Como en los 70, ahora
el kirchnerismo intentará mostrar que es una roca. Dislates propios y también
ajenos.
Por Roberto García |
Para hoy, como en los 70, la consigna arrebatadora es ocupar
el Congreso, adentro y afuera. En la primera línea, cerca de Ella, pelearse por
figurar como antaño, cuando se mataba o moría por la cercanía al palco y la
ocupación de la Plaza, suponiendo entonces y ahora que esa contingencia le
otorga más crédito y legalidad al Gobierno –que la imaginería popular asimila
una movilización sectaria– como la garantía de que la Administración es una
roca. Cuestión de imberbes con su orga, antes; patetismo de veteranos, ahora.
Cristina, que compra lo que ella misma vende (lo que no es
bueno para el negocio), no ignora el apoyo crematístico de su propia Casa
Rosada –expresado en las mejores y peores formas posibles– para que la nutran
el día del inicio legislativo de un calor vocinglero y colorido que parece
jurar conformidad y obediencia a ciegas. Engañosa simulación que no es
patrimonio exclusivo de la dama. Ya los radicales con Alfonsín también
entendían que la movilización era clave para el convencimiento colectivo, igual
que ahora los sedientos barones pejotistas del Conurbano junto a los
admiradores de La Cámpora, como si un pogo perpetuo y musical fuese el
fundamento de la democracia.
Para más de uno, típico que lo de hoy será discusión por el
número de asistentes a la vecindad o por si algún travieso le opaca la fiesta
al oficialismo (como el día de la última jura, cuando los camporistas no monopolizaron
las invitaciones y muchas fueron copias pícaramente realizadas por otros
peronistas). O por un escándalo previsible o una refriega eventual, ya que
abundan los disgustados con el hecho de que el Congreso hoy mude su
habitualidad de escribanía para convertirse en una mera dependencia del
Gobierno. Importan esos acontecimientos más que el mamotrético discurso
presidencial (hay promesas de que reducirá la exposición para evitar que se
retiren los opositores), seguramente dominado por algunas desopilantes leyes de
Murphy y la hogareña esencia filosófica de que “no reniegues cuando todo va
mal, porque te podría ir peor”.
Ver, por ejemplo, la discusión colectiva e insolvente que se
esparce sobre el valor, conveniente o no, de la venta de YPF: van de la campaña
oficialista y las obvias traiciones psicológicas de Kicillof (¡cómo jodimos a
los gallegos!) para justificar un precio controversial, a las tonterías de
Elisa Carrió, quien aludió a emprender una acción penal por burlar la
intervención del Tribunal de Tasación, cuando éste sí participó, más allá de
que haya procedido en forma criteriosa. Hay infinidad de argentinos conocidos
que han hablado sin leer u hojear el acuerdo. Ni conocen el negocio petrolero:
cada vez se habla más en forma unánime de las excelencias que producirá Vaca
Muerta, de la conversión de cada argentino en un tío patilludo, justo cuando
las estadísticas de enero indican que en esa veta prodigiosa se ampliaron más
pozos y rindió menos.
Cristina, para su presentación, seguramente acudirá a su
principal vena de estudio, el Derecho. A propiciar con nombre y apellido un
sueño reformista y reducidor de los códigos Civil y Penal, dos temas que
envolverán intensos debates y cuyo punto de partida reconoce flojedad
intelectual en los promotores elegidos. Lo que aparece como mejor expresión
democrática quizás oculte una representatividad menguada y, sobre todo, exponga
un dominio aristocrático que pretende saber la ocurrencia del mundo en los
próximos 20 o 100 años con la misma solvencia de lo que costará YPF en ese
tiempo.
Es posible, además, que la mandataria incurra en otras
cuestiones menos versadas, pero imprescindibles para completar su ciclo con
cierto piso popular. Como ha empezado a enternecerse con el peronismo, que cita
a sus bonaerenses cultores sobrevivientes, tal vez introduzca en ese giro
anuncios de la llamada justicia social, que puede escandalizar a empresarios y
financistas (restricciones a sus ganancias, según temen) y alimente el espíritu
de los convocados a la Plaza y anime a un sindicalismo que jura bramar contra
la pérdida de salario sin un atisbo de rebelión física. Muchos, en su inercia
pasiva, parecen tentados por una regularización de la caja de las obras
sociales que los favorece arbitrariamente, otros disimulan su enojo por algún
temor personal-judicial y la reverencia a lo institucional para no ser tildados
de destituyentes (además de ejercer la excusa martínezdehocista o guevarista
del cuanto peor, mejor, traducido a no pedir aumentos o reparaciones cuando hay
que cuidar el empleo).
Para Ella, este tipo de anuncios le permitiría decir que no
es hija del FMI, de los buitres, de los Repsol, del Club de París o de los
banqueros devaluadores, a pesar de haber devaluado, modificado el Indec,
pactado con las petroleras y negociado con las organizaciones internacionales
del poder.
Si pareció indigestarse con esos tragos de importancia
estructural, también le importan otros simplemente coyunturales. Como el
convenio que cerró Lionel Messi con Mauricio Macri para estos meses previos al
Mundial, elección que implicó no involucrarse con el gobierno nacional ni con
provincias adláteres, a pesar de que las sumas prometidas multiplicaban por
cuatro la tentación (fondos que al parecer vuelven a la ciudad por la
generosidad del jugador y su fundación). Una insolencia, sin duda, que habría
sido gestada por un operador (Avelino Tamargo, de diversos servicios para el
intendente) que se mimetizó en la familia del 10 del Barcelona.
Curioso, sin duda, como el propio Macri, quien se ufana de
la conquista (tres publicidades filmadas sobre las bondades de la ciudad) y
nada ha dicho, en cambio, del premio que le dieron en Davos por haber redactado
el mejor tuit entre todos los participantes al simposio sobre la cuestión
social. Algo así como “los pueblos hoy son ricos en información y
multimillonarios en expectativas”. Una expresión certera, quizás no
políticamente correcta para estos tiempos de la reaparición peronista.
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