Preocupa una
Presidenta que habla de trivialidades y elude los temas de fondo. Zancadillas
2015.
Por Alfredo Leuco |
El problema más grave de la Argentina tiene dimensiones
gigantescas, pero habita en un lugar pequeño: la cabeza de Cristina. Es difícil
comprender qué piensa la presidenta de la Nación cuando despilfarra una cadena
nacional para hablar de frivolidades mientras el país arde en la mayor crisis
educativa de la década, se congela de pánico frente a una inseguridad que crece
geométricamente y es víctima de un feroz ajuste ortodoxo que es música para los
oídos del Fondo Monetario Internacional.
La falta de información certera y la liviandad para asumir
la realidad hizo correr frío por la espalda de una sociedad que acumula broncas
diversas y que se prepara para paralizar la Nación el 10 de abril con las
centrales obreras a la cabeza y que incuba cacerolazos para cuando el tarifazo
y la devaluación impacten de lleno en sus bolsillos. La jefa de Estado obliga a
que una columna de análisis político tenga que explicar nimiedades vinculadas a
las bandejitas de catering que las líneas aéreas ofrecen a sus pasajeros o las
bondades de los distintos tipos de alfajores. Fantoches se les llama a ciertos
títeres ridículos que provocan risa, como algunos de sus funcionarios, que
tratan de atajar todos los penales que Cristina les patea al ángulo de manera
sorpresiva. La Presidenta y su gobierno tienen méritos para exhibir. La
asignación universal, el matrimonio igualitario, la vigencia de las paritarias
y varios más. Pero no debería encapricharse en sacar pecho por Aerolíneas
Argentinas, que nos costó 700 millones de dólares por año a todos desde que los
pícaros muchachos camporistas se hicieron cargo. Es tan inmenso el barril sin
fondo que el caso Aerolíneas se estudia en el mundo de los negocios como un
tema extremo e insólito. La Presidenta no lo sabe, pero nadie le dice que
Aerolíneas no es la única que reparte algún tentempié durante los vuelos de
cabotaje. LAN incorporó una cajita de productos Havanna donde hay una bolsita
con snack, un alfajor y una galleta dulce, además de las gaseosas, el jugo o el
café. Un lujo, che, como dijo Cristina. Y no hay que pagar en “efeté”, para
seguir con su lenguaje. Aerolíneas hizo bien en copiar esa idea, aunque lo hace
casi con los mismos elementos, pero de Arcor. Lo grave es que, además del
agujero negro terrible que genera para nuestra economía, Aerolíneas tiene cosas
inexplicables. El vuelo a Jujuy, adonde no va otra empresa, vale un 30% más que
el de Salta (adonde viajan también LAN y Andes), pese a que es la misma distancia.
Curiosidades que Cristina no tiene por qué conocer, pero que debería averiguar.
Referirse a los dos aires acondicionados que se compró su
madre y al poco frío que hacía en la sala donde le hicieron la resonancia
magnética en Italia por el percance del esguince puede ser un paso de
cordialidad coloquial si son colaterales a los temas que más preocupan a los
ciudadanos. Pero quedarse solamente con esas cuestiones menores lleva a la
pregunta más inquietante desde el punto de vista institucional. ¿Qué le pasa a
Cristina? ¿En qué país vive quien se siente la madre de todos los argentinos,
que, a veces, nos sentimos huérfanos de conducción?
Axel Kicillof, el ministro que abandonó el marxismo
académico para convertirse en el ejecutor de las medidas más neoliberales,
podría concursar como inventor de metáforas o, mejor dicho, de eufemismos.
“Deslizamiento de precios”, bautizó a la inflación, que licuó el aumento
semestral de los jubilados en sólo sesenta días, y ahora denomina “reducción
diferencial de subsidios” al simple y llano “tarifazo”. Y, si no lo cree, que
le pregunte a Hugo Yasky, a quien nadie podría acusar de opositor, que dijo que
“la devaluación afectó fuerte el bolsillo” y que “deberían reducir subsidios
por el nivel de ingresos de cada familia” porque, se preguntó, “¿cómo baja un
20% del consumo alguien que sólo tiene una cocinita de cuatro hornallas?”. Puro
sentido común, que escasea en varios ministerios. Es ofensivo a esta altura,
provocador, que el ministro de Educación de la Nación haya enmudecido frente al
conflicto de los docentes bonaerenses y ocho provincias más que sacudió las
fibras íntimas de las familias. Me hizo acordar a una chicana de Julio Bárbaro
sobre la presunta genialidad de los que no hablan en política, como Carlos
Zannini o Máximo Kirchner: “No hablan porque no tienen nada para decir”.
La parábola descendente del cristinismo debe ser custodiada
por toda la sociedad para no permitir que se desborde. Los ataques a Sergio
Massa (responsable del paro, de la inseguridad y la falta de cloacas en Tigre,
según Capitanich) y el aislamiento hostil al que someten a Daniel Scioli, para
que se cocine en su propia salsa con los maestros estrella de los programas
oficialistas, es un gesto desesperado ante la ausencia de un candidato puro de
Cristina que tenga chances reales de superar el 10% de los votos. Miguel Díaz,
el sindicalista docente, contó por radio que los funcionarios del sciolismo les
confesaban que era Cristina la que boicoteaba todo tipo de acuerdo hasta que se
hizo la luz.
Cosecharás tu siembra. Fue tanta la concentración del poder
y los negocios sucios del matrimonio Kirchner que en lugar de que florezcan mil
flores se pisaron todos los brotes. Cristina está aceptando lentamente la idea
de que necesita que no gane un peronista de ninguna especie para poder soñar
con un regreso heroico tipo Michelle Bachelet o, por lo menos, aspirar a la
módica ambición de no recorrer los tribunales de la mano de Máximo y de un tal
Lázaro Báez.
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