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jueves, 6 de febrero de 2014

La especulación oficial

Por Gabriela Pousa
Como sucede con casi todo en la Argentina kirchnerista, la crisis tiene también su doble faz. 

Por un lado está la crisis asida al dólar y por otro aquella mucho más profunda, casi perenne en nuestra cultura que aflora hoy día como un emergente de lo que hacemos, aún sin darnos cuenta o sin querer darnos cuenta.

La crisis económica, sin duda, tiene más prensa. A ella se dedican los especialistas y es ella, en apariencia, la única capaz de modificar algo en este escenario. No puede haber engaño: el bolsillo sigue siendo el órgano más sensible de los argentinos. La moral está en segundo plano.

Hasta tanto éste estuvo abultado podía digerirse fácilmente la corrupción más avezada, bastaba con adquirir un paquete turístico o un plasma en cuotas y relajarse del estrés que provoca vivir sin principios y sin normas. Si acaso no se podía transitar porque la calle estaba cortada, o algún medio mostraba una estafa colosal protagonizada por un ministro o incluso por la misma jefe de Estado, se compensaba el disgusto con el consumo. Hasta ahí la conducta de cierta clase media que viene siendo bastardeada, casi sin costo, por la dirigencia.

Quienes no acceden a ella, mantienen incólume su rutina de pelea diaria con y por la vida. Ellos no saben quién es Keynes o Marx, y si acaso alguna vez vieron un dólar fue por TV. Para ese sector social no hay tregua, no lo hubo en toda la década, ni lo habrá en lo sucesivo porque el populismo, justamente, se ocupa de administrar esa pobreza de manera de convertirla en eterna.

Esa franja social vegeta. Y aunque suene espantoso o duro, no es causante de problemas, no marca ni define agenda. Su atención directa se limita a la previa electoral, al subsidio por conveniencia, al puntero capaz de organizarse para contener, y no menguar, su miseria. El problema está en otra parte.

El problema es la bendita clase media no por su siempre tardío “darse cuenta”, sino quizás por su mismísima naturaleza. Ese sector de la sociedad apuesta a perdedor como deporte nacional. Tiene una necesidad de cambio gatopardista, compleja. En gran medida es aquella capaz de creer que votando a Sergio Massa cambia esto que nos pasa, aún cuando en voz alta diga que el electo diputado nació del riñón kirchnerista. Contradictoria, cómoda, voluntariamente ciega, presente en la ausencia, cómplice de lo que critica, y en muchos aspectos, similar a quien detesta.

En ese sentido su actual disconformidad puede devenir en costumbre o poner un punto final al avasallamiento de la libertad. No se trata de plantear un quiebre al orden constitucional sino de regresar a ese orden que hace tiempo no está.

En ese hábitat se vive ahora la sensación de un fin de ciclo que no es tal. Por más que el gobierno muestre al descubierto y sin anestesia todas sus falencias – cabe aclarar: ninguna nueva -, se vive la ignominia de manera diferente a como se la percibía meses atrás.

Nadie se atreve hoy a ningunear la crisis política. Pero eso no alcanza para vaticinar un final anticipado a la gestión de Cristina. Porque aunque intenten cambiar el foco de la responsabilidad, es ella quién decidirá, según su capricho, la continuidad constitucional. La clase media no sacó a ningún gobierno en Argentina. Si sigue o no hasta diciembre de 2015 no será definido por ninguna fuerza ajena al gobierno nacional.

Ellos aún manejan los hilos. La salud de la Presidente está siendo utilizada como un placebo para experimentar el humor social. Cristina puede enfermar de la noche a la mañana, no por ser un simple mortal sino por conveniencia personal, esa amenaza está latente y nadie se atreve a diagnosticar. Hoy por hoy, el repunte de su imagen en las encuestas es utopía.

Ahora bien, en Balcarce 50 creen que lo perdido no se recupera, pero lo ganado se aprovecha. Como diría la propia mandataria tras perder la última contienda electoral, “aún somos gobierno“, y mientras eso suceda nada se ha de alterar.

La titular del Ejecutivo está dispuesta a sortear el mal clima social aún con la receta equivocada. Claro que ya no alcanzan los anuncios grandilocuentes por la sencilla razón de que no se le cree. No hay magia ni soluciones diferentes por una simple razón: lo que caracteriza a esta administración no es la inoperancia sino la perversión. En esa perversión se enmarca también el carácter de la dama.

Cristina Fernández de Kirchner fue, es y será hasta el final Cristina Fernández de Kirchner. Pretender que se convierta en Ángela Merkel o en Dilma Rousseff es inútil. Puede modificar el tipo de cambio pero no ha de modificar el tipo de trato, puede vestirse de colores varios pero no puede matizar el espíritu vengativo ni su particular modo de concebir el juego político: como una sucesión de batallas. Y esta no es la final.

En síntesis, es inútil esperar cambios. Sin embargo, hay un dato que surge como punto de inflexión: la caja se está vaciando. Y la metodología kirchnerista que les permitió permanecer en el poder se basó justamente en el manejo discrecional de fondos para solventar aprietes, extorsiones, clientelismo sin limitaciones, y el manejo arbitrario de intendencias y gobernaciones.

Para que todo ese engranaje, que conforma el corazón mismo del kirchnerismo funcionara aceitadamente, fue necesario dilapidar los famosos ‘superávit gemelos’ que tanto ponderaban y abrir la caja. Ahora el gobierno se está quedando sin su principal herramienta. Mantener a los gobernadores alineados, controlar la calle y lograr que diputados o senadores se den vuelta en sus opiniones será una tarea de Sísifo.

Es por eso que la principal preocupación de la mandataria sea encontrar un reemplazo de aquel arma con el cual supo dominar la escena para no quedar como el rey desnudo de la fábula.

Analizar declaraciones obscenas, carentes de sentido, grotescas no es (o no debería ser) tarea del analista político, sin embargo en Argentina, la política no sólo es grotesca y burda sino también hace alarde de ello. Se nutre de coyunturas que no aportan un ápice y distraen. Y es en ese verbo donde el gobierno vuelve a centrar su atención.

Posiblemente recurran una vez más a la distracción. Es una opción que los Kirchner supieron usar de manera extraordinaria. Los argentinos hemos estado distraídos durante muchos años. Compramos como si fuesen sinónimo de crecimiento y desarrollo, las falacias de veranitos económicos, vientos de cola y otros artilugios varios.

Ese es el as que el gobierno guarda: la distracción. ¿Qué pasa si el pueblo no puede comprarla? Esa es la pregunta del millón, y por eso los millones que van para el fútbol y los shows. Si la clase media se harta de veras (y no sólo en alguna red social) y deja de regodearse con el permiso para comprar 200 dólares, habrá que jugar la carta de la distracción o recurrir a una salud resquebrajada

Pero si la sociedad vuelve a contentarse con Marcelo Tinelli y el Mundial, otro puede ser el cantar, así razonan quienes frecuentan la Presidencia. Durísimo sería tener que darles la razón.

En definitiva, la especulación política ganó la batalla. Pero de algo puede estarse seguro, los especuladores no están fuera de la Casa Rosada. Los porotos los cuenta la mismísima Presidente y sentada en el sillón de Rivadavia.


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