Por Jorge Fernández Díaz |
El frondoso historiador contrafáctico Luis D'Elía nos ha
sugerido revisar críticamente la cobardía de Perón. "Si hubiese fusilado a
Menéndez en el 51, habríamos ahorrado mucha sangre del pueblo. Maduro debe
fusilar a López, agente de la CIA."
Benjamín Andrés Menéndez fue el general
que intentó derrocar al peronismo en el final de su primera presidencia;
Leopoldo López es el dirigente opositor que el valiente estadista Nicolás
Maduro encarceló esta misma semana.
D'Elía actuó durante 48 horas como el
vocero oficial del kirchnerismo, hasta que su jefa lo mandó callar, no por
contradecir lo que ella piensa en la intimidad, sino simplemente por ser
piantavotos.
Pero durante esos dos días de jubileo el
"historiador" redobló la apuesta: José de San Martín también habría
fusilado a un compatriota que hubiera hecho tareas de inteligencia para una
potencia extranjera. Con toda humildad le diría, querido Luis, que trasladar
mecánicamente al siglo XXI actitudes y contextos sociales del siglo XIX nos
llevaría a algunos equívocos peligrosos o directamente bizarros. Podríamos, por
ejemplo, caer en la tentación de muchas dictaduras que reemplazaron el Código
Penal en tiempos de paz por la justicia militar de los tiempos de guerra,
basándose en esas mismas extrapolaciones insensatas. O colegir, ridículamente,
que el padre de la patria propiciaba la pedofilia, puesto que se casó con una
chica de 15 años. Se dará cuenta, licenciado, de que lo mejor es dejar
tranquilos a los muertos, desechar sus costumbres de época y aprender de sus
verdaderos legados culturales. Por otra parte, sería interesante precisar, ya
que estamos hablando de historia, que nadie aportó pruebas todavía de que el
señor López fuera un agente entrenado en Langley, ni tampoco de que se trate de
un "fascista", calificación que le colgó Maduro para justificar su
prisión. Leopoldo López, para quien no lo conozca, es un activo dirigente de la
Internacional Socialista, entidad socialdemócrata que emitió en estos días un
duro comunicado contra el régimen bolivariano. Digamos que es como si el
frondoso lenguaraz acusara de pronto a Hermes Binner de fascista y de espía
encubierto, lo mandara detener y sugiriera que merece el paredón. Pero no demos
ideas.
D'Elía no está solo. Encarna las dialécticas y
supersticiones del cristinismo, que cree ver en el régimen carapintada de
Venezuela cierto perfume del peronismo cuaternario, pero que a la vez practica
un candoroso evitismo destinado a cuestionar la mano fofa de Perón. En su
cuenta de Twitter, el peleador callejero nos propone que escuchemos a Evita ,
en la voz de Esther Goris. Aquella película de Desanzo, con extraordinario
guión de un Feinmann posperonista, es una de las obras preferidas de Cristina
Kirchner. Y los "pibes para la liberación" la ven una y otra vez,
porque es un buen atajo para no tener que leer tantos libros. Cuando uno toma
la precaución de seguir los consejos informáticos del ex piquetero se encuentra
con dos diálogos, que están pegados. El primero corresponde a la escena en la
que un afligido y ya enfermo Enrique Santos Discépolo visita a una Eva
agonizante y postrada. Discepolín acude para explicar que sus amigos lo han
abandonado, pero también que ellos fueron borrados de los medios de
comunicación. Eva Perón le responde: "Ésta es una guerra. Y una guerra no
se gana con buenos modales. ¿Qué querés que les diga? Vengan, señores, usen las
radios. A ver, digan las verdades de la oligarquía. No, carajo. Ustedes se
callan. Por lo menos, mientras yo lo pueda impedir ustedes se callan, no hablan
más. ¿Vos qué te pensás que van a hacer con nosotros si nos echan del gobierno?
¿Te creés que van a ser democráticos, educaditos, compresivos? No, viejo, no.
