El Gobierno se salteó
las encuestas que hablaban de descontento económico. Deserciones entre
gremialistas.
Por Roberto García |
Hubo una falla elemental del Gobierno frente al último paro
general: no supo leer las encuestas previas, ésas a las que ha concedido tanto
presupuesto vanamente. Raro fenómeno: en el pasado, la Casa Rosada parecía
experta en ese ejercicio de lectura. Y a menos que Cristina compre versiones
irigoyenistas o que en su narcisismo suponga como auténtica una Hermès de La
Salada, no podía ignorar que varios de estos trabajos de campo coincidían en
que no llegaba al 10% de los encuestados la opinión de que, económicamente, el
país estará mejor en lo que resta de 2014.
Porcentaje demoledor que indica
rasgos inocultables de disconformidad, la posible inclinación a considerar que
una mano de pintura no le vendría mal al techo. Sin importar, siquiera, la
calidad del pintor. Ni Hugo Moyano, el provisorio triunfador de la huelga,
había reparado en esa tendencia o, en todo caso, se amparaba en sus propios
miedos para determinar la medida que le reclamaban, hasta el hartazgo, dos
socios de conveniencia como Luis Barrionuevo y Pablo Micheli. Si bien ahora
disfruta de una solidaridad aplastante por el vacío de la sociedad al Gobierno
–“pese a nosotros”, como lúcidamente confesó uno de los organizadores–,
seguramente ya no fantasea con la eventualidad de ser un Lula doméstico, un
candidato a presidente. Nunca como hoy los apoyos se han vuelto tan limitados.
Son distracciones a las que no vuelve y que, en cambio,
dominan con cierta frivolidad a la administración cristinista, preocupada por
cambiar en un billete a Domingo Sarmiento por el poco historiado Gauchito
Rivero, por modificar el nombre del diseñador de la Panamericana por algún
difunto reciente, por los imitadores que pondrá en el aire Marcelo Tinelli, o
por promover la prédica de que “no todo está tan mal” luego de haber insistido
en la cultura de que “nunca estuvimos mejor en los últimos 200 años”. O por
premiar a Francia por los derechos humanos justo cuando se prueba la
complicidad de ese país en el genocidio de Ruanda –más de un millón de
asesinados en menos de cien días– o por dedicar la cadena nacional a la
simpática entronización del hip-hop “nac & pop” y al gracioso stand up que
ocultó el anuncio de ciertas obras importantes (a propósito de esa alocución
presidencial tan controversial en los medios, ¿alguien le puede explicar a Ella
lo que es un ringside?). O por dedicarse a Colón, sólo a Colón (el traslado de
la estatua a cualquier punto de la ciudad para encumbrar, en su lugar frente a
la Casa Rosada, la de Juana Azurduy) cada vez que habla semanalmente con
Mauricio Macri por teléfono, según el jefe de Gobierno le confesó a un
infidente que luego repartió ese dato a los cuatro vientos. Por no hablar de la
sustancial alteración de la campaña del desendeudamiento por otra a favor del
conveniente endeudamiento (ya iniciada, con bastante imprevisión, por casi
todas las provincias argentinas) en vez de abandonar la “gastomanía” que,
además de acechar la economía, bate todos los récords históricos en este último
mes.
Si bien Cristina aboga –lo habría hecho ante el Papa– por
negociaciones en Venezuela entre oficialismo y oposición, no aplicó ese mismo
criterio hasta ahora en la Argentina. Al menos con el gremialismo que
protagonizó el último paro. Se duda de que cambie la mandataria y, para mayor
hostigamiento o indiferencia con Moyano-Barrionuevo-Micheli, le cederá a otro
bando sindical el premio de reconocerle –lo que debería ser automático en
cualquier manual kirchnerista– una suba del mínimo no imponible de Ganancias
que, entre otras perversiones, provoca el ruego de los trabajadores para no
ascender de categoría porque eso implica ganar menos. Ese dislate a corregir
difícilmente reponga a figuras y grandes organizaciones enlodadas en la
deserción del reclamo, sea por haberse abstenido o denunciado la huelga. Sobre
todo jefes como Antonio Caló (metalúrgicos), Gerardo Martínez (construcción),
José Luis Lingeri (aguas), Armando Cavalieri (comercio), Rafael Mancuso (Luz y
Fuerza), Ricardo Pignanelli (mecánicos) y Sergio Palazzo (bancarios), entre
otros. A cargo, todos ellos, de las grandes organizaciones que regían el campo
sindical. Sin embargo, su hegemonía se desflecó, han quedado en posición
prohibida y burlados por adversarios del mismo tipo. Ahora, además, soportarán
una contingencia interna imprevisible: el avance amenazante de sectores más
radicalizados de la izquierda que florecen en cada gremio y que, por haber
acompañado a Moyano, instigan con proposiciones de más lucha, paros de superior
intensidad, tomas y ocupaciones. Resulta singular que este fracaso de presuntos
gigantes, enfrentados con Moyano –y no les faltan razones del pasado– por el
Gobierno, deberá pugnar en otra instancia para que Moyano los asista y no
aliente este tipo de obstinaciones reivindicativas. Sin querer, el Gobierno
provocó esta situación. Caló, por decisión personal, es una de las mayores
víctimas de ese colaboracionismo: no puede alegar que sus trabajadores perciben
salarios jugosos por obra de Cristina y, sobre todo, su fidelidad oficialista
hasta le enajenó la cultura heredada de Lorenzo Miguel, quien se internaba cada
vez que aparecía una crisis o se iba del país dejando a uno de sus adláteres
para que atravesara la vergüenza de una agachada (como hizo con Rogelio Papagno
en el desbande salarial del Rodrigazo). Extraño olvido de Caló, ya que a su
lado permanece Juan Belén, de centenaria continuidad en la UOM. Tan frágil e
ignorante este fenómeno como los argumentos del Gobierno para emporcar a los
huelguistas imputándoles cercanía con la Sociedad Rural, cuando la primera
ruptura de Perón con la “oligarquía del campo” fue por el establecimiento del
estatuto del peón rural, justamente los que ahora se anotaron unánimes en el
paro vía Momo Venegas. Junto, además, a los productores de Eduardo Buzzi
(Federación Agraria), que no se incluyen obviamente en esa sociedad rural
delatada. Una entidad que, por la soja, casualmente este año le dará provisión
y aire para solventar a Cristina cualquier catástrofe económica.
Y garantías a Axel Kicillof para que demande 4 o 5 mil
millones de dólares para su exangüe tarjeta de crédito.
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