Por Gabriela Pousa |
La “no renuncia” del Subsecretario Técnico de la Presidencia, Carlos
Liuzzi, es un síntoma perfecto del kirchnerismo según Cristina. Una jefe de
Estado parecida a las antiguas matronas que cobijaban hijos pródigos o
díscolos, sin diferenciarlos siquiera. No existe un medidor de grados de
corrupción pero estos avales de la Presidente a funcionarios manchados
con dinero y con sangre, la sitúan a ella como la mandataria más corrupta de
las últimas décadas. No sólo corrompe sino también apaña la corrupción ajena.
Hay una suerte de cofradía en Balcarce 50. Ni siquiera Néstor
Kirchner podría disputarle ese primer puesto, recuérdese que frente a las
evidencias explícitas, sacó a Felisa Micelli de Economía. Luego, Cristina la
retornó ofreciéndole un cargo, una especie de amnistía en un foco infeccioso
donde el pus aflora por todos lados.. Esa misma amnistía encubierta,
parcial y a conveniencia rige para quienes mataron en los ’70. Los
montoneros están subsidiados, los militares presos aún superando los 80 años y
no teniendo proceso ahí están, esperando.
Es verdad que si en este momento, la mandataria, tuviera que echar a
cada funcionario sospechado o imputado por la justicia se quedaría sin gabinete
y sin aplausos para adornar cada uno de sus actos. Pero lo trascendente
es observar de qué modo, el gobierno se convierte en un rejunte de imputados
judicialmente y sospechados. Por más que haya internas en su seno, nadie puede
tirar la primera piedra ni acusar al compañero. Saldría salpicado.
En ese contexto, el kirchnerismo necesita adoptar otro relato. Ya no
sirve aquel “traje a rayas para evasores” que pedían en mayo de 2003, ni
es válido el discurso igualitario. Hay una ley para ellos y otra para
el pueblo. Hay una Justicia ciega y otra espiando por sobre la venda. Hay un
Norberto Oyarbide que con su sola presencia corrobora la dependencia del Poder
Judicial del Ejecutivo Nacional.
En definitiva, con la república ha muerto la credibilidad en la
dirigencia. Y una vez perdida, la confianza fácilmente no se recupera. Por
esa razón el desesperado pedido de “amor, amor, amor” de Luis D’Elia en
televisión fue considerado un “acting” más que un gesto con argumento en la
razón aún cuando muchos puedan adherir con su desaforada prédica mediática.
Sin duda, un refrán grafica de maravilla lo que pasa: “Hazte la
fama y échate a dormir”. De acá al 2015 es preferible que el gobierno
duerma a que pretenda que se le crea. Es preferible que se lo acuse de
mentir que de pervertir hasta las raíces más profundas de la política, la
economía y la cultura.
De pronto, el gobierno deja de publicar estadísticas. Y en rigor, quizás
sea óptimo que así suceda antes de seguir vendiendo porcentajes
insólitos, ajenos a los hechos, que nadie cree como sucede con los productos
que, según el ministro Kicillof, bajaron de precio.
Asimismo, ¿cómo pretender que alguien medianamente sensato crea que el
titular del Palacio de Hacienda fue en viaje relámpago al Fondo
Monetario sólo para saludarlos? ¿Qué pasó, vio luz y subió…?
El único consuelo es saber acabado al gobierno. El
próximo año, el kirchnerismo llega a su fin pero una de cal y una de arena: el
peronismo queda. En consecuencia, no hay garantía alguna que asegure
que no se continuará con la clásica fórmula populista y demagoga. Una pena.
Lo que sucederá en las elecciones, de no conformarse una oposición unida
y homogénea, será algo similar a una mudanza. Los muebles serán los
mismos, los adornos también, sólo cambiará la disposición porque el
departamento nuevo tiene otra distribución. Da impresión de nuevo pero
lo novedoso es muy poco. Los vicios se mantendrán incólumes por la mismísima
esencia de ese movimiento que ya ha dejado vastas pruebas de gatopardismo en
este suelo.
