sábado, 26 de abril de 2014

Es Cristina y su ballet

La Presidenta administra alientos y ninguneos a los posibles postulantes 2015. Mientras, tropieza con sus propias frases.

Por Roberto García
Cada vez que puede, piensan algunos,  la Presidenta le amarga el desayuno a Daniel Scioli. O la cena. Esta semana le prodigó asistencia y compañía a Florencio Randazzo, se asoció al estreno de nuevos trenes y le permitió alentar al ministro su candidatura a sucesor presidencial el año próximo como intérprete de la sangre más genuina del cristinismo. Como si él fuera el elegido, no el gobernador.

Como si fuera aún más puro que el entrerriano Sergio Urribarri, quien declaró en obstinada subordinación que mantendría –si llegara al poder– a todos los hombres que hoy integran el gobierno (también, en un rapto de nula información, se emparentó con Luis D’Elía para acusar a Eduardo Duhalde por introducir hace veinte años la droga en la Argentina y por estar al servicio de Sergio Massa, cuando en rigor el acusado ex mandatario se reporta habitualmente con Scioli). Se entusiasma Randazzo, cree en el aliento de la dama,  y exhibe  sondeos que lo habilitan como un postulante en ascenso para la futura primaria del PJ. Persistente dolor de cabeza para Scioli, quien necesita de un requiebro que nunca llega desde la Casa Rosada. Igual seguirá como el personaje de Scalabrini Ortiz, el hombre que está solo y espera. Ya no le queda otro destino.

Al revés del ingeniero cincuentón, que temporalmente seduce a bisoñas abuelas o en edad de merecerlo, como la propia Cristina o Elisa Carrió. A Mauricio Macri ambas lo convidan con halagos diversos: una le permite ingresar al club de la clase media progresista, socialdemócrata, limpio de prontuario, y la otra, encaprichada por un nuevo paradero para la desalojada estatua de Colón, le concede en transacciones telefónicas todo tipo de demanda, del centro Recoleta, una terminal en Soldati o la habilitación de la Illia. Por no hablar de otros entendimientos menos públicos, como el nonato traspaso de predios al Estado (Esma) que presuntamente festejarían las organizaciones de derechos humanos, pero que fue dinamitado por esos mismos dirigentes, algunos del kirchnerismo más declarado. Se invoca protección sindical para quienes trabajan en esos institutos, casi nadie cree en esa excusa. Raro epílogo –temporal, se supone–  para una iniciativa reclamada desde la Casa Rosada y que debió firmar la vicejefa de Gobierno, María Eugenia Vidal, ya que siempre Macri parece ver bajo el agua cuando se cuecen estos intercambios.
Esa capacidad previsora también alaban Cristina y Carrió cuando se refieren al alcalde boquense, las dos coincidentes, quizás por primera vez en sus vidas, en que no sería un mal presidente a partir de 2014: una por la conveniencia de acomodarse en esa partida, sin duda en posiciones expectantes, la otra por el entendimiento florentino de que a su gestión le reditúa más la sucesión macrista que otra de corte peronista, sobre todo si Ella luego concentra la oposición. En política, como se sabe, en ocasiones se gana cuando se pierde.   

Abruma entonces el stock de cartuchos que facilita el poder, también la voluntad de Cristina por mantener protagonismo y vigencia:  digita a su gusto los jugadores del equipo oficialista, planifica acechanzas para rivales indeseados (comienza el trato legislativo de la boleta única, instrumento que la mandataria impulsaría para debilitar el poder de los intendentes y las aspiraciones de Sergio Massa), ratifica seguidores con nombramientos de jueces, condiciona a la Corte con restricciones económicas, entabla furioso debate con la reciente coalición opositora,  y hasta se distrae del reclamo papal contra el aborto (varias docenas de kirchneristas se pronunciaron a favor de la legalización con su permiso). 

Por si no le alcanzara ese ejercicio de dominio, planifica para el segundo semestre desensillar a los gobernadores hoy condicionados, entregarles nuevos fondos según el rostro y conducta, a pesar de que entre siete y ocho de ellos ya han avanzado y suscriben  –de nuevo, casi alegremente– volver a tomar deuda para sus provincias bajo condiciones que algún privado responsable jamás comprometería. Pero si Cristina requiere al mundo externo entre cuatro y seis mil millones de dólares para completar con cierta indemnidad su mandato, ¿por qué los Estados provinciales van a ser menos, van a ahorrar en lugar de gastar, van a contener o disminuir su masa salarial en lugar de incrementarla? Pensamiento peligroso, obvio, pero un clásico de estos tiempos, hasta puede compararse con la Europa que ahora se endeuda en forma escandalosa mientras los mercados la premian con subas. El mundo al revés de lo que se aprendió en el colegio.

Tamaño esfuerzo por defender la alcazaba igual la desubica a Cristina. Comete tropiezos inauditos en sus actuaciones por TV, hablando como Isabelita antes del Rodrigazo (los argentinos se quejan pero todos hacen turismo) o señalando que la criminalidad siempre existió, hasta cuando la gente tomaba mate en la calle. Casi venal resulta observar que nadie le advierta de estas zonceras,  ninguno de los ministros sin tareas que la acompaña en las presentaciones.

 Hay una complicidad silenciosa que parece más destituyente que las críticas. O será quizás la impericia manifiesta de sus funcionarios, por ejemplo, el cura especializado que afirma que “en el país no se producen drogas”  sin explicar la razón por la cual ingresa pasta base por las fronteras. ¿Harán fideos en lugar de paco? O su certidumbre obedece a que las cocinas de estupefacientes, más exitosas que otras pymes, no piden para su industria los codiciados créditos del Bicentenario. Burdo o candoroso el sacerdote, más cuando se lo confronta con las 500 pistas prohibidas que reconoció Berni  (el mismo que también descolocó en otra controversia a Capitanich). Asombra tanta improvisación en personajes determinantes y en temas que son de angustia para la sociedad, incluyendo en el juicio a la casi virginal ministra de Defensa, Cecilia Rodríguez, quien tuvo miedo escénico en su última aparición parlamentaria. Una levedad inapropiada, por lo menos, para actividades traumáticas, gente que tal vez no mida la estatura del cargo. Algo así como el vicepresidente Amado Boudou otorgando el  premio Sarmiento al ilusionista René Lavand.

Debe ser por aquello de “gran maestro” de la prestidigitación.

© Perfil.com

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