El último
pronunciamiento de Carta Abierta expone varias de las limitaciones del
Gobierno. Omisiones, descuidos y curiosidades.
Por Beatriz Sarlo |
"Establecer el manejo estatal del comercio exterior”. Carta
Abierta ha expuesto así con claridad su aporte al Proyecto. Inspirados en la
movilización que rodeó la ley de Medios Audiovisuales, ahora les parece posible
que el Proyecto responda con más exactitud a su nombre: la nacionalización del
comercio exterior puede ser una bandera tras la que se pongan a andar las
fuerzas sociales que hoy no están muy entusiasmadas.
A Carta Abierta le interesa la historia. Esta misma Carta
número 15 expone hipótesis sobre la configuración pretérita de las
contradicciones sociales presentes. Por eso, me permito aportar un dato. A
mediados de 1946, días antes de asumir la presidencia de la República, el
gobierno militar al que Perón sucede, funda, por instancias de Perón, el
Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (el famoso IAPI), que
controló, dirigió y gestionó las exportaciones de carne y granos. Australia y
Canadá tenían agencias similares. O sea que Miguel Miranda, el jefe de la
política económica peronista, diseñó este y otros instrumentos como la base
sobre la que se apoyaría la expansión del mercado interno y la fuerte
redistribución del ingreso.
Se dirá que Perón encontró una situación económica mucho más
favorable que la de comienzos del siglo XXI. Pero también habrá que aceptar
que, desde el principio, Perón tenía una concepción fuerte de un Estado activo
y ordenador. La tenía antes de jurar como presidente. Sigamos, como le gusta a
Carta Abierta, con la historia. Hace casi once años Kirchner asumió la
Presidencia. Cinco años después no había tocado el sistema de comercialización
exterior de la Argentina. No pudo o no quiso o no se le ocurrió. Los más
piadosos dirán que no tuvo tiempo. Los que se saltean a Duhalde dirán que vino
para enfrentar la crisis del 2001. Hay para todo.
Néstor lo hizo. Por eso la Resolución 125, durante el primer
año de gobierno de Cristina, fue tan torpe políticamente. Provocó el abrazo de
quienes, poco antes, sólo se saludaban de refilón. Creó la Gran Familia del
Campo, con hijos de la Sociedad Rural, pools de siembra, chacareros chicos,
medianos y grandes, dueños de pisos recién construidos sobre el Paraná y de
departamentos de dos ambientes en La Plata. La Federación Agraria se convirtió
en habitué de Palermo. ¿Quién iba a hegemonizar ese bloque económico rural?
Naturalmente: los más Grandes. Néstor lo hizo.
En ese 2008, Carta Abierta tuvo una intervención de
considerable peso discursivo y simbólico: convirtió al “campo” en
“destituyente”. Acuñó el adjetivo que se impuso como interpretación del conflicto
económico que el Gobierno no supo plantear porque no separó, con bisturí, a los
megaintereses nacionales e internacionales de los productores locales más
chicos. Y Kirchner quiso llenar ese adjetivo de sentido histórico y sentimiento
de revancha: en el bloque agrario destituyente militaban contra el pueblo
argentino los “grupos de tareas” capitalistas (a los que también llamó
“comandos civiles”).
¿Por qué Kirchner no avanzó antes y de manera más sabia? No
digo más prudente ni más lenta, sino más adecuada a sus fines. Ir a fondo es
garantizar que se llega a algún fondo, no embestir a ciegas. Zannini, que como
ex maoísta está instruido en la dialéctica de la contradicción principal y las
contradicciones secundarias, debió avisárselo a su jefe,
Carta Abierta número 15 sostiene que ese bloque
internacional, monopólico, agrario y antipopular existe desde los albores
mismos de la Patria. No es el lugar de discutir esa hipótesis somera, ni de
refinar si son los mismos actores sociales y económicos. No es ésta una
discusión de historia académica. Pero si Carta Abierta está convencida de que
ese bloque persiste, el mismo con variantes leves y ocasionales destellos
reformistas, lo asombroso es que hayan transcurrido los cinco años más
dinámicos desde la llegada de Kirchner al gobierno sin que el Proyecto ni
siquiera intentara una política coherente y no coyuntural para poner al Estado
en condiciones de dirigir u orientar el comercio exterior argentino. Años
volcados en el gran agujero del tiempo. Y después, en 2008, una medida terca y
poco articulada que emblocó al enemigo y a quienes no deberían ser considerados
en el bando de los malvados. Y después, nada en términos políticos e
institucionales hasta esta Carta Abierta número 15, donde un grupo de
intelectuales propone “el manejo estatal del comercio exterior”, contra el cual
no tengo objeción de principio.
¿No se les ocurre pensar en el tiempo perdido y las batallas
inútiles? ¿Nada les dice esto sobre el Gobierno que quieren defender? Como el
imperio austro-húngaro en su decadencia, el gobierno kirchnerista demuestra una
vez más que es un centralismo desorganizado. Sucede con el Gobierno como con la
palabra juventud: gente que, en cualquier parte, sería considerada en la
plenitud, pasa por joven. Y un Gobierno que ya lleva once años en la Casa
Rosada todavía tendría que atravesar la puerta estrecha de agregar a su
Proyecto una medida que, según los contenidos de ese Proyecto, debería haber
estado en las primeras órdenes de batalla. En lugar de estar entre esas primeras
órdenes, se la deformó hasta la peligrosa caricatura de un enfrentamiento con
el campo que estuvo mal planteado desde el principio. No se trata, por
supuesto, de que el “campo” tiene que hacer lo que se le pase por la cabeza. Se
trata de que un gobierno con Proyecto debería saber exactamente qué le pasa por
su propia cabeza con el “campo”. Y no esperar once años para que, desde la
Biblioteca Nacional, le avisen que sería conveniente dirigir y controlar, por
medio de una agencia estatal, las relaciones entre productores, acopiadores,
exportadores y mercado. Así, en vez de ir demasiado rápido, hemos ido demasiado
lento y demasiado sin brújula. Pero más vale tarde que nunca, aunque sólo
falten 15 meses para que la Presidenta le ponga la banda a su sucesor.
