La retirada abre
grietas en el oficialismo. De la inseguridad a la falsa rebeldía de los
jóvenes.
Por Alfredo Leuco |
Las últimas imágenes del naufragio del relato cristinista
muestran fisuras patéticas en su ideologitis.
A esta altura de la parábola
descendente hacia el 2015, resulta insólito e infantil hasta la autodestrucción
ver cómo los muchachos insisten con fantasías que nadie cree.
Y sobre todo en algunos pilares de la relación con el ciudadano
común como es el rechazo a la matriz corrupta del Estado (“ese cáncer social”,
según repitieron los salieris del papa Francisco) o la inseguridad tan negada
que, de acuerdo a la Iglesia, tiene categoría de enfermedad por la cantidad y
la ferocidad de los hechos que ocurren.
Pero también están crujiendo algunos dogmas que han sido el
corazón conceptual de la propia tropa de Cristina como la relación con los
medios de comunicación y con los derechos humanos.
Es imposible encontrar una crítica de algún intelectual o
artista K hacia el injustificable megaenriquecimiento ilícito del núcleo duro
del Gobierno. Cristina es impoluta para ellos. Ya se sabe que no necesita
volver para ser millones. Pero no han levantado la voz ni siquiera para
preguntarse sobre Lázaro Báez. Algunos, con Víctor Hugo como vanguardia,
directamente buscan formas para aplaudir el comportamiento de tanto delincuente
y atacar a los periodistas que iluminan casos que se van confirmando en la
Justicia como los de Ricardo Jaime, Amado Boudou, o Fariña y Elaskar, los
perejiles de Lázaro. Esa rapidez para los mandados y esa oscuridad para los
negocios también permeó entre los operadores culturales que en poco tiempo se
van a tirar con carpetas y denuncias y que involucran tanto a la gestión saliente
de Jorge Coscia como a la entrante del jefe de las puestas en escena que es el
verdadero ministro, Javier Grosman. Hay mucha carpeta que anda circulando y que
la Justicia deberá estudiar a fondo. Se persigue hasta la demolición a fiscales
de probada honradez como José María Campagnoli y se protege a cómplices como
Oyarbide. El objetivo de cubrir la salida del poder y garantizar la impunidad
es escandaloso.
También estallaron todas las diferencias internas respecto
de los niveles de inseguridad brutal. Sergio Berni y Alejandro Granados que
intentan hacer algo son caracterizados como fachos y manoduristas. Horacio
Verbitsky dijo que muchas veces cuesta encontrar la diferencia entre
oficialistas y opositores en este rubro. Fernando Navarro mandó a Daniel Scioli
a silenciar al ministro de Seguridad provincial y Berni dijo que no va a las
reuniones del zaffaronismo porque “una cosa es la filosofía y otra cosa es
estar en la trinchera y en la calle con las víctimas y sus familiares. Yo tengo
una mirada diferente”. Hasta Julián Dominguez, “compró” ese pensamiento
diciendo que los candidatos opositores “participan de un concurso represivo
para ver cómo se reprime al pobre”, cuando en realidad el pobre es el sujeto a
defender y que más padece la violencia, tal como lo prueba Javier Auyero en su
último libro. Y eso que Domínguez, es un heredero político de Carlos Ruckauf y
hoy es uno de los dirigentes más confiables para el papa Francisco.
No permitirle hablar a Nora Cortiñas (madre, Línea
Fundadora) en el recinto donde están los representantes del pueblo de la Ciudad
es haber superado una barrera autoritaria inédita para la militancia K. Jorge
Taiana y Susana Rinaldi, entre otros, votaron asociados al macrismo por el
traspaso de los edificios del horror y los campos de concentración. Eso produjo
una fractura expuesta con Gabriela Cerruti y el hermano de Mariano Ferreyra
quienes chocaron contra su conciencia. Casi no quedan organismos defensores de
los derechos humanos autónomos y autárquicos. El liderazgo de Cristina les puso
la camiseta a casi todos y en muchos casos, hubo lluvia de cheques que fueron
verdaderas pesadillas compartidas.
Y finalmente los medios, siempre los medios y el periodismo,
esa obsesión intolerante que Néstor y Cristina le contagiaron a todos. No
entienden ni les interesa entender la lógica de la comunicación porque sólo
conocen las reglas del sometimiento. Jorge Capitanich dio lástima mendigando
“un semáforo verde” de Clarín” y recitando porcentajes de cobertura de hechos
policiales de los canales de televisión cuando no pueden dar una sola
estadística criminal más o menos seria. Crónica y C5N también cayeron en la
volteada de “amplificar la inseguridad”, pero se salvaron CN23 y canal 7 que
son los que tienen audiencias más que modestas. El querido y talentoso Eliseo
Verón hace tiempo instaló los conceptos de “lectorado” y “auditores” en lugar
de lectores u oyentes o televidentes, certificando que no hay argumento más
sólido e incontrastable que la realidad. Por más campaña que haga cualquier
pantalla. De hecho uno de los grandes fracasos de la década robada fue la
inversión multimillonaria que el Gobierno hizo en comprar medios y periodistas
en el más amplio sentido de la palabra y el magro resultado que logró.
Cristina celebró Facebook como el instrumento para
vincularse sin la intermediación de los medios. Exactamente eso es lo que
hicieron los caceroleros que tantos dolores de cabeza le produjeron. Es una
herramienta que multiplica la velocidad de la comunicación, pero lo que importa
es el contenido que uno le ponga adentro.
Nadie registró demasiado que en este tema la presidenta
Cristina modificó parte de su pensamiento. Les pidió a los jóvenes de La
Cámpora y sus satélites que se hicieran conocidos para evitar que los
estigmaticen. Eso explica que muchos cuadros oficialistas ahora vayan como
invitados a programas de radio y televisión a los que antes combatían o
relativizaban su importancia. Muchos no pueden explicarse a sí mismos qué hacen
“blanqueando” a canales o radios a los que habían acusado de golpistas o de
tener las manos manchadas en sangre. Andrés Larroque, (a) “El Cuervo”, el jefe
camporista desconocido para las masas, inexperto ante las cámaras llegó a decir
que “es fácil imitar a un político, pero no tienen coraje de imitar a Magnetto
o a Rocca” como si ese recurso humorístico sirviera para aplicar a gente con un
perfil tan bajo.
Con la precisión de un cirujano más que la de un economista,
Martín Lousteau los definió como “jóvenes que piensan viejo, conformistas del
poder. Ser rebeldes es pelearte con la corrupción”. No pasó, pero podría haber
pasado que Larroque, o cualquiera de sus compañeros de ruta preguntara:
“¿corrupción, qué corrupción?” Cuando el relato naufraga es porque el barco
está averiado o llega a puerto casi sin combustible.
© Perfil
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