Por Gabriela Pousa |
Si bien el fin de ciclo se ha convertido en un
slogan que poco o nada aporta a la realidad nacional, hay ciertos
reacomodamientos que comienzan a caracterizar la agonía kirchnerista. El
asunto es observar que no la revivan.
Para los funcionarios, después de once años, es
muy difícil pararse en el escenario y confesar que nunca han pertenecido al
kirchnerismo, aún cuando es probable que veamos a varios intentando esa proeza.
La desvergüenza los catapulta y el caradurismo hace mella. Son políticos, y son
argentinos…
Lo cierto es que el peronismo vuelve a ser,
de una u otra manera, el protagonista de esta comedia. La cuestión se torna
compleja si admitimos que hoy más que nunca, Cristina lo necesita pero
paradójicamente o no, éste lo que menos necesita es a Cristina.
La Presidente se ha transformado en un salvavidas
de plomo para el movimiento Justicialista. “Nos habíamos amado tanto“,
podría llamarse también esta película.
Las banderas de la transversalidad yacen marchitas,
no dio resultado. El Frente para la Victoria viene de derrota en
derrota, demasiado caro para ser un sello de goma. Así es como la
mandataria canta “Volver”, mientras Anibal Fernández busca borrar de los
almanaques aquel día en que, defendiendo a Néstor, mandó a “meterse la
marchita en el…. “, a todas y todos.
No es casual que una semana atrás, José
Manuel De La Sota sostuviera que “este gobierno es chavista no peronista“.
Y con esa sentencia abriera el juego en el cual todos los argentinos nos
veremos inmersos. Siempre convidados de piedra en una película ajena pero
regada con el sudor y la sangre nuestra.
En recientes declaraciones, Roberto Lavagna
aseguró que “ni Menem ni Kirchner son peronistas“. Parece que de la
noche a la mañana las identidades cambian. “La vergüenza de haber sido
o el dolor de ya no ser”, algo así o parecido…
Posiblemente, a esta altura de las circunstancias
nadie sea nada, y todos comulguen con el único “ismo” que los iguala: el
oportunismo. Sin embargo, la mayoría ha vivido colgada de
la marcha, el bombo y la parafernalia de la unidad básica.
Pero también es cierto que en política, si la
ocasión lo amerita, puede negarse hasta a la madre sin titubeos ni
arrepentimientos. Incluso no debería asombrar si de pronto, el
peronismo sale a decir que en realidad nunca ha gobernado pues Menem fue menemista,
Duhalde, duhaldista y Kirchner, kirchnerista. O mismo pueden salir
Luis D’Elía, Andrés Larroque o Diana Conti, sin ningún prurito, a declararse “nacionales
y populares” pero independientes del modelo que vistieron. Eso pasa
en Argentina. Eso es peronismo en el siglo XXI al menos.
Pareciera que ser oficialista es no creer en nada y
estar dispuesto a todo. En ese caso sí, oficialismo son todos. Por eso es
quizás más importante pensar en quién nos va a gobernar a partir del 2015 que
en el final del kirchnerismo devenido mito. O habrá que modificar la
sentencia y admitir que ‘para un peronista no hay nada mejor que la sociedad
argentina’. Amén del juego de palabras, el ciclo puede reciclarse.
Nadie duda que se van, al menos en su apariencia
actual pero debería haber cautela respecto a su mimetización y sus caretas. El
riesgo a la empatía es tan grande como la tentación a soltarse justo cuando el
avión cae, jamás antes. En ese sentido habría que preguntarse de qué
manera el peronismo se sucederá a sí mismo, y después en todo caso, ver si
puede o no hablarse de fin de ciclo.
En la oratoria las diferencias son pocas. Todos
traerán una propuesta moderada, de unión nacional, republicana, respetuosa y
constitucional. Ya se sabe, del dicho al hecho hay un largo trecho. Néstor nos
traía un sueño, y Cristina diplomacia y un país a imagen y semejanza de
Alemania…
Lamentablemente, el futuro suele forjarse con la
madera del mismo árbol que se ha podado. A Juan Manuel de Rosas, por citar un
ejemplo, no lo derrotó un unitario sino un caudillo salido de sus propias
filas. El afán revisionista parece llevarnos nuevamente hacia el pasado.
Los fantasmas deambulan dentro del mismo molde donde los Kirchner nos han
cocinado.
Daniel Scioli ha especulado con ello desde el
vamos, pasó de ser kirchnerista de la primera hora a ser oposición por arte de
magia, o tal vez por una oposición que nunca terminó de organizarse. Hay
que estar muy mal para ver la alternativa en quién fuera vicepresidente de la
primera gestión, y asumiera luego la gobernación con el mismo logo y bastón.
Pero el sayo le cabe también a Sergio Massa y a tantos más que sueñan con el
sillón de Rivadavia.
El peronismo está organizándose, a su modo claro,
como suele decirse, en su bolsa de gatos. Sin doctrina, sin prejuicios (todos
son bienvenidos), y sin más lealtad que el bolsillo. A fin de cuentas,
“todos unidos triunfaremos” aunque para algunos el triunfo sea
volverse a casa sin las esposas puestas y la condena firmada.
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