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lunes, 17 de febrero de 2014

Los otros siempre se equivocan

El último pronunciamiento de Carta Abierta expone varias de las limitaciones del Gobierno. Omisiones, descuidos y curiosidades.

Por Beatriz Sarlo
"Establecer el manejo estatal del comercio exterior”. Carta Abierta ha expuesto así con claridad su aporte al Proyecto. Inspirados en la movilización que rodeó la ley de Medios Audiovisuales, ahora les parece posible que el Proyecto responda con más exactitud a su nombre: la nacionalización del comercio exterior puede ser una bandera tras la que se pongan a andar las fuerzas sociales que hoy no están muy entusiasmadas.

A Carta Abierta le interesa la historia. Esta misma Carta número 15 expone hipótesis sobre la configuración pretérita de las contradicciones sociales presentes. Por eso, me permito aportar un dato. A mediados de 1946, días antes de asumir la presidencia de la República, el gobierno militar al que Perón sucede, funda, por instancias de Perón, el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (el famoso IAPI), que controló, dirigió y gestionó las exportaciones de carne y granos. Australia y Canadá tenían agencias similares. O sea que Miguel Miranda, el jefe de la política económica peronista, diseñó este y otros instrumentos como la base sobre la que se apoyaría la expansión del mercado interno y la fuerte redistribución del ingreso.

Se dirá que Perón encontró una situación económica mucho más favorable que la de comienzos del siglo XXI. Pero también habrá que aceptar que, desde el principio, Perón tenía una concepción fuerte de un Estado activo y ordenador. La tenía antes de jurar como presidente. Sigamos, como le gusta a Carta Abierta, con la historia. Hace casi once años Kirchner asumió la Presidencia. Cinco años después no había tocado el sistema de comercialización exterior de la Argentina. No pudo o no quiso o no se le ocurrió. Los más piadosos dirán que no tuvo tiempo. Los que se saltean a Duhalde dirán que vino para enfrentar la crisis del 2001. Hay para todo.

Néstor lo hizo. Por eso la Resolución 125, durante el primer año de gobierno de Cristina, fue tan torpe políticamente. Provocó el abrazo de quienes, poco antes, sólo se saludaban de refilón. Creó la Gran Familia del Campo, con hijos de la Sociedad Rural, pools de siembra, chacareros chicos, medianos y grandes, dueños de pisos recién construidos sobre el Paraná y de departamentos de dos ambientes en La Plata. La Federación Agraria se convirtió en habitué de Palermo. ¿Quién iba a hegemonizar ese bloque económico rural? Naturalmente: los más Grandes. Néstor lo hizo.

En ese 2008, Carta Abierta tuvo una intervención de considerable peso discursivo y simbólico: convirtió al “campo” en “destituyente”. Acuñó el adjetivo que se impuso como interpretación del conflicto económico que el Gobierno no supo plantear porque no separó, con bisturí, a los megaintereses nacionales e internacionales de los productores locales más chicos. Y Kirchner quiso llenar ese adjetivo de sentido histórico y sentimiento de revancha: en el bloque agrario destituyente militaban contra el pueblo argentino los “grupos de tareas” capitalistas (a los que también llamó “comandos civiles”).

¿Por qué Kirchner no avanzó antes y de manera más sabia? No digo más prudente ni más lenta, sino más adecuada a sus fines. Ir a fondo es garantizar que se llega a algún fondo, no embestir a ciegas. Zannini, que como ex maoísta está instruido en la dialéctica de la contradicción principal y las contradicciones secundarias, debió avisárselo a su jefe,

Carta Abierta número 15 sostiene que ese bloque internacional, monopólico, agrario y antipopular existe desde los albores mismos de la Patria. No es el lugar de discutir esa hipótesis somera, ni de refinar si son los mismos actores sociales y económicos. No es ésta una discusión de historia académica. Pero si Carta Abierta está convencida de que ese bloque persiste, el mismo con variantes leves y ocasionales destellos reformistas, lo asombroso es que hayan transcurrido los cinco años más dinámicos desde la llegada de Kirchner al gobierno sin que el Proyecto ni siquiera intentara una política coherente y no coyuntural para poner al Estado en condiciones de dirigir u orientar el comercio exterior argentino. Años volcados en el gran agujero del tiempo. Y después, en 2008, una medida terca y poco articulada que emblocó al enemigo y a quienes no deberían ser considerados en el bando de los malvados. Y después, nada en términos políticos e institucionales hasta esta Carta Abierta número 15, donde un grupo de intelectuales propone “el manejo estatal del comercio exterior”, contra el cual no tengo objeción de principio.

¿No se les ocurre pensar en el tiempo perdido y las batallas inútiles? ¿Nada les dice esto sobre el Gobierno que quieren defender? Como el imperio austro-húngaro en su decadencia, el gobierno kirchnerista demuestra una vez más que es un centralismo desorganizado. Sucede con el Gobierno como con la palabra juventud: gente que, en cualquier parte, sería considerada en la plenitud, pasa por joven. Y un Gobierno que ya lleva once años en la Casa Rosada todavía tendría que atravesar la puerta estrecha de agregar a su Proyecto una medida que, según los contenidos de ese Proyecto, debería haber estado en las primeras órdenes de batalla. En lugar de estar entre esas primeras órdenes, se la deformó hasta la peligrosa caricatura de un enfrentamiento con el campo que estuvo mal planteado desde el principio. No se trata, por supuesto, de que el “campo” tiene que hacer lo que se le pase por la cabeza. Se trata de que un gobierno con Proyecto debería saber exactamente qué le pasa por su propia cabeza con el “campo”. Y no esperar once años para que, desde la Biblioteca Nacional, le avisen que sería conveniente dirigir y controlar, por medio de una agencia estatal, las relaciones entre productores, acopiadores, exportadores y mercado. Así, en vez de ir demasiado rápido, hemos ido demasiado lento y demasiado sin brújula. Pero más vale tarde que nunca, aunque sólo falten 15 meses para que la Presidenta le ponga la banda a su sucesor.

