domingo, 9 de marzo de 2014

Inseguridad para todos

Una jugada política de Massa dejó al Gobierno patinando y a la oposición entre dudas. La realidad que no ve Zaffaroni.

Por Alfredo Leuco
La polémica feroz sobre la inseguridad galopante se convirtió en una bomba de fragmentación cuyas esquirlas impactaron con fuerza en el gobierno de Cristina, pero también en el resto de la dirigencia, sin distinción de camisetas partidarias. Sergio Massa, con astucia, puso el dedo en la llaga y se encendieron todas las alarmas. La respuesta de Cristina fue a través del pobre Jorge Capitanich, que una vez más tuvo que poner la cara para decir obviedades. Primero apuntó a las formas y no al fondo de la cuestión. 

Planteó que una consulta popular por la reforma del Código Penal era inconstitucional. Aunque Coqui tuviera razón, eso no invalida la fuerte definición del Frente Renovador y la movilización que generó alrededor de la recolección de firmas y páginas web. Eso que el radicalismo y el PRO también criticaron por “oportunista” se llama hacer política y tener olfato o sentido de la oportunidad. Fijar posición contundente sobre el tema que más angustia a los argentinos, reclamar señales de combate más serio y riguroso a todo tipo de delitos y convocar a participar a los ciudadanos de alguna forma es tomar la iniciativa y fijar la agenda. Todos los demás acusaron el golpe, se mostraron sorprendidos, dubitativos y fueron a la cola como meros “comentaristas” tardíos del misil que Massa había tirado. Coincidieron también en balbucear que “no es el momento” de discutir el nuevo código. La ausencia de sensibilidad popular y el exceso de reunionismo en los laboratorios partidarios muchas veces hacen que la dirigencia no pueda registrar la temperatura de la sociedad.

A nadie, absolutamente nadie, le importa la discusión legal y la sofisticación técnica. Sólo a los especialistas que se desayunan con bronce, como Eugenio Zaffaroni, que escribe anteproyectos para Suiza o para dar cátedra en París. Son formas intelectuales de la masturbación. Allá afuera, en el Conurbano profundo, las madres entran en pánico hasta que sus hijos regresan del colegio. Muchas veces les roban mochilas o zapatillas para comprar el maldito paco. Las cocinas de droga generan fuentes de trabajo en la provincia de Buenos Aires. Los sueldos de los “soldaditos” en Rosario son altísimos y no hace falta discutir nada en paritarias. Sólo hay que estar dispuesto a matar a un semejante. ¿Es tan complicado que la dirigencia entienda eso? Zaffaroni es el nombre de las abstracciones. Así ganó su prestigio internacional, y bien ganado está. Pero es vergonzoso que se coman ese amague los políticos que aspiran a representar a las mayorías y a conducir los destinos de la Argentina. No es mi intención degradar el trabajo académico. Sólo advertir que es un elemento más y no el único que debe utilizar un dirigente si quiere liderar.

¿Hasta cuándo van a creer más en las palabras que en la realidad del ciudadano común? No hace falta hacer seguidismo y repetir el discurso de sentido común. Pero tampoco se puede estar todo el tiempo discutiendo el sexo de los ángeles. El que pueda convencer a la mayoría de los argentinos de que va a lograr pobreza cero y mejorar de verdad la seguridad y el transporte tiene la batalla electoral ganada.

Zaffaroni, en el ocaso de su trabajo en la Corte Suprema, acusó a quienes lo critican de caer en la “demagogia punitiva” y es todo lo contrario. Hay una demagogia provictimarios que a esta altura es reaccionaria y frívola. El jurásico prejuicio ideológico de que para ser progresistas hay que defender a los delincuentes porque “todos los presos son políticos y producto del salvajismo capitalista” a esta altura no resiste la menor discusión. Es más, la psicología moderna prueba que es muy difícil que se recupere para la sociedad una persona que, por ejemplo, viola y asesina a una chica. Y el anteproyecto de Zaffaroni no quiere aplicar el agravante de la reincidencia. Es un delirio.

¿El progresismo es otra cosa? Un gobierno debe generar la mayor justicia social y la mejor educación posibles para cerrar ese caldo de cultivo para el delito que son la marginalidad y la exclusión. Eso no se discute. Ese es el principal rol del Estado. Pero además, mientras se construye ese país más igualitario y equitativo, hay que proteger a los argentinos honestos que se rompen el lomo trabajando todos los días. ¿Es tan difícil comprender que el Estado debe estar siempre del lado de los más débiles? De las víctimas que padecen la droga, el robo, el crimen y la violación de sus seres queridos.

Ese es el verdadero debate. ¿Cuál es la señal vigorosa de un Estado que tiene que intentar derrotar al crimen organizado primero, y después a todo tipo de delincuencia? El silencio de Cristina es ofensivo a esta altura. Está convencida de que los argentinos son tontos. Por eso le ordena a Capitanich que diga que los responsables de la seguridad son los gobernadores. Eso la deja conforme. Curando de palabra cree que va a transformar en realidad de inmediato, como por arte de magia. Encima el Coqui sobreactúa y dice que los medios usan la información de narcotráfico de relleno porque no tienen otras noticias. Fracasaría como editor periodístico como lo está haciendo como Jefe de Gabinete.
Cristina y Berni se tienen que poner al frente. Con la Policía Federal, con los gendarmes, con mejores leyes y equipamientos, con la destrucción de los capitales que financian a los narcos. Los gobernadores y los intendentes de todos los matices ideológicos tienen que sumarse a esta lucha por el principal derecho humano de hoy, que es vivir en paz y tranquilidad. El miedo social siempre favorece a los más poderosos, que tienen mejores armas para defenderse.

¿Cómo se va a bajar el nivel del delito en la Argentina si Cristina no se atreve ni a llamar las cosas por su nombre? ¿Cómo interpretar las marchas y contramarchas de radicales y macristas y el silencio de los socialistas? ¿Confían más en sus viejos dogmas o en mejorar la vida cotidiana del pueblo?

Hay que pensar, debatir con la sociedad, diseñar y ejecutar soluciones. No hay más espacio para diagnósticos y charlas de café. Es el mayor problema que tiene el 82,4% de los argentinos, según la encuesta de Mariel Fornoni. El que primero registra lo malo que pasa en una comunidad tiene una gran ventaja. Dio el primer paso. Porque nunca es triste la verdad. Sólo falta encontrar el mejor remedio.

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