(por los mismos que
quieren salvarla)
Por Tomás Abraham (*) |
En el amable diálogo que con frecuencia se sostiene en el
campo intelectual argentino, el llamado de los miembros de Carta Abierta a
todos los que sin ser partidarios del gobierno por su profesión de fe
progresista deberían acudir en la
defensa de la patria, ha concitado respuestas varias de tono mesurado y respeto
académico.
Un espíritu corporativo traducido en consideraciones
recíprocas siempre deja una puerta abierta para que más allá de futuras
discrepancias exista la posibilidad de eventuales coincidencias. Depende de
cada uno aprovechar el gesto y la oportunidad brindados.
Prácticamente no hay intelectual emancipado que pueda
oponerse a medidas como la resurrección del IAPI, como tampoco resistir por
principio a todas las medidas nacionales y populares que el kirchnerismo
implementó desde que es gobierno.
Por eso se decía que había ganado la batalla cultural.
Corazón herido. Mientras que desde las filas oficiales hacen
un llamado a intelectuales progresistas para unirse a su lucha contra el orden
conservador y neoliberal, en la otra orilla, las corrientes afines a la
socialdemocracia y a los valores republicanos, desestiman la invitación, pero
no porque el objeto del convite sea un mamarracho, sino porque a pesar de la
supuesta nobleza del trofeo –el IAPI- desean que el kirchnerismo letrado abra
su corazón herido y haga una autocrítica pública. Que se humillen un poco, que
pidan perdón por la variedad de
denuestos lanzados durante años cuando iban por todo.
Y a pesar de que entre los miembros de la susodicha Carta
hay voces que proponen un acto de profunda constricción para crear el ámbito de
un intercambio de opiniones respecto del giro actual de los acontecimientos
–para resumir: Milani y FMI- las vestiduras no se rasgan y menos fuera del
vestuario.
Es una ingenuidad a dos voces compartir el tamaño de esa
esperanza.
Darle a este Estado y a este gobierno el control del
comercio exterior, no es luchar contra la subfacturación de las exportaciones y
la sobrefacturación de las importaciones, contra los monopolios y el imperio
agroganadero por el uso y distribución de los saldos en divisas, sino la de
correr un velo en nombre de la soberanía popular para ocultar una nueva fuente
de recursos para La Caja y los bolsillos de la casta dirigente.
El ente creado en 1946 funcionó mal que bien hasta llegar a
funcionar sólo mal, y debió recibir subsidios para colmar el gran déficit que
tenía. Porque el organismo no sólo existe para quedarse con el sobrante entre
el precio local y el internacional del producto, sino que debe también
subvencionar al productor rural si los precios internacionales caen.
Imaginemos que llegamos a una inflación del 40% -estamos
cerca– y que el precio de la soja caiga por oscilaciones del mercado en otro
40%, ¿qué pasaría?
Habría que ir en socorro del IAPI, y qué mejor solución que
la eterna rueda de auxilio del Ansés con
la caja semivacía de los jubilados en ayuda de las cerealeras. Todo en nombre
de la defensa de la patria.
De todos modos estas cuestiones deberían ser analizadas por
profesionales especializados con un poco de imaginación patafísica ya que de
nuestra economía se trata, y no por el hombre común o el generalista mediático.
Pero me atrevo a sugerir que cualquier organismo que se
estatice se suma a lo que aconteció con YPF, Aerolíneas Argentinas, con los
servicios de luz, con el Indec, con los transportes, con las tierras del Calafate,
con los Bonos de Santa Cruz, con el Consejo de la Magistratura, con los
servicios de seguridad, con los planes Trabajar, con las cuentas de los
gobiernos provinciales afines, con las declaraciones juradas de funcionarios,
con el Sigen, con el FPT, con todo lo que el kirchnerismo estatizó. Por eso el
problema es el objeto mamarracho que ahora se propone implementar según el
ideal venezolano de los integrantes de Carta Abierta. Y poco sentido tiene
antes de adorar un viejo totem, pedir turno a la espera de que hagan una
autocrítica, ni que nos endulcen la vida con frases como “deberíamos abrir un
debate….”, “merece una reflexión profunda…”, “la complejidad de los
procesos…”,etc.
