Ni estado mafia, ni
estado narco, ni estado inerte
Por Beatriz Sarlo |
Ha sonado otra hora. No se trata simplemente de una hora
electoral, aunque ese momento no pueda desperdiciarse. Se trata de recuperar
elperdido horizonte igualitarista.Si la izquierda lo abandona, deja de ser
izquierda. Escribo la palabra “horizonte” precisamente porque se trata de una
dirección hacia la que se avanza, evaluados todos los obstáculos que son, hasta
hoy, más poderosos que las fuerzas dispuestas a sostener esa marcha.
No es, por
cierto, una dirección utópica. Es el reconocimiento de que, sin ese horizonte
de igualdad, no habrá sentido para la izquierda. Los indignados, los que ocupan
las plazas, los que reclaman, lo hacen movidos por el sentimiento de terminar
con las injusticias. Carecen de políticas. Las reivindicaciones sociales
rechazan la forma política y en ese rechazo encuentran su legitimidad. Revivir
la política es ir a contracorriente.
Los políticos no saben qué hacer dentro de este espacio
inhóspito. No pueden correr atrás de los hechos que otros generan en las plazas
o las calles ni convertirse en un grupo más de indignados. No pueden contemplar
el piquete ni moderarlo. Su deber es solucionar aquello que las movilizaciones
y el piquete muestran como herida. El deber de la hora es pensar un sistema de
traducción entre la indignación moral y la transformación real.
Si la izquierda quiere entusiasmar y entusiasmarse no puede
ser solamente la administradora técnica de lo que el mercado no provee o provee
mal. La izquierda no es una nueva tecnología (prolija y honrada) de la
política, sino una nueva alternativa para distribuir los bienes comunes.
El éxito del kirchnerismo no se sustentó en su sabiduría
técnica sino en su capacidad para presentarse como lo alternativo a lo
existente. Fue una falsedad y la actual decadencia del kirchnerismo lo
reafirma. Pero en algo acertó: supo convencer a muchos que sus iniciativas
caóticas, dispendiosas, arbitrarias equivalían a una redistribución. Y generó
una maraña estatal-privada donde la sospecha de corrupción afecta a todos los
políticos.
Por eso, no hay solución reformista en este punto. Lo
primero es un compromiso: los hechos de corrupción de los últimos años serán
juzgados. Este compromiso no obliga a empezar con el acuerdo de todo el mundo.
Por el contrario, es necesario expresarlo primero, recoger la bandera y forzar
el acuerdo. La izquierda tiene que comprometerse a garantizar los juicios y,
luego, que se sumen los que no quieran aparecer como la última defensa de un
grupo repudiable. Hay que declararlo ya mismo, de la manera más nítida. A
partir de este fundamento moral, la izquierda tiene que pensar nuevamente el
estado.
No hay otro instrumento tan destruido ni tan potencialmente
poderoso. Los vecinos de un barrio contaminado pueden protestar hasta
desgañitarse. Pero si no interviene el estado sus hijos seguirán viviendo en el
barro producido por las fábricas y los basurales. La sociedad es fuerte si se
organiza, pero el estado debe ser su brazo. Durante demasiado tiempo ha sido el
brazo de las camarillas burocráticas y de los grandes poderes fácticos.
El estado argentino es un sistema enorme, caro e ineficaz,
atravesado por los intereses corporativos de sus burocracias, colonizado por
los intereses económicos capitalistas, perforado por su ineficiencia y por la
corrupción. Por eso,junto con la reforma impositiva, el estado debe ser el gran
instrumento de una política de izquierda.
El primer error es el estatismo, que se sostiene en la
creencia de que el estado es invariablemente mejor siempre y en todas las
actividades. El estado no siempre es mejor en todo, pero muchas veces es mejor
que el mercado en muchas áreas. Desacreditar al estado fue la ideología
noventista que, además, quiso convertirlo en lo que en varios países se
denomina hoy un “estado mafioso”. Afirmar que es siempre y universalmente bueno
es su reflejo simétrico. Acá se abre un capítulo técnico: cómo decidir dónde el
estado es indispensable y cuál es su forma.
El estado argentino es inmenso y ha crecido como dador de
trabajo, sobre todo en las provincias más pobres y en las más pobladas (donde
se necesitan más bienes públicos). Pero es ineficaz. Una de las razones de su
ineficacia es la ausencia de un contrato con los trabajadores públicos. Sin un
nuevo pacto, que incluya a los maestros, a los profesionales de la salud y el
transporte en primer lugar, lo que el estado distribuye son bienes de segunda y
tercera clase. Bienes de pobres para pobres.
El estado tiene el deber de intervenir en el foco de un
problema nacional. Llamemos a ese problema la “Villa Miseria”, donde puede
leerse la constelación de las grandes cuestiones: inseguridad, redes capilares
del narcotráfico, santuarios del delito, ausencia de instituciones públicas,
deformación y degradación del territorio, condiciones hostiles a la vida. Allí
la izquierda debe hacer su apuesta transformadora. Y convencer a las capas
medias de que su propia vida será mejor y sus bienes estarán más a salvo, en un
país donde la vida desnuda no esté invariablemente al borde de la enfermedad,
la indefensión o la muerte.
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