Por Gabriela Pousa |
No
pertenecen al mismo partido, sin embargo, el acto estuvo sumido en un clima de
respeto mutuo, un ejemplo de política y civismo.
Ni marchas partidarias, ni militantes con banderas extrañas gritando
consignas o amenazas, en definitiva, ninguna de la parafernalia festiva
que caracteriza a esta geografía. Un acto netamente democrático. Una
hora después, el presidente saliente, en su cuenta de Twitter, escribía lo
siguiente:
Ni héroe ni vencido, simplemente: digno.
Hay quienes creen que nos separa apenas una cordillera. Geográficamente
es posible que sea de esa manera, pero nos distancia aún más la brecha
entre su dirigencia y la nuestra. Volviendo a la asunción de Bachelet,
cabe aclarar que Cristina Kirchner estuvo ahí. ¿Habrá aprendido algo? Lo dudo.
Ella necesita el circo, “los pibes para la liberación”, los “ni ni” que
“progresan” con 600 pesos, los aplausos forzados, los aduladores rentados. En
rigor, Cristina Fernández de Kirchner es todo eso, una puesta en escena donde
actúa como director y orquesta.
Protagonizó un duelo eterno con singular éxito: el vestidito
negro conmovió a un 54%. Luego se purificó con el blanco y, recientemente,
apareció frente al Papa como una suerte de versión femenina de Felipe II, casi
la hacedora del Concilio de Trento. Católica devota rendida a los pies de
quien desdeñó un sinfín de veces.
Esta última actuación puso en evidencia, la gran derrota de la
presidente. Llego al Vaticano vencida, no por adversarios políticos sino por su
propia porfía.
Veinticuatro horas después el Sumo Pontífice, jesuita que no
habla sin saber el significado exacto de cada palabra, se refería a la
necesidad de acercarse al Señor, “para no ser cristianos disfrazados, que
cuando pasa esta apariencia se ve que en realidad no son cristianos“. Y
subrayaba “si se es hipócrita no se está en el buen camino“
Finalmente agregó que hay que “cuidar al prójimo, al enfermo, al
pobre, al que tiene necesidades, al ignorante. Los hipócritas no saben hacer
esto, no pueden, porque están tan llenos de sí mismos que son ciegos para mirar
a los demás“
Nadie más que él sabe por qué pronunció esas sentencias tras la visita
de la mandataria argentina, pero cualquiera que viva en estos pagos
puede inferir o sospechar a quién se refería. Francisco había almorzado con una
jefe de Estado a la cual conoce a pie juntillas.
El show continuó en Francia. Hubo homenaje de Napoleón mientras acá yace
destrozado Cristóbal Colón. Vaya uno a saber qué parámetros escoge
Cristina para definir que personajes de la historia merecen o no ser
respetados. A Charles De Gaulle no se le ocurriría ni mencionarlo,
claro.
En medio de todo esto, Jorge Capitanich salió a decir que la
economía anda de maravillas. “Los analistas de la oposición mienten“.
Una demostración palpable de la muerte del relato: antes, al menos, se
esforzaban en crear cierta atmósfera de magia y desvirtuaban los hechos. Ahora,
directamente, apelan a la mentira sin sutilezas, casi como decir que lo blanco
es negro.
Mediocridad hasta la coronilla. Uno hasta extraña la pomposidad de esas
estructuras gramaticales que hablaban de matrices diversificadas, inclusión
social por acceder a una netbook donde no hay siquiera electricidad, y demás. Hoy, el stand up
del jefe de Gabinete es, literalmente, decadente. Por momentos causa risa, por
momentos causa una pena magnánima.
Cuenta Giovani Papini que hubo un tiempo en que los
ancianos mandaban. Monopolio del culto y del poder: gerontocracia. Ahora
nos hallamos en plena paidocracia: dominan en todos “los muchachos”. Desde
luego, no se refería a la muchachada de La Cámpora, de lo contrario hubiese
hablado directamente de cleptocracia. Pero su tesis se adapta a este
presente donde las responsabilidades de los gobernantes son casi como las del
infante: livianas, justificables y perdonables, pues la conciencia del error y
el mal no gravitan en la infancia.
Ningún esfuerzo intelectual les es solicitado. En palabras de Papini, ” este
infantilismo progresivo se expande incluso a la razón y a la dialéctica, y las
sustituyen por el inconsciente y la intuición. En suma, lo irracional propio o
característico de los niños“.
A los chicos se le permite quebrar límites, se los exime de rendir
cuentas y se les excusa la transgresión de normas y reglas. Al kirchnerismo
también. Se le ha dejado pasar una década de oportunidades desperdiciadas
sin preguntársele siquiera por qué. Manejaron la Argentina a capricho.
Nos mearon encima, rompieron no un adorno de la casa sino las bases mismas de
la sociedad, a saber: la familia, la Constitución Nacional. Y
adaptaron a su antojo la historia como si se tratase del cuento de Cenicienta o
Superman.
Cristina es el emblema de todo esto. Es la niña de la sonrisa en la
tragedia, del escándalo sucesivo, de la torpeza y el desorden, del lucir como si
viviese en una eterna adolescencia. “El ideal de la mujer antigua era la matrona. El de
la modernísima, el efebo“, remarca el autor de ‘Gog’ y ‘El libro Negro’, y parece que estuviera
hablando de ella.
Así, debemos asumir que nuestra dirigencia, con su tendencia a
la hegemonía de los impúberes, convertirá al país no en República, sino en un
pelotero donde todos se arrojen pelotas como culpas.
Culpas siempre ajenas claro, porque cuando los niños desobedecen y obran
erróneamente, son los adultos quienes deben hacerse cargo de los platos rotos.
Y hace diez años que, el kirchnerismo, se ha encargado de convertir al
pueblo en tutor de sus actos, es decir, de sus fracasos.
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