Por Jorge Fernández Díaz |
Mercedes nació hace noventa años en San Martín de Oscos, un
pequeñísimo pueblo asturiano ubicado en el límite con Galicia y a escasos
kilómetros de Vegadeo, donde también nació la abuela de Cristina Kirchner.
Después de una emigración épica, una viudez dolorosa y una larga lucha laboral
en un sufrido almacén de Boedo, Mercedes se retiró a una jubilación discreta.
Siempre ha sido una mujer bondadosa y no debo ocultar que forma parte
entrañable de mi familia. Resulta que una mañana salió de su departamento del
barrio de Caballito para hacer unas compras y fue abordada por un hombre y una
mujer de cuarenta años. La confundieron con su charla y la subieron de nuevo a
su casa, entre mentiras y empujones. "Dame la guita", le ordenó el
hombre. Mercedes, confundida y consternada, les dijo que no tenía un cobre.
Comenzaron entonces a pegarle golpes a puño cerrado en la cara y en todo el
cuerpo. Le dieron una paliza cruel y devastadora, gritándole que iban a matarla,
y se llevaron mil pesos de un monedero.
Mercedes sobrevivió de milagro, pero nunca más volvió a ser
la misma. La salud de la gente mayor es como el jenga: una sola pieza puede
desestabilizarlos y hacerlos caer. Imaginen entonces lo que puede desencadenar
a esas edades una golpiza salvaje. Tuvo ataques de pánico y daños psicológicos
gravísimos, y ya no pudo salir sola a la calle. Pero es una mujer de suerte,
porque muere un jubilado cada cuatro días en la Argentina a raíz de un robo
violento. En estos últimos tres meses, hubo 17 crímenes de ancianos, y los
expertos calculan que los casos no denunciados o de simple supervivencia
agónica multiplican esa estadística oficial. ¿Cuándo naturalizamos los
argentinos esta clase de aberraciones? Es escalofriante el modo en que la
excepcionalidad y el horror se instalaron progresivamente en el país. Parece
una muerte por monóxido de carbono: un veneno invisible nos va anestesiando y
únicamente nos damos cuenta al final, cuando ya nuestros músculos no responden
y no podemos levantarnos de la cama.
Cuatro millones de jubilados cobran entre 2000 y 2700 pesos,
y les otorgaron un 11 por ciento para que tiren hasta agosto: la inflación
actual ya pulverizó esa limosna y tendrán que hacer frente solitos a un año de
precios astronómicos. Los fondos de la Anses se utilizan para el gasto
corriente de un Estado lleno de "ñoquis", que se mete en todos los
negocios y que se retira de las calles, donde hay vecinos humildes armándose y
disparando a mansalva contra narcos, donde gente honesta lincha a delincuentes
mientras la policía brilla por su ausencia y donde chicos de 12 a 16 años
atacan en banda a otros y los golpean y despojan de todo sin que ninguna
autoridad intervenga. En marzo, y sólo en el conurbano bonaerense, hubo 17 asesinatos
en 19 días: un homicidio en ocasión de robo cada 27 horas.
Nos hemos aclimatado a la muerte, a la estupidez, a la
ineficiencia, a la corrupción y a la mentira insolente. Un periodista que solía
ser un analfabeto político hasta hace cinco minutos se ha convertido en el
máximo ideólogo mediático del Gobierno. Con letra de la Secretaría Legal y
Técnica deslizaba los otros días una original categorización: si estás con el
capitalismo, sos de derecha, y si estás con el Estado, sos de izquierda. ¿Para qué
andarnos con matices ni con chiquitas, para qué sirven los libros universales
de ideología? Para qué vamos a contar que gobiernos de izquierda promueven
sanas economías mixtas y que gobiernos carapintadas, como el inefable régimen
venezolano, remedan la idea mussoliniana del Estado, y además lo hacen desde la
negligencia más absoluta. El gobierno de Caracas, represor de estudiantes y
encarcelador de opositores, tiene la característica de combinar un régimen de
militarización con una de las tasas más altas de criminalidad urbana; una
economía privilegiada por el petróleo con una decadencia inflacionaria y un
desquicio financiero. Ningún intelectual setentista es capaz de criticar ese
engendro. Y argumentan su cómoda y muy provechosa adscripción al kirchnerismo,
aun después de tantas traiciones y errores, con que es la última oportunidad de
tener un Estado omnipresente. Mucho sapo para tan poca cosa: de nada sirve el
ímpetu estatal si la administración pública consolida la pobreza extrema,
conduce al desorden macroeconómico y deserta de la seguridad ciudadana. Si sos
un inútil, no importa si te gusta el mercado o el Estado, la izquierda o la
derecha: sos un inútil y se acabó.
El 75% por ciento de los trabajadores argentinos cobra menos
de 6500 pesos como resultado de la década ganada. Una familia necesita 7300
pesos para no ser pobre. La escuela pública sigue perdiendo calidad y
estudiantes: 300.000 alumnos emigraron a la educación privada en estos años. Y
cuando se juegan el pellejo y tratan de demostrar la pericia del Estado para
gestionar una compañía terminan venteando 700 millones de dólares por año en
Aerolíneas, notorio fracaso gestionario que, de hecho, quema ante la opinión
pública la idea de que es posible administrar con responsabilidad una empresa estatizada.
¿Qué puede pensar el pueblo cuando ve que la Presidenta destinó 657 millones
del Presupuesto Nacional al Centro Cultural del Bicentenario y sólo 62 millones
a refaccionar las cárceles? ¿O que en el contexto de una crisis, donde hace
falta austeridad, se gastan fortunas en remodelaciones de la Casa Rosada y sus
alrededores, en Tecnópolis, en la fabricación de remeras de Evita y en la
construcción de un Teatro Colón nac & pop? Grandes favores le hacen los
kirchneristas con su torpeza al noventismo. Son las paradojas peronistas: los
Kirchner logran lo contrario de lo que se proponen, así como Menem consiguió
hundir por un largo tiempo el prestigio de lo privado.
© La Nación
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