La Presidenta
administra alientos y ninguneos a los posibles postulantes 2015. Mientras,
tropieza con sus propias frases.
Por Roberto García |
Cada vez que puede, piensan algunos, la Presidenta le amarga el desayuno a Daniel
Scioli. O la cena. Esta semana le prodigó asistencia y compañía a Florencio
Randazzo, se asoció al estreno de nuevos trenes y le permitió alentar al
ministro su candidatura a sucesor presidencial el año próximo como intérprete
de la sangre más genuina del cristinismo. Como si él fuera el elegido, no el
gobernador.
Como si fuera aún más puro que el entrerriano Sergio Urribarri,
quien declaró en obstinada subordinación que mantendría –si llegara al poder– a
todos los hombres que hoy integran el gobierno (también, en un rapto de nula
información, se emparentó con Luis D’Elía para acusar a Eduardo Duhalde por
introducir hace veinte años la droga en la Argentina y por estar al servicio de
Sergio Massa, cuando en rigor el acusado ex mandatario se reporta habitualmente
con Scioli). Se entusiasma Randazzo, cree en el aliento de la dama, y exhibe
sondeos que lo habilitan como un postulante en ascenso para la futura
primaria del PJ. Persistente dolor de cabeza para Scioli, quien necesita de un
requiebro que nunca llega desde la Casa Rosada. Igual seguirá como el personaje
de Scalabrini Ortiz, el hombre que está solo y espera. Ya no le queda otro
destino.
Al revés del ingeniero cincuentón, que temporalmente seduce
a bisoñas abuelas o en edad de merecerlo, como la propia Cristina o Elisa
Carrió. A Mauricio Macri ambas lo convidan con halagos diversos: una le permite
ingresar al club de la clase media progresista, socialdemócrata, limpio de
prontuario, y la otra, encaprichada por un nuevo paradero para la desalojada
estatua de Colón, le concede en transacciones telefónicas todo tipo de demanda,
del centro Recoleta, una terminal en Soldati o la habilitación de la Illia. Por
no hablar de otros entendimientos menos públicos, como el nonato traspaso de
predios al Estado (Esma) que presuntamente festejarían las organizaciones de
derechos humanos, pero que fue dinamitado por esos mismos dirigentes, algunos
del kirchnerismo más declarado. Se invoca protección sindical para quienes
trabajan en esos institutos, casi nadie cree en esa excusa. Raro epílogo
–temporal, se supone– para una
iniciativa reclamada desde la Casa Rosada y que debió firmar la vicejefa de
Gobierno, María Eugenia Vidal, ya que siempre Macri parece ver bajo el agua
cuando se cuecen estos intercambios.
Esa capacidad previsora también alaban Cristina y Carrió
cuando se refieren al alcalde boquense, las dos coincidentes, quizás por
primera vez en sus vidas, en que no sería un mal presidente a partir de 2014:
una por la conveniencia de acomodarse en esa partida, sin duda en posiciones
expectantes, la otra por el entendimiento florentino de que a su gestión le
reditúa más la sucesión macrista que otra de corte peronista, sobre todo si
Ella luego concentra la oposición. En política, como se sabe, en ocasiones se
gana cuando se pierde.
Abruma entonces el stock de cartuchos que facilita el poder,
también la voluntad de Cristina por mantener protagonismo y vigencia: digita a su gusto los jugadores del equipo
oficialista, planifica acechanzas para rivales indeseados (comienza el trato
legislativo de la boleta única, instrumento que la mandataria impulsaría para
debilitar el poder de los intendentes y las aspiraciones de Sergio Massa),
ratifica seguidores con nombramientos de jueces, condiciona a la Corte con
restricciones económicas, entabla furioso debate con la reciente coalición
opositora, y hasta se distrae del
reclamo papal contra el aborto (varias docenas de kirchneristas se pronunciaron
a favor de la legalización con su permiso).
Por si no le alcanzara ese ejercicio de dominio, planifica
para el segundo semestre desensillar a los gobernadores hoy condicionados,
entregarles nuevos fondos según el rostro y conducta, a pesar de que entre
siete y ocho de ellos ya han avanzado y suscriben –de nuevo, casi alegremente– volver a tomar
deuda para sus provincias bajo condiciones que algún privado responsable jamás
comprometería. Pero si Cristina requiere al mundo externo entre cuatro y seis
mil millones de dólares para completar con cierta indemnidad su mandato, ¿por
qué los Estados provinciales van a ser menos, van a ahorrar en lugar de gastar,
van a contener o disminuir su masa salarial en lugar de incrementarla?
Pensamiento peligroso, obvio, pero un clásico de estos tiempos, hasta puede
compararse con la Europa que ahora se endeuda en forma escandalosa mientras los
mercados la premian con subas. El mundo al revés de lo que se aprendió en el
colegio.
Tamaño esfuerzo por defender la alcazaba igual la desubica a
Cristina. Comete tropiezos inauditos en sus actuaciones por TV, hablando como
Isabelita antes del Rodrigazo (los argentinos se quejan pero todos hacen
turismo) o señalando que la criminalidad siempre existió, hasta cuando la gente
tomaba mate en la calle. Casi venal resulta observar que nadie le advierta de
estas zonceras, ninguno de los ministros
sin tareas que la acompaña en las presentaciones.
Debe ser por aquello de “gran maestro” de la
prestidigitación.
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