Un llamado a las conciencias. Vayamos a la dimensión
ideológica, donde Carta Abierta es por lo general más fuerte. Hay gente que
tiene que hacer un examen de conciencia. No lo digo yo. Lo dice Carta Abierta:
“Quienes se sintieron alguna vez llamados por un conjunto de decisiones
gubernamentales, cuyos grados de imperfección o de error están y deben estar en
discusión, pero que tuvieron clara vocación de autonomía y soberanía nacional y
social, y asimismo de justicia emancipatoria en todos los ámbitos de la vida
económica, pública y cotidiana, deben nuevamente realizar un examen de su
vocación política”.
Sí, leyó bien, los que tienen que realizar un examen son los
que alguna vez en estos años se sintieron cerca del Gobierno y se fueron
alejando. Leyó bien: el comienzo de la frase despierta la esperanza de que
Carta Abierta aconseje al Gobierno un examen de sus actos y averigüe por qué se
alejaron los que se alejaron. No. Son los que se alejaron los que tienen que
examinarse: el problema está en sus conciencias, no en el Gobierno. El error
siempre está afuera.
Esta inversión de la responsabilidad es portentosa. Si un
gobierno popular pierde sus apoyos de clase media (digamos que ha perdido esa
fracción y no la roca madre de “los de abajo”), la responsabilidad de pensar la
pérdida no toca a ese gobierno sino a los que se retiraron. Como Carta Abierta
caracteriza a la situación actual bajo el peligro de “la restauración del viejo
país oligárquico”, los que antes apoyaron al kirchnerismo, en lugar de ser
nuevamente atraídos por una autocrítica del Gobierno, de sus dislates y sus
obsesiones, deberían pensar que hace dos semanas se instituyó un programa
social para los jóvenes; que medidas así hicieron de ellos kirchneristas y
deben volver a tener su eficacia. Este ejemplo es mío, pero no creo interpretar
mal a Carta Abierta que nos dice: acuérdense, que después van a llorar.
Carta Abierta caracteriza esta “experiencia” no como una
“falsía, aunque pueda estar rodeada por grandes descuidos”. Pero a esos grandes
descuidos no se refiere nunca. ¿Boudou es un descuido? ¿Obedece a un descuido
merecer una amonestación de la Corte Suprema? ¿El manejo de los subsidios que
es ciertamente un caos organizado, un descuido? ¿Las represiones en las
provincias, por gobernadores que son tratados con el nombre de pila en los
discursos presidenciales, son descuidos? ¿El progreso de las redes del narco
son descuidos? ¿El descontrol de la financiación de la política es un descuido?
¿Las declaraciones juradas poco verosímiles son descuidos? ¿El pacto con Irán,
cuya inutilidad es insuperable, un descuido? ¿La opacidad en la toma de
decisiones, un descuido? ¿No reunirse jamás con la oposición es un descuido?
¿Mentir con la inflación durante seis años fue un descuido?
Entiendo que, frente a un antikirchnerismo furioso, muchos
intelectuales de Carta Abierta consideren que no hay que echar leña que pueda
alimentar ese fuego.
Ellos quisieran un “patriotismo constitucional y social”
(fórmula inspirada en Habermas que suena extraña en un documento pletórico de
largas duraciones y cuasi esencias). Ese también es mi deseo. Aunque no estoy
segura de que se componga de los mismos elementos.
Postdata a la Carta 15. Días después de que se conoció la
Carta 15, el economista Miguel Bein caracterizó con más precisión los
movimientos contra el peso en el mercado cambiario. Habló de desestabilización,
mientras que la Carta se refirió a la “presión asfixiante del mercado” que
llevó al Gobierno a una “devaluación no deseada”, realizada bajo presiones.
Miguel Bein, en cambio, presentó la medida del Gobierno como una iniciativa, y
agregó que la devaluación fue posible porque “la economía está en pesos; en el
2001, desde los depósitos hasta los contratos de privados, todo estaba en
dólares” (Télam). A esta Carta 15 le faltó el asesoramiento del economista
citado por la Presidenta en su último discurso. Quedaron retrasados respecto
del Gobierno, diciendo menos de lo posible. Raro caso de un grupo intelectual.
Es sencillo coincidir con Carta Abierta en un punto: los intereses
capitalistas (financieros, agrarios, intermediarios, etc.) no tienen como
objetivo defender la democracia sino sus ganancias. Sólo la coherencia, la
sistematicidad y la fortaleza puede demostrarles que no es el momento de una
ofensiva, como la que realizaron con Alfonsín. Depende no sólo de los mercados
sino de lo que haga el Gobierno. Si se piensa que sólo depende de los mercados,
la batalla puede darse por perdida. Si las medidas que tomó el Gobierno sólo se
adjudican a la presión maligna de los mercados, Carta Abierta estaría pasando
por alto el potencial de iniciativa del gobierno con el que se identifica.
Un opositor puede ser escéptico frente a ese potencial. Pero
un fervoroso partidario es curioso que lo sea.
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