Por Jorge Fernández Díaz |
"Domina tu orgullo, no seas egoísta -canta la Tigresa
del Oriente-. Tienes que rectificar tus errores. Sé más amigable y tendrás un
nuevo amanecer." La cantante peruana practica la cumbia amazónica, rasguña
literalmente las paredes internas de la Casa Rosada y se hace fuerte en sus
elegantes estancias vacías , especialmente en el salón donde Cristina Kirchner
suele recibir las cartas credenciales de los embajadores.
La Tigresa sube las
fotos a las redes sociales en el mismo día en que Balcarce 50 soporta un paro
general que paraliza el país, y cuando muchos de sus propios empleados públicos
no pudieron o no quisieron llegar: hay oficinas con luces apagadas, teléfonos
enmudecidos y un clima de feriado a media voz.
No se sabe a ciencia cierta quién autorizó a la bizarra
cantante felina a recorrer a sus anchas la Casa de Gobierno desierta. Tal vez
la propia Presidenta sea fan secreta de este simpático personaje que
recomienda, en uno de sus hits tropicales, los cambios de actitud que se deben
seguir si alguien quiere aspirar seriamente a "un nuevo amanecer".
Tampoco se sabe si Cristina tomó de esa letra la idea central de su retirada,
pero lo cierto es que ésa es la dirección de casi todos sus movimientos.
La gran dama sostiene a la vez muchos platos chinos en el
aire. Es que debe lograr, a un mismo tiempo, mantener una cierta
gobernabilidad, mostrarse como una tigresa peligrosa, amigarse con algunos
gobernadores de la oposición, condicionar a Scioli para imponerle su lista de
diputados, destruir las causas judiciales que la comprometen, ajustar la
economía, congraciarse con los organismos internacionales de crédito y
conseguir que la tropa propia siga creyendo en su vocación emancipadora. Mucho
trabajo para un solo malabarista.
Esta diversidad de objetivos en pos de un salvoconducto
personal reemplazó la ideología colectiva, aceptando que alguna vez hubo una.
La jefa del Estado piensa más en ella que en su público y está operando día y
noche para salir lo menos magullada del percance. Sólo desde esta lógica se
entienden algunos hechos de la semana. Para empezar, los novedosos guiños que
su gobierno emite hacia Macri y De la Sota, y en especial hacia Antonio
Bonfatti, que el miércoles agradeció públicamente el megaoperativo sorpresa de
Rosario. Es cierto que el asunto se venía conversando en secreto desde hacía
varios meses, que fue minuciosamente elaborado y que debe ser aplaudido en
tanto y en cuanto el gobierno federal interviene por fin en la lucha contra las
drogas y resuelve darle una mano a una gobernación opositora. Pero también es
cierto que el socialista santafecino se enteró una hora antes, que el
despliegue tuvo más de show que de procedimiento efectivo, y que eligieron
curiosamente esa fecha en vísperas de la huelga general y cuatro días antes del
escalofriante informe que Lanata presentará hoy sobre el avance del
narcotráfico en la Argentina. Restarles impacto mediático al líder de la CGT
Azopardo (acusado de ser el Vandor de Cristina) y al periodista de Canal 13
(considerado como el general Patton de Magnetto) figuraba en las segundas y
terceras intenciones del Día D. Ya saben, para el kirchnerismo gobernar es
gobernar los medios.
Independientemente de eso, la jefa no puede quedarse con los
brazos cruzados frente a una doble certeza que se consolida en la opinión
pública: su administración multiplicó la inseguridad y será en parte
responsable histórica de que el tráfico de estupefacientes se haya instalado en
el país. En el llano, después de 2015, este último punto puede ser tan incómodo
como algunos expedientes, aunque en la Justicia la cosa le resulta más
sencilla, ya que cuenta con grupos de tareas dedicados a echar a fiscales,
blindar jueces automáticos, cerrar investigaciones y conseguir absoluciones más
o menos rápidas. En quinientos días, todo debe quedar limpio. Incluso el más
espinoso de todos los casos: Lázaro Báez, a quien ahora un fondo buitre intenta
embargar, bajo la premisa de que su fortuna pertenece directamente al Estado
con el que litiga.
