viento”, una peli con guión de Eduardo Sacheri- y está compuesto por boludos de
treinta sin mayor noción cinematográfica que la que les brinda haber visto una
maratón de Los Bañeros Más Locos del Mundo. Analfabestias sin otro orgullo que
el de pertenecer a la nada, son los que deciden qué vale y qué no.
Por otro lado, estaría bueno aclarar algo: a pesar de que
Página/12 diga lo contrario, o se hagan los boludos al respecto, la idea es de
personajes del oficialismo. Mario Ishii es “el más kirchnerista de los
intendentes” y el Sheriff Granados también es oficialista. Igual, los entiendo.
Si no pueden reconocer que la idea proviene del riñón, mucho menos podrán
dimensionar la gravedad de que la idea provenga del riñón. O sea, once años en
los que nos dijeron que la inseguridad no era para tanto, que en todas partes
del mundo pasa, que tenemos el índice más bajo de latinoamérica -flor de
orgullo- y que el delito se resuelve con inclusión social, trabajo y educación.
No quisiera estar en el lugar de quienes tienen que explicar
cuál de las dos cosas pasó: si el delito no se soluciona con inclusión social,
trabajo y educación, o si la inclusión social, el trabajo y la educación de los
últimos once años son más falsos que el peronismo de Boudou.
Martes. “Porque a
usar las armas bien nos enseñaron, y creo que eso es lo delicado”, cantaba un excolimba mientras el
Gobierno suprimía el llamado a Servicio de dos generaciones para evitar
“infiltraciones subversivas”. Al artista, obviamente, lo censuraron.
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