Por Jorge Fernández Díaz |
Obligados a representar la candente actualidad del kirchnerismo
en un salón de arte contemporáneo, podríamos crear una instalación con una
cosechadora que quiebra y un cohete que no despega. No es posible explicar el
drama de los últimos tres años sin aludir a esa desdichada combinación de
ampulosidad marketinera con incompetencia funcional.
Para la aventura espacial
viajaron un ministro y un secretario de Estado hasta la plataforma de
lanzamiento con la idea de vivir un hecho histórico y quedar retratados en la
estampita. Hay que imaginar sus caras cuando vieron elevarse dos metros a la
saeta, y una fracción de segundo después, cuando la vieron estrellarse contra
el suelo. Toda la argentinidad está cifrada en esa tragicómica escena, puesto
que los científicos que trabajan en el proyecto Tronador II son eficientes y
honestos, pero la política que los envuelve es oportunista y banal. Un ensayo
frustrado sin la presencia del ocupadísimo gabinete nacional hubiera sido sólo
eso: una prueba errada de la que sacar algún aprendizaje. Con esos figurones se
transforma en la repetida historia de la Argentina Potencia, presta
prematuramente a despegar y lista para hacerse pedazos.
El acontecimiento tiene un innegable aire de familia con
aquel prototipo de cosechadora que le estacionaron a la presidenta de la Nación
en la explanada de la Casa Rosada. Cristina Kirchner fue llevada de la mano a
ese show mediático por Sergio Urribarri, y lo que pretendían transmitir era la
idea de un gobierno que fomentaba la tecnología de avanzada y que se aprestaba
a conquistar el Continente Negro. El periodismo le advirtió que esa empresa
entrerriana, que prometía 18 cosechadoras a Angola, tenía algunos problemitas
operativos y financieros. Pero claro: la prensa miente y siempre está buscando
el pelo en la leche. Pequeña digresión: ¿y para qué podría estar el periodismo
si no fuera para señalar lo que anda mal? ¿Para qué quiero un inspector de
lácteos si no me advierte que puedo tragarme un pelo, para hacerle propaganda
al tambo?
El asunto es que esta semana un juez decretó la quiebra de la
compañía que nos iba a ayudar a seducir al África profunda. Es interesante
revisar las opiniones técnicas que tenía sobre la cosechadora de Cristina el
principal proveedor de esa firma: "Era un infierno de piezas, con bajísimo
nivel técnico. El diseñador no tenía ni un solo plano. No les importaba nada,
era un mejunje de masilla y cartón, todo para llegar a la fecha de la
presentación. La cosechadora se caía sola, se empezaba a descascarar. Era una
vergüenza".
No creo que le salga gratis este blooper al ambicioso
Urribarri. Si yo fuera la gran dama, y me viera ridiculizado por culpa de esta
pícara operación, llamaría por teléfono al delfín, le llenaría la cabeza de
rayos y centellas, y luego lo tacharía de la nómina. Pero es difícil creer que
ella sea del todo inocente en este traspié: el episodio lleva el sello de una
administración enviciada por el excelso arte de vender humo y acostumbrada a
autoinfligirse tiros en los pies.
Esa misma ineficiencia ramplona, siempre oculta detrás de un
discurso pomposo, explica la impotencia kirchnerista para articular una
política de seguridad. El kirchnerismo osciló durante estos diez años entre la
demagogia de las leyes de mano dura (Blumberg) y las prácticas de mano fofa
(Zaffaroni), y últimamente quiere hacernos creer que no hay nada entre la
estación del linchamiento y el gatillo fácil, y la estación de la inmovilidad y
la anomia. Lo que no hay son ideas, voluntad política y capacidad gestionaria.
La inseguridad es un fenómeno planetario, pero existen muchos países que
despliegan estrategias eficientes y democráticas. El tren tiene muchas
estaciones intermedias sin necesidad de apagarse en el andén o descarrilar en
la terminal.
Reconocida puertas adentro esa grave falencia, vienen los
adornos y coartadas. La seguridad depende de cada gobernador y distrito, y las
excarcelaciones son culpa del Poder Judicial. Esta fórmula tranquilizadora
coloca al gobierno federal, que es el más unitario de toda la era democrática y
que actúa de hecho a la manera de una aspiradora de fondos provinciales, como
un actor secundario. Poncio Pilatos se lava las manos al ritmo de Fuerza Bruta.
Pero eso no es todo: además compra por conveniencia ideologías del
"buenismo progre". Veremos que de progre eso no tiene nada, y que las
socialdemocracias del mundo no discuten la firmeza con que el Estado debe
intervenir para que la sociedad no recaiga en la ley del más fuerte.
Este kirchnerismo de última generación es un peronismo
inédito que les habla a las minorías. Específicamente, a ese grupo seudointelectual
que mira la pobreza desde Palermo Hollywood. Ellos creen que la delincuencia es
hija de la inequidad del sistema capitalista. Por lo tanto, los delincuentes
son víctimas de la desigualdad. ¿Qué derecho moral tenemos entonces de
castigarlos? Lo único que podemos hacer es seguir luchando por la inclusión y
la educación: esto nos permitirá reducir la miseria. Toda represión es una
forma de acción derechista; las cárceles no arreglan nada y la policía genera
violencia. Y este terror, el "medio pelo" se lo tiene merecido, por
aferrarse a su mercancía y a su propiedad, y desinteresarse por los pobres.
Estos argumentos no carecen de alguna razón. Es cierto que
la desigualdad promueve el delito, pero ¿no es desastroso que después de una
década de crecimiento a tasas chinas éste no haya menguado? El modelo nacional
y popular propició la consolidación de la marginalidad, y permitió que la
penetraran el clientelismo, la barrabravización y el narcotráfico. También es
responsable de que sus policías continuaran pegadas a las mafias y de que sus
cárceles siguieran siendo indignas. La educación tuvo una fuerte inyección
presupuestaria, pero la escuela pública cada vez tiene menos calidad y expulsa
más alumnos.
Odiadores folclóricos de clase media, a la que pertenecen en
el mejor de los casos (sus dirigentes son multimillonarios y andan en
helicópteros y autos blindados de alta gama), estos muchachos tienen además una
visión tilinga de la pobreza. Mucho antes de que los linchamientos llegaran a
Palermo, se ejecutaban casi a diario en las zonas más pauperizadas del
conurbano. Claro, los medios no llegaban a esos sitios poco glamorosos y
entonces los hechos aberrantes permanecían invisibilizados. No hay nadie más
impiadoso con los delincuentes que un trabajador pobre a quien lo asaltan,
vejan y aventajan, y quien decide defenderse por las suyas o con ayuda de sus
vecinos. El kirchnerismo propicia el Far West.
Distintas encuestas realizadas esta semana demuestran que
quienes tienen las posiciones más irreductibles contra el delito se encuentran
en el proletariado. En la Zona Metropolitana, el 80 por ciento considera que
los linchamientos se deben a la ausencia del Estado y el 77% opina que el
Gobierno está perdiendo el control de la situación. Este grupo ideológico ha
aislado a Cristina del sentido común, y la ha hecho caer en una política
paradójica. En materia de seguridad, el cristinismo es hoy anarcoliberal: que
cada uno se arregle como pueda.
El error es tan flagrante que da pasto a oportunistas de
sentido contrario. No podemos engañarnos ni comprar en esta materia cohetes que
no despegan o cosechadoras que no cosechan. Esta será la peor herencia que
recibirá el nuevo gobierno. Y no habrá curas mágicas. Sólo décadas de
inteligencia, tesón y cuidado. ¿Podrá la Argentina chapucera con semejante
desafío?
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