Para doblegar al gobernador bonaerense, la dama tiene
desgaste y candidatos menores, a quienes seguramente empujará sin mucho
entusiasmo. Su estrategia final parece ser la siguiente: "Querido Daniel,
que se presente el que quiera. A mí dejame solamente armar las listas a
diputados". Es improbable que alguno de sus muchachos llegue a vencer a
Scioli, y en realidad poco importa. Lo que busca la Presidenta es introducir a
sus fanáticos en el Congreso, para contar el día después con alrededor de
setenta legisladores leales capaces de todo, principalmente de garantizarle a
ella seguir siendo la líder de una primera minoría. Suficiente poder como para
autoindultarse y también para hostigar a los "enemigos de la Patria".
Si se sale con la suya, harán falta dos elecciones y no una para terminar con
el cristinismo de paladar negro. Nada mal para una fuerza deshilachada y en
caída libre.
Es que ni siquiera el estrepitoso derrumbe de los decorados
del relato conmueve a quienes han decidido abrazar el "proyecto"
aunque éste ya no tenga otro propósito que la huida y el confort. Los
ultrakirchneristas se aferran a la idea de que ellos son buenos porque los
próximos serán peores, y también a algunos símbolos huecos de progresismo. Es
por eso que Cristina debe tirarles de vez en cuando algún hueso: el premio
Rodolfo Walsh, las citas a John William Cooke y otras temáticas folklóricas de
ese tranquilizador stand up nacional. A ellos va dirigido el ninguneo que les
dedica a asuntos cruciales, como el paro general: si no nombro el tema ante mis
fieles, le resto entidad. El jefe de Gabinete fue particularmente patético al
intentar colar la consigna de que no se trató de una huelga exitosa cumplida
por gran parte de la clase trabajadora, sino de un lockout patronal apoyado por
las corporaciones. Lo aterrador no es que ofrezcan supercherías desde el
púlpito, sino que haya una grey embobada dispuesta a aceptarlas. Es siempre muy
empobrecedora esa clase de verticalismo ciego. Ya lo decía el propio Alfredo
Alcón: "Algunos siguen como si fuese una brújula a una institución, religiosa
o ideológica. Eso no es estar vivo. Es respirar según un molde y convertir tu
alma en una cosa".
A esa mansedumbre cosificada debemos que haya pasado sin
pena ni gloria la burda maniobra del Gobierno con el FMI. Primero recibió como
un cachetazo el frío diagnóstico económico del Fondo y luego Cristina ordenó
dos acciones divergentes. Que saliera Capitanich a pegarle duro al organismo
internacional para que los cristinistas bebieran el placebo de la lucha, y
luego que Kicillof se apersonara en Washington para ofrecer el ajuste y
suplicar el reendeudamiento externo. La otra Cristina, madame Lagarde, se
declaró "encantada y feliz" con tener a Kicillof a sus pies, y los
Estados Unidos elogiaron el giro de la gestión kirchnerista. Lagarde para los mangos;
Cooke para la gilada.
Visto desde lejos todo es contradicción. Pero si uno deja de
pensar en las grandes causas nacionales y populares, y se concentra en la causa
de una sola persona de carne y hueso, se dará cuenta de que efectivamente todo
tiene una íntima coherencia, una misma meta e intención: cambiar para
sobrevivir, y que no se note. "Domina tu orgullo, Cristina, no seas
egoísta -parece cantarle la Tigresa del Oriente mientras camina por los
pasillos lustrosos de la Casa Rosada-. Tienes que rectificar tus errores. Sé
más amigable y tendrás un nuevo amanecer."
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