La guerra total. Cuando uno se ha iluminado desde chiquito
con la idea de que el mundo está en la última fase de una guerra total, y que
hay dos bandos enfrentados: los pobres y los ricos, el tiburón y las sardinas,
la derecha y la izquierda, los genocidas de allá y de acá, el saqueo pirata de
los cuatro elementos primarios, entonces, por el contrario, no hay nada
complejo en qué pensar, nada que merezca demasiada reflexión, todo es muy
simple.
Lo hay que hacer es bancar a Milani, bancar la devaluación,
bancar al Fondo, y hasta bancar…a
¡Scioli!, si la causa se puede salvar.
Para muchos la lucha continua, porque a la nacionalización
del comercio exterior, se le suma el control de precios y el llamado a ir a la
calle y apretar a los especuladores, salir con palos a gritar a la puerta de
los hiper, botonear el nombre de los dueños de empresas, denunciarlos, mostrar
sus caras en afiches, llamar por teléfono a la Presidenta porque aumentó el
jabón en polvo en el Disco de Villa Lugano.
No puede ser, dicen los indignados, que los precios cuidados
se descuiden. No hay razón alguna para que en un lugar veinte y en otro
treinta. La codicia de los comercializadores, de los intermediarios, de los
comisionistas, de los acopiadores, de los distribuidores, no tiene límite.
Jóvenes de La Cámpora y veteranos de la Biblioteca Nacional están preparados
para atrapar a quienes se apropian de excedentes indebidos en la cadena de
valor.
La cadena. Todo el mundo habla de la cadena de valor, no hay
candidato, periodista, economista, gremialista, que no diga que el problema
reside en este nuevo cáliz sagrado que es la cadena de valor. No tengo más
remedio que anunciar algo triste, grave…la cadena de valor ha dejado de
existir. No está, se fue, dejó a sus eslabones solitos, flotando en el vacío.
No sólo la cadena de mando se rompe en situaciones de
anarquía, sino también esta nueva cadena se rompe toda cuando no hay cálculo
posible sobre lo que vendrá, cuando la inflación se estima entre el 30 y el
50%, cuando se vienen las paritarias cuyos aumentos pueden ser 25, 30, 35, 40%,
de acuerdo al gremio, cuando el ministro de Economía anuncia que los subsidios
en los servicios se cortarán para muchos y que el salto en la facturación puede
ser 100, 200 o no se sabe bien cuánto por ciento arriba del precio anterior,
cuando el dólar está quieto, dormido, descansando, pero si la inflación aprieta
una nueva devaluación antes de agosto va a ser inevitable, si las tasas se van
a las nubes y se mata el poco crédito que había, si cada día los funcionarios
anuncian una medida de acuerdo a los avatares del día anterior; en síntesis, si
vivimos en una economía en la que todo puede pasar, no hay que hacer un gran
esfuerzo ni ser perito mercantil para imaginar que una planilla de costos, una
lista de precios, una reposición, un programa de producción, dependerá de lo
que nos diga el I Ching.
Los alumnos de topología avanzada pueden entender que en el
nudo Borromeo cuando se suelta uno de tres aros engarzados, los otros dos se
desprenden con más ímpetu que en un desparramo de la santísima trinidad. En
este caso particular el anillo que se
soltó es el dólar. No hay precios, no hay moneda, no hay plazos, no hay
crédito, no hay proyecto.
Por eso no hay cadena de valor, porque toda cadena implica
una secuencia temporal, y en una economía como la argentina, el factor tiempo
está fuera de quicio. Ya lo dijo Hamlet: “the time is out of joint”, sin jamás
imaginarse que la frase se aplicaba al Modelo
(*) Filósofo. www.tomasabraham.com.ar
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