domingo, 27 de abril de 2014

Queridos escritores, bienvenidos al kirchnerismo mágico

Por Jorge Fernández Díaz
Queriendo ser reportero para vivir aventuras y ver el mundo, Arturo Pérez-Reverte entró de muy joven a un pequeño periódico de Murcia. Allí lo esperaba un viejo y resabiado redactor, que le ordenó entrevistar al alcalde de Cartagena. "Me da miedo -admitió el debutante, tragando saliva-. Tengo 16 años." Entonces el veterano se quitó los lentes, lo miró fijo y le dijo: "Chaval, cuando lleves un bloc y un bolígrafo, el que debe tener miedo es el alcalde".

Esa pequeña lección no se le olvidó nunca al célebre escritor español, que está en Buenos Aires por la Feria del Libro. "Cuando la política se envilece no tiene miedo a otra cosa que a la prensa libre -le oí afirmar estos días-. Prensa y libertad unidas son fundamentales, porque ahí se juegan la democracia, el derecho y la razón. El periodista debe seguir provocándole miedo a la política. Debe seguir contando y enjuiciando." Confieso que me avergüenza íntimamente que Pérez-Reverte haya leído dos noticias locales de esta semana. La primera es que la legendaria Comisión Interamericana de Derechos Humanos cuestione al gobierno argentino por su acoso y hostigamiento hacia los medios críticos. La segunda es que, en una nación con once millones de pobres, haya crecido el gasto público en prensa estatal destinada a censurar opositores, promover burda propaganda oficialista y barrer con los periodistas rebeldes.

Mirar a través de los ojos de esta clase de escritores que provienen de democracias imperfectas pero verdaderas permite desnaturalizar algunas cosas que ya ni siquiera nos llaman la atención en nuestros pagos. Me refiero, por ejemplo, al emocionante tuit del vicegobernador de la principal provincia argentina: "Jesús compañero detenido, torturado, muerto y desaparecido. ¡Feliz Pascua de Resurrección!", saludó evangélicamente Gabriel Mariotto. O ese nuevo sitio que ya es furor en la Web, "Ponele Néstor a todo". Allí cientos de argentinos publican espontáneamente pruebas de una república bananera. "Néstor Kirchner" es el nombre de un monumento en una estación de Berazategui, del hall central del Correo en Tucumán, del Centro Nacional de Exposiciones en Ezeiza, del Auditorio de la Secretaría de Comercio, de un centro de convenciones en Villa Gesell, de un polideportivo en Anillaco, de una escuela en San Juan, de tres centros de salud en Entre Ríos, Córdoba y Salta, y de uno de atención primaria en Ayacucho. De otro monumento en Formosa, de las avenidas Costanera del Calafate y de Caleta Olivia, de un colegio secundario de Chivilcoy, de un distribuidor de tránsito de Vicente López, de un centro social y deportivo de Santa Fe, de una ruta de enlace entre Azul y Olavarría, de un barrio en Punta Alta, de una esquina en La Boca, de un barrio en Chacabuco, de un puente en Rawson, de un paso a nivel en Caseros, de un albergue estudiantil en La Rioja, de un estadio olímpico en Palpalá, de una rotonda en Comodoro Rivadavia, de un centro genético en Morteros, de una granja para niños en Luján de Cuyo y del aeropuerto de Villa María. Y también de calles y otros rincones temáticos de todo el país. Néstor vive, la república agoniza.

No habría manera, sin embargo, de explicarles a nuestros ilustrados visitantes los raros mecanismos del discurso oficial. Probemos de todos modos. Aquí los empresarios han sido, salvo honrosas excepciones, activos obsecuentes del poder durante los últimos diez años, y por primera vez lograron esta semana un documento unánime: reclaman por fin el respeto a las instituciones y un plan serio contra la inflación. La Presidenta le pidió a su lábil jefe de Gabinete que saliera a responderles a las 38 cámaras con un tortazo: "El mejor aporte que pueden realizar los empresarios es no aumentar los precios".

