Albert Einstein
En la Argentina seguimos padeciendo consecuencias, no de una “pesada
herencia” recibida sino de la ignominia kirchnerista. El gobierno está
cosechando su siembra aunque, lamentablemente, es el pueblo quién debe
convivir con ella.
En ese contexto hay escenas verdaderamente fellinezcas, a
saber: una Presidente que habla de lo mala que es la venganza y del
odio que no conduce a nada, tras diez años de practicar un
revanchismo ridículo y de dividir a los argentinos.
Un gobernador bonaerense que lanza la “emergencia en seguridad”,
figura retórica que ni siquiera tiene correlato en lo legal. ¿Qué es la
“emergencia en seguridad”? Nadie tiene la respuesta simplemente porque es
apenas una construcción gramatical.
Además, aduce que esta medida es consecuencia de una “ola delictiva”
como si la violencia que experimentamos fuera una novedad concentrada la semana
pasada. Más que ola, el delito es un mar y el agua nos ha tapado.
Encima es el mismo gobernador que dijo tomar las riendas del tema cuando
el secuestro y posterior crimen de Candela sacudió a la población. O mintió
o las riendas se le soltaron demasiado rápido, ni siquiera ese
asesinato tuvo resolución.
La desvergüenza de los actuales dirigentes los hace hablar de los
problemas como si fueran espectadores ajenos a ellos, y como si fuera ayer que
asumieron. Han pasado 11 años de gobierno. ¿A qué se dedicaron todos
esos años? La palabra “prevención” no está en su vocabulario.
Este hecho y otros varios solapados corrieron la grieta que divide a los
argentinos hacia adentro, es decir, a la mismísima Casa de Gobierno. Las
internas se agudizan, existían antes pero no trascendían. Hoy saltan a la
vista. A las declaraciones de un ministro le sigue la desmentida de otro, y el
desconcierto es protagonista. Para poder presentir quién tiene razón,
hay que averiguar cuál de los dos está más cerca de Cristina.
Ahora bien, que un ciudadano común tenga que estar previendo este tipo
de cosas no admite adjetivación. Es lisa y llanamente, una locura. No pasa en
ningún país medianamente serio. Estamos confundiendo lo común con lo
normal a fuerza de habernos acostumbrado a lo irreal.
Mientras tanto, el gobierno sigue preocupado por Sergio Massa.
Para todo lo demás tiene estrategia planeada: la distracción. Un escándalo tapa
a otro, confían y sólo buscan secar las noticias. Que la portada de
hoy caduque mañana. Puede parecer un imposible pero, durante una década, lo han
hecho con eficacia.
Es verdad que la caja ya no da para grandes puestas en escenas, ni
siquiera para una cadena nacional que anuncie algo más que una inversión de 8
millones de pesos para una clínica que trata adicciones, pero en la
fantasía de la mandataria, el show tiene validez aunque el cotillón escasee y
no haya para comer.
Una sola realidad parece haber penetrado en la conciencia presidencial:
la eternidad pregonada es ya una quimera. No ganarán otra elección y
buscan denodadamente, un 25% de votos para situarse a la cabeza de
la oposición. Esos son los asuntos que desvelan a la Presidente, no la
inseguridad, no la inflación.
Estas son cuestiones nimias que delega en manos de Sergio Berni
y Axel Kicillof, ese marxista revolucionario que deberá marchar pronto al Fondo
Monetario.
Mientras, Cecilia Rodríguez es un fantasma que cobra un sueldo abultado
como ministro de la Nación, y a quién hemos de pagar jubilación de privilegio
tras retirarse de su cargo. Es así porque nadie marcha a su ministerio,
el reclamo nace y muere en alguna plaza de municipio como si fuese verdad que
la seguridad es asunto de las provincias y no del gobierno nacional.
Lo cierto es que el kirchnerismo está abocado a intereses ajenos a la
gente. Busca contener al Justicialismo, frenar a Massa y ponerle piedras a
Scioli. Y por sobre todo busca impunidad. Para eso sí hay gestión suficiente. El Poder Judicial
es un apéndice del Ejecutivo pero siempre está el peligro de una independencia
que los deje sin oxígeno.
Así como hasta hace un tiempo, nadie podía ver la fotografía de Cristina
entregando la banda y el cetro, hoy es ingenuo verla pronto tras las rejas. Hay
que separar la aspiración personal de la realidad. En el largo plazo
otro podrá ser el escenario, pero eso depende más de la gente que de todo lo
demás.
La sociedad es soberana pero no gobierna sino a través de sus
representantes. Que haya cambiado representatividad por delegación, priorizando la
comodidad es otro cantar. En ese sentido, la ciudadanía también está
cosechando lo suyo. Se le ha dejado hacer demasiado al kirchnerismo y
se le perdonado aún más.
Es difícil salir de ese laberinto, por eso se está confundiendo
representación con propia administración. “Si el gobierno no actúa, actúo
yo”, es el rezo del argentino políticamente huérfano. Un devenir
que por equivocado no deja de ser natural.
Por lo dicho, condenar los mal llamados “linchamientos” es una
hipocresía sin igual si no se contempla el ámbito donde se dan. Fue
impresionante como en una semana, se cuidó más al vándalo que a la víctima pero
no fue novedad. Viene siendo así desde el vamos, desde – por ejemplo -, el día
que Néstor Kirchner y varios gobernadores encabezaron un acto en
Gualeguaychú, en marzo de 2006, bendiciendo a la Asamblea Ciudadana que cortaba
puentes y situándola como paladín de una “causa nacional”
Esta “legitimación” de la violación de la ley y de la Constitución
Nacional no fue gratuita, aunque parezca un hecho aislado y del pasado,
esto que acontece hoy halla también allí su correlato.
En ese sentido, así como se habla de suicidios inducidos, habría que
hablar también de inducción o incitación al “linchamiento” porque el
responsable primero no es sino el gobierno.
La violencia engendra violencia. Y violencia es ver a Cristóbal
Colón tirado, al Indec dibujado, a la ESMA convertida en un centro para hacer
asados, a un Guillermo Moreno en Italia premiado, al ANSES convertido en caja
para negocios privados, etc., etc., etc…
Así pues, no se trata de
gente que perdió la razón sino del ejemplo que se ha predicado.
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