Por Julio César Negro |
En junio de 1959, hace unos... casi 55 años, el ministro de
economía, Álvaro Alsogaray (El capitán ingeniero) pasaba a la historia con su
célebre frase: “Hay que pasar el invierno” con la que pronosticaba lo duro que
iba a ser para la población superar esa etapa de “ajuste” de la economía.
Pasando los años, aquella frase se convirtió en una anécdota
jocosa y, se recordó cada vez que alguien planteaba algún ajuste duro que
significara inflación, retracción del consumo, aumento de los impuestos,
tarifas, etc.
Hoy recuerdo aquella frase porque escuché que, a causa de
algún desfase en alguna cuenta fiscal (no creo que se deba a una decisión política
demasiado planificada) el gobierno nacional ha decidido recortar los subsidios
a algunos servicios. Esto implicará que los usuarios deberán abonar una parte
del consumo que tenían de dicho servicio que, hasta ahora, era pagado por el
estado.
Lo interesante es que uno de los servicios que pierde el
subsidio es el gas, y la pérdida de este subsidio que repercutirá en el
bolsillo en la misma forma que una tarifa, viene acompañado de toda una
explicación de que se busca “racionalizar” el consumo y quienes reduzcan su
nivel de consumo serán “premiados” con reducciones importantes en sus pagos.
Por si alguien no se dio cuenta hace una semana comenzamos el otoño y es cuando
las temperaturas comienzan a descender avanzando hacia el invierno que es
cuando realmente hace frío. ¿Esta gente pretende que bajemos el consumo de gas
justo en el invierno? Podría llegar a entender que haya una variación de
tarifas, no me caería bien pero quizás lo entendería; puedo entender que, por
imprevisiones, haya que tapar agujeros presupuestarios, puedo entender o tratar
de entender miles de cosas con las que convivo diariamente que me afectan y que
no me gustan pero, ¿porque tengo que soportar que me traten como a un subnormal
que no sabe ni donde está parado?
Sarmiento decía que “hay que educar al soberano” y, de
hecho, muchos argentinos hemos recibido un nivel de educación razonable (no el
ideal) que nos permite discernir a la hora de opinar políticamente, de opinar
sobre la cosa pública y, sobre todo, de opinar sobre cómo nos afecta dicha cosa
pública; ¿es que acaso, a fuerza de “tragar amargo y escupir dulce” y de mirar
para otro lado hemos perdido la capacidad de darnos cuenta cuando nos están
tomando el pelo?
Señores, comencemos a cortar leña porque este invierno no
hay que prender ni una hornalla.
© Agensur.info
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