Veinticuatro horas después, Cristina presentó los nuevos trenes del San Martín. Sería oportuno aclararles a nuestros visitantes que la política ferroviaria del kirchnerismo está manchada de sangre, sospechada de corrupción y cruzada por una rotunda negligencia. La puesta en marcha de nuevas formaciones no daba para jactarse del pasado y mucho menos para citar a Raúl Scalabrini Ortiz, honrado pensador nacionalista que murió en 1959 y que debe retorcerse en su fría tumba cada vez que lo emparentan con este engendro.

Un poco antes incluso de iniciar esa arenga, la jefa del Estado no pudo con su genio y apuntó a los medios: las críticas de los empresarios son una "creación virtual" de los periodistas. Repasemos entonces, queridos amigos. El primer día sale un duro documento firmado por la mayoría de los integrantes del empresariado, el segundo día se los sablea desde la Casa Rosada y el tercer día resulta que nada de todo este enfrentamiento ha tenido lugar. Todo fue de pronto un invento de los chicos del bloc y el bolígrafo.

De paso Cristina aprovechó para mostrar un viejísimo ejemplar del diario Clarín con noticias policiales en su portada. Esto indicaría que la inseguridad no comenzó con el kirchnerismo, afirmación innecesaria que busca relativizar el actual estado de alarmante indefensión ciudadana. En 23 días hubo 21 asesinatos, la gestión de seguridad del Gobierno fue calamitosa, el narcotráfico vino para quedarse, las policías están desbordadas y corrompidas, y si piensan salir a pasear, estimados escritores, les recomiendo que tengan mucho cuidado. La calle está brava.

Aquel periódico del 9 de marzo de 1993 que blandió la Presidenta por cadena nacional tenía, no obstante, otro objetivo: señalar quiénes habían sido los verdaderos culpables de la debacle ferroviaria. Menem y Cavallo. La afirmación no puede ser refutada, pero una vez más: eso sucedió hace 21 años y no fue modificado por quienes luego gobernaron una década con crecimiento a tasas chinas y con todo el poder para reparar el daño.

Es muy curiosa esa referencia. Ustedes, ilustres visitantes, no tienen por qué conocer la historia contemporánea vernácula. Verán: Cristina y su esposo, el multinombrado Néstor Kirchner, eran militantes activos del menemismo en aquellos años citados. A tal punto, que luego de los indultos y las privatizaciones, cuando sabían muy bien de qué iba aquel proyecto del Consenso de Washington, el matrimonio santacruceño desdeñó acompañar al disidente José Octavio Bordón y resolvió apoyar en 1995 al hoy demonizado ex caudillo neoliberal. Si Menem fue su jefe, Cavallo fue su aliado y su íntimo amigo. El padre de la convertibilidad y del corralito los encandilaba con sus conocimientos, y más tarde compartieron con él sueños y aventuras electorales.

El 24 de junio de 1993 hubo sesión en la Cámara de Diputados de Santa Cruz, y la actual presidenta de los cuarenta millones de argentinos aseguraba: "Cuando el doctor Cavallo o el doctor Menem hablan del cierre de las cuentas fiscales... no lo hacen con una visión economicista, sino porque la economía debe estar ordenada". Más adelante, añadía: "Cavallo no es fácil, eso es cierto. Pero no es fácil para nadie; tampoco para las corporaciones que embisten contra él y no logran determinadas prebendas o beneficios".

Como verán, la Argentina está llena de asombros, y da material todo el tiempo para la literatura. Ahí va una idea para una novela: dos personas adulteran su pasado para parecer virtuosas, terminan creyendo su propia ficción y cada día mienten más buscando inconscientemente ser desenmascaradas. Pero todos ignoran lo obvio porque han perdido la memoria, y lo curioso es que lo han hecho para vivir en el confort de la mentira. Puede ser un best seller.

© La Nación

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