[Cuando el
asesino despierta]
Por Martín Risso Patrón |
« linchar.
(De Ch. Lynch, juez de
Virginia en el siglo XVIII).
1. tr. Ejecutar sin proceso
y tumultuariamente a un sospechoso o a un reo.
Real Academia Española © Todos los
derechos reservados»
[DRAE - Ed. 22.ª]
«...de ninguna manera está
demostrado aquí quiénes son los actores y quiénes los comparsas...»
[Afirmación atribuida a Bertolt
Brecht]
Matar al otro
No hubiera querido jamás reflexionar
sobre estas cosas, en público al menos. Pero sucede que desde hace unos pocos
días los medios televisivos han pintado de amarillo sus pantallas, con un fondo
rojo de sangre roja. Me dio la sensación que no hay político, no hay opinólogo,
no hay académico que no haya concurrido a cuanto plató encontrara en sus
andares, y se haya acomodado una catedrática toga para apostrofar sobre lo que
nunca jamás debiéramos siquiera imaginar, al menos para mantener el equilibrio
y la paz social. No para buscar al menos una forma de forzarnos mutuamente a
decidir simplemente si hay razones o no para matarnos en las calles a golpes de
puño y patadas. Preguntarnos.
Pero no hay modo de evitarlo. En
nuestras calles argentinas se están abriendo las puertas del infierno. Sucede
que espontáneas turbas de vecinos matan, trompean y lesionan a
aquellos que desde tiempo atrás asuelan las calles de las ciudades
robando, lesionando y matando gente para robarle su magro dinero.
Nadie da la orden, nadie tuvo, hasta segundos antes, al parecer, el mínimo
atisbo de violencia para buscar a otro y matarlo a golpes. Todo fluye en un
trágico flash enceguecedor, y termina en minutos con un
despojo humano que posiblemente tenga una cartera robada en la mano, inconsciente
o quizá muerto, y en una de esas, con un fierro que asoma de sus ropas
desgarradas y ensangrentadas. Violencia, cruda violencia.
Entonces no es ilegítimo preguntar, preguntarse cosas sobre la tragedia
callejera... ¿cómo comenzó? ¿Qué está bien...? ¿Matar al ladrón es un acto de
Justicia?
De Aristóteles a Stevenson
Sobre las causas. Hay una general
afirmación de que la gente común, esa que anda libremente por la
calle, se sube a los colectivos, entra y sale de las oficinas y se para a
puertas de su casa, está harta. Se ha cansado de tanto robo y
asesinato impune a manos de esa otra gente, la que ataca, manotea, roba
carteras y mata a viejos, mujeres embarazadas, chicos, y huye a la vista de
todos y cuando son legalmente detenidos salen por la otra puerta. Esa
afirmación deviene inmediatamente en una justificación colectiva: “No hay
policía, no hay justicia, hay inseguridad, por lo tanto ante esas
ausencias, hay que actuar, y se actúa”. Se mata, se lesiona, se golpea. Causa
eficiente, diría Aristóteles el Estagirita. Desencadenante. “Porque
nadie me defiende, me defiendo”. Y la causa final: “Así
hago Justicia”. Entonces, el Estado de Derecho, magna
forma de convivir en democracia, deja de existir y que en paz descanse. Pero
hay más, vea.
Robert Louis Stevenson, múltiple
premiado post mortem por su obra escrita, publicó en el año
1886, una novela que habla de la transformación de un hombre, el médico Henry
Jekyll, en otro, el extraño, violento y totalmente antisocial, el señor Edward
Hyde. Esto sucede a causa de un experimento que sobre sí mismo hace Jekyll,
quien se administra una pócima que despierta en su persona, al otro, quién, en
ausencia de aquel, sale a matar por las calles de la Londres victoriana.
Intérpretes de esta esquemática escritura, creen encontrar que Stevenson
plantea lo que la psicopatología habrá de comprender posteriormente como trastorno
disociativo no especificado o trastorno disociativo de la identidad
[antes conocido como trastorno de personalidad múltiple].
Y vienen nomás la pregunta: ¿Es la
turba que lincha en función de su Justicia, a alguien, un Mr. Hyde
colectivo, emergente de un Doppelgänger que, como su
nombre lo indica, camina siempre en el lado oscuro de uno? Esta sería una
arriesgada conclusión sobre una hipotética patología social que implica al ser
violento de uno, que se expresa colectivamente. Eso es cuando el Ángel de la
Muerte se despereza y sacude sus inmundas alas negras.
Violencia
Con esas dos propuestas de análisis,
me es posible sustraer un elemento que sí o sí, innegablemente está presente,
contenido en el escenario social donde nadie sabe quién es el
actor y quiénes los comparsas. La violencia. Lo mismo que en todas las
guerras todas que asuelan al planeta donde vivimos. Matarse a hondazos
o con programas de computadora. La cosa evoluciona. Da lo mismo.
Y aquí es donde creo hallar un trozo
de tejido para analizar en este macroscopio que es el
instrumento de análisis de la complejidad, y reformulo las preguntas: ¿Cuál es
la causa de tanta violencia, esta misma que nos ocupa? [...la del que se
levanta decidido y sale a matar, robar, lesionar, como la
de aquellos que lo cazan y apalean hasta la muerte, etcétera];
¿existen condiciones previas para que la violencia despierte al Hyde colectivo?
¿Vivimos en pleno ejercicio del Estado de Derecho? ¿Qué siento cuando salgo y
encuentro a un motochorro arrastrando a una mujer para quitarle cartera? ¿Qué
siento si veo a viejos, adolescentes, mujeres con bolsas de mercado, pacíficos
viandantes, apaleando a un motochorro? Políticos se desgañitan hablando
para decir que no hay Justicia, que la inseguridad... que la pobreza, que la
inflación, que qué horror y que la Policía tiene que actuar, que los Jueces no
deben largar a tanto delincuente... Y los funcionarios: Que la criminalización
de la pobreza, que la exclusión, que el Estado de Derecho somos nosotros, que
la inseguridad es una ficción o una sensación... Y los Jueces [que
sólo hablan a través de sus sentencias y decisiones]: Que nadie de los
demandados se ha enriquecido ilícitamente, que no hay mérito, que la causa está
prescripta, que es delito excarcelable, que el delincuente es una
víctima...
Mientras tanto, hay secretarios
nacionales de seguridad que se exhiben en un choque de bicicletas, pero
ni se sabe dónde estuvieron cuando asesinaron a tanto jubilado,
viejecita o joven embarazada... Y hay también jefes de Policía que apoyan a sus
infantes de a palo, cachiporra, escudo y casco, literalmente los apoyan para
que no se caigan cuando una “turba” de docentes armados sólo con sus protestas
callejeras ejerce su legítimo reclamo por un sueldo digno.
Entonces, entonces como única
respuesta me ataca el horror de no tener respuestas.
Edición impresa: Semanario "Nueva Propuesta", Salta
Digital: www.agensur.info
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