Nos van a perseguir, nos van a prohibir, nos van a torturar, nos van a fusilar.
Ni el nombre nos van a dejar, arlequín. Andá y morite en paz que no te
equivocaste. Las cosas son así, viejo. Algunos lo pueden tolerar y otros
no". Discépolo, más apenado aún, trata de oponerse: "Pero las cosas
no deberían ser así, señora". Y Evita estalla: "Pero dejate de joder.
No me vengas con mariconadas de poeta".
A continuación, Luis D'Elía nos regala el fragmento en el
que Eva lo reta a Perón: "A ver, decime, ¿para qué declaraste el estado de
guerra interno, para qué la ley marcial? El castigo tiene que ser hoy, ahora.
¿O no fue hoy la sublevación? Juan, amenazar con fusilar en el futuro no sirve
para nada. Si hay ley marcial que sea hoy, ahora. Y que el primero en caer sea
Menéndez".
Este mismo canto a la censura y al fusilamiento, que viene
envuelto en un solapado reproche a la inteligencia de Perón, lo entonaron
durante décadas los setentistas, que pasaron de ser denunciantes de La
Fusiladora a ser propiciadores del ajusticiamiento político. Ellos y sus
tiernas crías posmodernas se permiten en la actualidad ser cómplices de un
régimen militarizado como el venezolano, que tiene la estética de Rico y
Seineldín, que cobija parapoliciales y que se dedica a la represión de
estudiantes, mientras hunde a su sociedad en la escasez y el miedo: es el país
con más inflación y tiene la tasa de homicidios más alta del planeta. Triste
parábola de estos progres reaccionarios: tomar partido por el statu quo
blindado en contra de la simple rebeldía de la calle.
Si Perón le hubiera hecho caso a aquella Evita ficticia,
probablemente la Argentina habría caído en una guerra civil a la española, con
millones de muertos y una cicatriz social insalvable. Perón practicó mucha
violencia verbal, pero tuvo el buen tino de no desatar entonces el infierno que
le pedían sus fanáticos, y que luego consumó la "juventud
maravillosa" incluso contra la voluntad de su tercer gobierno. El
peronismo que maduró con la democracia siente vergüenza por todas estas
patologías, y mira con desprecio a los lúmpenes que vienen a contar lo nuevo
con trucos muy viejos.
Cristina fue cholula de Chávez y depende económicamente de
Maduro, y siempre consideró a Perón un viejo exponente del país conservador y a
la Eva inventada por su generación como una revolucionaria. En estos prejuicios
se enreda, y con ellos juega a tejer la malla de contención de su núcleo duro,
fundamental para defender la trinchera mientras retrocede. La ideología que
impera hoy en Cristina, por encima incluso de todo este tentador revisionismo
berreta, es la retirada. Que contempla arreglar con Washington, el Fondo y el
Club de París para recibir dinero fresco con el que llegar aunque sea boqueando
a 2015, y al mismo tiempo, retener un 25 por ciento del electorado que le
permita negociar una salida y mantener un bloque de legisladores fieles que la
proteja cuando deba abandonar el sillón de Rivadavia. Es por eso que mientras
cumple una agenda neoliberal hacia afuera, sigue dando señales populistas hacia
adentro. Alienta a D'Elía y envía luego a un ministro peronista a
desautorizarlo. Apoya la hilarante tesis de que existe un golpe dirigido por
estudiantes desarmados en Venezuela y respalda a un gobierno que disfraza su
propia incompetencia señalando fantasmas mussolinianos. Y cuando las milicias
del chavismo matan de un balazo a una reina de la belleza, llama desde
Florencio Varela a una ambigua concordia. No resulta nada sencillo pedir
divisas al mundo y ser socio de los marginales mientras se recula sigilosamente
en pantuflas. Perón, que había estudiado estrategia militar, se lo podría haber
explicado mejor: "Es más difícil armar una retirada organizada que
efectuar un ataque exitoso".
© La Nación
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