Es verdad que deshacerse de Cristina se vive como un remanso.
Su mal trato ha sido y es magnánimo, su desprecio incalculable y su desatención
a las demandas populares alcanzaron niveles siderales. Sin embargo,
también es cierto que muchas veces creímos que peor no podíamos estar, y la
sorpresa nos cayó como balde de agua helada con temperatura bajo cero.
Es menester cambiar de protagonistas y de elenco, no sólo de escenario y
utileros. Resulta un sinsentido escuchar, en estos días, hablar del
“zabeca de Banfield”, del menemismo y de la Alianza como si el pasado no fuera
eso. Vivimos atrasados, ni un debate sobre futuro hay en esta Argentina ¿Será
culpa de la dirigencia o de la sociedad que no le interesa lo que mañana ha de
pasarle ?
En el 2011, gran parte de la ciudadanía votó a Cristina. Y hace
tres años ya existía la corrupción, las mentiras estadísticas del INDEC, el
sometimiento de juzgados y fiscalías, la parcialidad jurídica, etc. Si no
importó entonces, por qué creer que importará en las próximas elecciones. La
respuesta está en el órgano más sensible del argentino: el bolsillo.
Hace tres años aún había caja. En algún momento se vaciaría pero nunca
se piensa en el mañana en Argentina. Se vivió el derroche de subsidios, del
gasto público, en síntesis, una fiesta similar a la del menemismo. Afloraron
como hormigas los “nuevos ricos”, esos a quienes el largo plazo les importa un
rábano. Esos que pregonaron con inobjetable éxito un “carpe diem” ingenuo y
maniqueo.
Pero la fiesta terminó y junto con la cuenta de lo que se gastó, dejó
una radiografía patética de la idiosincrasia nacional: todo es algarabía
si hay plata para comprar un plasma, un auto de alta gama subsidiado, viajar y
huir de la ciudad los fines de semana largos. Nadie protestó porque
estos marcaban la muerte de las tradiciones y las fechas patrias. Nadie se negó
al consumo porque después no habría un peso para la olla y el puchero…
En ese sentido cabe reconocer que a gran parte de la sociedad le
importa nada la institucionalidad, la moral, la verdad, y sólo le interesa la
inflación, el dólar y la inseguridad..
Asimismo, en este teatro de calamidades y en trance de cambiar para que
nada cambie, aparece el proyecto para limitar piquetes y
movilizaciones. En realidad, ciertos piquetes pues no habrá impedimento a la
hora de cortar todo el microcentro para estacionan los micros de los “pibes para
la liberación” que deben hacer pogo en el Patio de las Palmeras después de los
actos y las cadenas.
Ya la Constitución habla del derecho a la libre circulación, ¿es
necesario otra ley? ¿No sería mejor poner en práctica la Carta Magna de la
Nación? Por otro lado cabe preguntarse qué hubiese pasado si este
proyecto lo presentaba Sergio Massa o Mauricio Macri. Hubiese sido un acto
dictatorial, una censura a la libertad del ciudadano, una afrenta al sistema
democrático.
Pero la jefe de Estado necesita recuperar la calle que perdió en manos
del sindicalismo y del hartazgo. Los piquetes contra el gobierno
aumentaron un 49% respecto a marzo del año anterior, y nadie puede pensar que
vayan a menguar en un clima de ajustes y devaluación.
Vienen tiempos en donde lo arbitrario será lo cotidiano.
Cristina será cada día más Cristina con todo lo que ello implica: su descaro,
su perversión. Sólo resta saber hasta qué punto la sociedad sigue
siendo aquella a la cual poco o nada le interesan las instituciones, la
independencia de poderes, la inserción argentina en el escenario internacional
o la corrupción, en la medida que le solucionen la inseguridad, el dólar y la
inflación.
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