Un llamado a las conciencias. Vayamos a la dimensión ideológica, donde Carta Abierta es por lo general más fuerte. Hay gente que tiene que hacer un examen de conciencia. No lo digo yo. Lo dice Carta Abierta: “Quienes se sintieron alguna vez llamados por un conjunto de decisiones gubernamentales, cuyos grados de imperfección o de error están y deben estar en discusión, pero que tuvieron clara vocación de autonomía y soberanía nacional y social, y asimismo de justicia emancipatoria en todos los ámbitos de la vida económica, pública y cotidiana, deben nuevamente realizar un examen de su vocación política”.

Sí, leyó bien, los que tienen que realizar un examen son los que alguna vez en estos años se sintieron cerca del Gobierno y se fueron alejando. Leyó bien: el comienzo de la frase despierta la esperanza de que Carta Abierta aconseje al Gobierno un examen de sus actos y averigüe por qué se alejaron los que se alejaron. No. Son los que se alejaron los que tienen que examinarse: el problema está en sus conciencias, no en el Gobierno. El error siempre está afuera.

Esta inversión de la responsabilidad es portentosa. Si un gobierno popular pierde sus apoyos de clase media (digamos que ha perdido esa fracción y no la roca madre de “los de abajo”), la responsabilidad de pensar la pérdida no toca a ese gobierno sino a los que se retiraron. Como Carta Abierta caracteriza a la situación actual bajo el peligro de “la restauración del viejo país oligárquico”, los que antes apoyaron al kirchnerismo, en lugar de ser nuevamente atraídos por una autocrítica del Gobierno, de sus dislates y sus obsesiones, deberían pensar que hace dos semanas se instituyó un programa social para los jóvenes; que medidas así hicieron de ellos kirchneristas y deben volver a tener su eficacia. Este ejemplo es mío, pero no creo interpretar mal a Carta Abierta que nos dice: acuérdense, que después van a llorar.

Carta Abierta caracteriza esta “experiencia” no como una “falsía, aunque pueda estar rodeada por grandes descuidos”. Pero a esos grandes descuidos no se refiere nunca. ¿Boudou es un descuido? ¿Obedece a un descuido merecer una amonestación de la Corte Suprema? ¿El manejo de los subsidios que es ciertamente un caos organizado, un descuido? ¿Las represiones en las provincias, por gobernadores que son tratados con el nombre de pila en los discursos presidenciales, son descuidos? ¿El progreso de las redes del narco son descuidos? ¿El descontrol de la financiación de la política es un descuido? ¿Las declaraciones juradas poco verosímiles son descuidos? ¿El pacto con Irán, cuya inutilidad es insuperable, un descuido? ¿La opacidad en la toma de decisiones, un descuido? ¿No reunirse jamás con la oposición es un descuido? ¿Mentir con la inflación durante seis años fue un descuido?

Entiendo que, frente a un antikirchnerismo furioso, muchos intelectuales de Carta Abierta consideren que no hay que echar leña que pueda alimentar ese fuego.

Ellos quisieran un “patriotismo constitucional y social” (fórmula inspirada en Habermas que suena extraña en un documento pletórico de largas duraciones y cuasi esencias). Ese también es mi deseo. Aunque no estoy segura de que se componga de los mismos elementos.

Postdata a la Carta 15. Días después de que se conoció la Carta 15, el economista Miguel Bein caracterizó con más precisión los movimientos contra el peso en el mercado cambiario. Habló de desestabilización, mientras que la Carta se refirió a la “presión asfixiante del mercado” que llevó al Gobierno a una “devaluación no deseada”, realizada bajo presiones. Miguel Bein, en cambio, presentó la medida del Gobierno como una iniciativa, y agregó que la devaluación fue posible porque “la economía está en pesos; en el 2001, desde los depósitos hasta los contratos de privados, todo estaba en dólares” (Télam). A esta Carta 15 le faltó el asesoramiento del economista citado por la Presidenta en su último discurso. Quedaron retrasados respecto del Gobierno, diciendo menos de lo posible. Raro caso de un grupo intelectual.

Es sencillo coincidir con Carta Abierta en un punto: los intereses capitalistas (financieros, agrarios, intermediarios, etc.) no tienen como objetivo defender la democracia sino sus ganancias. Sólo la coherencia, la sistematicidad y la fortaleza puede demostrarles que no es el momento de una ofensiva, como la que realizaron con Alfonsín. Depende no sólo de los mercados sino de lo que haga el Gobierno. Si se piensa que sólo depende de los mercados, la batalla puede darse por perdida. Si las medidas que tomó el Gobierno sólo se adjudican a la presión maligna de los mercados, Carta Abierta estaría pasando por alto el potencial de iniciativa del gobierno con el que se identifica.

Un opositor puede ser escéptico frente a ese potencial. Pero un fervoroso partidario es curioso que lo sea.

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