Si no fuera por el
conductor y el vice, el personaje de la semana sería el presidente del Banco
Central, autor de un veranito breve. Las internas con Kicillof y el futuro.
Por Roberto García |
Si no fuera por los avatares de Marcelo Tinelli con el
Gobierno y las desventuras de Amado Boudou con la Justicia, el personaje de la
semana sería Juan Carlos Fábrega: desde que explicó en Olivos los riesgos de la
híper (con el antecedente y epílogo del Rodrigazo), convenció a Cristina de
subir brutalmente las tasas de interés para contener el dólar blue.
Algún tipo de estabilidad logró en ese mercado, con la ayuda de los bancos y con la asistencia de varios funcionarios congelados, a los que rescató de la “canoa” del Banco Central (en la jerga de esa institución, es la Siberia desde la cual se los despacha a mejor vida, aunque la jubilación no suele ser la mejor de las vidas).
Se opuso entonces a la opinión excluyente de Axel Kicillof,
quien tiritaba por chambonadas propias, como la insuficiente devaluación
gradual y la candorosa política de precios. Admitía Fábrega que esa medida
implicaba otras amputaciones: la contracción de la economía, una posible
recesión (ya un banco internacional redujo el pronóstico de crecimiento
argentino para este año de más 3 a menos 3, un verdadero shock) y la pérdida de
empleo.
Pero Cristina no ignoraba que, de seguir una híper sin
atenuantes, se quedaría sin gobierno, una réplica grotesca de Isabelita,
Alfonsín o De la Rúa, tema convencional como el pan en la mesa de los
argentinos. De ahí que en el balcón interno insistiera en que no dejará sus
convicciones en la escalera, casi una traición oral, como cuando el socialista
Felipe González ingresó a España a la OTAN o su colega francés François
Miterrand aceptó gobernar la economía con cánones liberales. Algo que Perón
decía guiñando un ojo: doblar a la derecha poniendo el giro a la izquierda.
Sobre todo cuando el relato ya no resiste.
Lo de las tasas, igual, sabe Fábrega que no dura (esa
zanahoria rampante ya se llevó, en su momento, la gestión de José Luis
Machinea). Más cuando “secar la plaza”, como promete, parece titánico. Valga un
número: cuando se fue Carlos Menem, la base monetaria era de $ 16 mil millones,
hoy es de 366 mil millones (más otros 100 mil que se les debe a los bancos por
Lebacs y otras yerbas). Casi como ministro, ruega el titular del Banco Central
por la lluvia de otros parches temporarios, léase ahorros del gasto público, no
vender ni una moneda externa, impuestazos, ingreso de dólares propios por la
cosecha o préstamos eventuales si se levantan restricciones (Club de París,
FMI, Repsol).
Larga la lista, aunque es superior y más complicada la de
los peligros, de las controversias internas –sigue Kicillof contra Miguel
Galuccio, de YPF: le reprochan en la empresa que le haya dicho a Cristina que
fue el informante de un artículo crítico del Financial Times– a las pavadas
diarias de quienes sostienen que Shell es destituyente porque aumentó 12% las
naftas. Como YPF las incrementó luego 6%, ¿será medio destituyente? Y cuando la
empresa estatal aumente 5,8% el mes próximo y 3,6% el siguiente, ¿será doble
destituyente? Por no olvidar la nueva mochila de las provincias, una deuda que
se duplicó por lo menos al tomar créditos con cláusula dólar, inducidos por un
joven y gracioso banquero oficialista que renegó de su profesión de cambista
porque ésta podía tender a la usura. Ni los buitres imaginaban esa ganancia,
menos la operatoria, ya que a un ciudadano argentino común, pedestre, medio
informado y que gana en pesos, además de no pagar ciertas comisiones, jamás se
le ocurriría –como a ciertos gobernadores– endeudarse en activos externos por
más que el Gobierno dijera que no iba a devaluar. Ni siquiera aquellos que se
justifican por tomar prestado para hacer obra y no para pagar los sueldos. ¿O
acaso alguien puede creer que la tarifa del subte porteño será igual a la de
Londres, quizás la única forma de poder pagar ese crédito? ¿O que YPF oblará su
deuda sin aumentar las tarifas?
Temas para un test de estrés del país, fútil, frívolo, donde
se discuten nombres de relatores de fútbol y no las magnitudes de dinero que el
Estado obsequia al fútbol, más precisamente a una entidad que está por encima
del Estado (la AFA), a clubes o dirigentes con habituales distracciones de
gastos. De amigo, entonces, pasa a ser enemigo Tinelli, sospechoso transitorio
Cristóbal López, amigo de los amigos Maxi Kirchner, mientras Cristina se
gratifica con el ídolo y luego se molesta porque es ídolo, surgen amenazas de
denuncias por proveedores del Estado que viven del entretenimiento e involucran
a Julio De Vido, reptan las investigaciones personales, los archivos, las
quejas: lo que queda después de una crecida, la resaca.
Suficiente mal gusto para no hablar de economía e
introducirse en las derivaciones del caso Boudou, en el posible reemplazo de la
esposa del gobernador Alperovich, la tucumana Beatriz Rojkés, en la línea
sucesoria presidencial, tan nerviosa y dolorida por los tropiezos de su esposo
que tuvo que apelar a cuellos ortopédicos para caminar y dormir. Dicen que la
Presidenta prefiere seguir en familia, a un ex radical para ese cargo, Gerardo
Zamora, esposo de la gobernadora de Santiago del Estero, quien le garantiza
tres senadores y cinco diputados, además de elogios permanentes.
Más recatado es su rival, el peronista Miguel Pichetto,
quien cumplió en diez años casi todos los deberes al frente del bloque
oficialista en el Senado, con exceso en ocasiones, y al que entrevistó en
Olivos hace poco tiempo para cerrar ciertos capítulos de esa Cámara que Ella
también integró. Fue cordial el encuentro, Cristina sin maquillaje, con jeans,
y el senador Adolfo Rodríguez Saá de testigo, Pichetto –quien quiere ser dos de
Daniel Scioli– diciendo adentro lo que no dice afuera. Al revés de Ella, que
habla adentro lo mismo que afuera. Como si así fuera.
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