Por Roberto García |
Finalmente, este venidero 26 el Papa recibirá a una
delegación argentina, la misma que desconoció hace un mes y, a través del
mensaje de una de sus amigas telefónicas, sostuvo que no estaba en sus planes
ocuparse de esa gente y menesteres.
Comprensivamente se deslizó que ahora lo
inquieta otro tipo de necesidades universales (aunque dispone de tiempo para
enviar un despacho felicitando a un juez federal, Sergio Torres, por un
homenaje que le hicieron legisladores porteños).
La información desmentida apareció en la tapa de PERFIL y en
La Nación, hecho por el cual ambos medios ingresaron a un Index de excomulgados
mientras el Gobierno se burlaba de la presunta primicia. La volteada novedad
hasta desconectó del mundo a un sacerdote de buen comer y cercanía con el
Pontífice, Carlos Accaputo (a cargo de la Pastoral Social), uno de los que
impulsaban el encuentro, quien alelado por el descarte dijo internarse en un
interior tan distante donde no podía hablar y ni siquiera funcionaban los
celulares.
Junto al cura extrañado quedaron colgados del pincel en
posiciones dudosas los viajeros: el ministro de Trabajo, Carlos Tomada; el
titular de la UIA, Héctor Méndez; el sindicalista de la Construcción Gerardo
Martínez y un gestor de voluntaria figuración a cargo de una cámara
alimentaria, Daniel Funes de Rioja. Ese núcleo creyente había prometido asistir
a la nonata cita vaticana bajo la consigna de dialogar sobre la reunión de la
Organización Internacional del Trabajo, a la cual este año asistirá Francisco a
principios de junio.
Como seriamente nadie –salvo los que viajan en general con
pasajes pagos por otros– le otorga trascendencia a esta cumbre burocrática y de
probada ineficencia, era plausible el encuentro y la imaginación indicaba que
la excusa de la OIT inducía a que el Santo Padre bien pudiera bendecir un
inicio de concertación argentina, objetivo que desde hace décadas (recordar a
Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde, entre otros) persigue la Iglesia en los
momentos de crisis y cuando los gobiernos exhiben cierta incapacidad para
administrar el poder.
Además, ya se ha vuelto un latiguillo la plañidera inquietud
papal de “cuiden a Cristina” (para que complete el mandato), sus conversaciones
con Ella, sugerencias y consejos derivados para la crisis justo cuando a la
mandataria la acecha firmar decretos casi intolerables para el relato oficial
en materia de tarifas, por ejemplo. Es decir, el dilema de racionar el gasto
público como complemento de la devaluación y la suba extrema de tasas, o volver
al proceso inflacionario.
Pareció atendible la primera suspensión del viaje
tripartito: no podía ocurrir antes de que Cristina se trasladara, esta semana,
a la Santa Sede. Era una incorrección diplomática, por lo menos. Una vez
superado el capítulo presidencial, tal vez tenga sentido y dimensión la visita
del 26 de empresarios, funcionarios y gremialistas, aunque habrá de insistirse
en el perfil excluyente dedicado a la OIT. Ese tropiezo de fechas, sin embargo,
desató una porfía interna de quienes se suponen más confiables para el Papa,
amigos, religiosos, obispos, advenedizos y espontáneos que, remedando los
tiempos de Perón en Puerta de Hierro (conviene recordar el origen político de
Jorge Bergoglio, militante en su juventud de sectores cercanos a Guardia de
Hierro, en el Bajo Flores), promovieron la intriga a favor de un delegado u
otro, emisarios no del todo sanctos, mensajes y cartas varias e incomprobables
mensajes clasificados en conversaciones en Santa Marta.
Un movimiento singular que se abastece por la inquietud casi
deportiva y turística de tantos compatriotas, deseosos por fotografiarse con el
Papa, transformarse en falsos influyentes, y tentados por descubrir los
pliegues intelectuales de un jesuita a quien alguna vez apodaron Loyola (como
el desenfrenado gran poeta francés Arthur Rimbaud calificaba a su amante e
ingenioso vate, Paul Verlaine; mención estadística, no comparativa).
Lo cierto es que la contingencia opacó a Accaputo
temporalmente y ha emergido como gestor un caballero de apellido Iribarne, no
se sabe si Rodolfo o Miguel Angel. Ambos son laicos, peronistas, seguidores y
difusores de la política vaticana, aunque el último está vinculado a la
Universidad Católica, cara al cariño de Francisco y eventualmente una de las
sedes convocantes si es que prospera la iniciativa del diálogo entre los
variados dirigentes argentinos. Aunque la búsqueda de paz social seguramente
guarda otras aspiraciones, tanto de la mandataria argentina como del propio
vicario.
Hay quienes barruntan otras expectativas más terrestres para
la entrevista de Cristina. Desde las cuestiones personales en la confesión a
otra relacionada con la reforma de los códigos, el Civil con media sanción y el
Penal que, sin entrar todavía al Congreso, ya fue demolido por la cuidada
lectura que Sergio Massa realizó sobre el actual pensamiento de la opinión
pública. En ambos hay referencias al aborto que le preocupan a Francisco y que,
seguramente, tampoco satisfacen a Cristina, quien más de una vez se pronunció
contra esa interrupción (aunque jamás se pronunció en forma tan abierta y
terminante como su colega progresista, el ecuatoriano Rafael Correa, enemigo
del genocidio fetal).
Otro tema, más onírico quizá, sea la posible mención del
problema de la deuda argentina con los holdouts en la posterior visita de
Barack Obama a Francisco, unas semanas después, ya que la Casa Rosada entiende
que podría ser clave el norteamericano para que la Justicia de su país el mes
próximo no habilite el reclamo contante y sonante de los llamados fondos buitre
(aunque se conocieron declaraciones últimas del canciller John Kerry que
sugieren lo contrario).
Nadie considera esta demanda como una misión para el Papa, a
pesar de la informalidad que rodea todos sus encuentros con presidentes, sobre
todo con alguien poderoso y casi desconocido en lo personal que anida en su
tierra, un clero que fue decisivo para la elección de Francisco. Menos desde
que la Corte Suprema argentina esta semana se despachara con una sentencia
–cuya urgencia se desconoce– que por cuatro votos rechaza un fallo del juez
Griessa, renueva la amenaza del default, tal vez alerte a posibles acreedores
externos y a la cual casi no se le dio importancia pública.
Lo cierto es que, más que nunca y por necesidades obvias, el
odiado Bergoglio se ha convertido en el amado Francisco. Delicias del
kirchnerismo.
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