De Vido, Fábrega y Bein
cotizan en alza. Zannini, Capitanich y Kicillof, frío. El relato disfraza todas
las medidas ortodoxas.
Por Roberto García |
Ultimo parte de los que merodean Olivos: dicen que Cristina
se resignó a las salidas módicas por TV, que se aferra a las restricciones
médicas en materia laboral, pone distancia con ciertas urgencias y, más que
nunca, se incomoda cuando le señalan dificultades de gestión. Esto significa un
declive de Carlos Zannini (“siempre me trae problemas”), junto al dato de que
el inoportuno tampoco es tan distinto a otros funcionarios cuestionados.
La
inclinación de las simpatías, en cambio, se ha volcado hacia Julio de Vido, lo
que constituiría un regreso a las fuentes amistosas del kirchnerismo. Y en ese
plano también habría que ubicar al titular del Banco Central, Juan Carlos
Fábrega.
El hecho de que invite a comer a De Vido no constituye una
reversión de la personalidad presidencial. Si uno quiere hilar fino, podría
pensar que la recuperación pública que Ella hizo del economista Miguel Bein –ex
socio de José Luis Machinea, racinguista, habitual traductor de las intenciones
financieras del Gobierno e imprevisto objetor de los mercados, como si él no
viviera hace décadas de ese sistema– podría relacionarse a esta etapa de
cambio: más de una vez De Vido sugirió a Bein como eventual técnico para ocupar
la cartera de Economía, quizás por recomendación de uno de sus habituales
confidentes, el ex compañero de grado y banquero Luis Rivaya (Banco Galicia).
Volviendo a la dama, suele deslizar que no se ocupará de
promover ninguna candidatura presidencial al término de su mandato. Como si no
tuviera preferencias –a pesar de que a Julián Domínguez le habría prometido un
lugar en la escritura sucesoria– o porque carece de garantías para imponer un
heredero de su círculo: los efebos camporistas del sector público que no han
podido generar ni una promesa con dimensión suficiente para ocupar esa
nominación.
Este giro no figuraba en el relato oficial y ruboriza a sus
adeptos, mas cuando se advierte otra derivación impensada. Ella se aproxima al
peronismo, se recuesta sobre ese sentimiento –se la vio insólitamente balbucear
la marcha peronista en el último acto de la Casa Rosada– y recuerda al General
como si lo tuviera en la mesita de luz. En verdad, nunca lo asimiló su aparato
digestivo y se amparó en la mitológica figura que algunos construyeron de Evita,
olvidando una frase machista del propio Perón: “Evita es una creación mía”.
Pero Cristina vuelve sobre sus pasos y aludió a un apolillado discurso de l952,
cuando entonces había que comer pan negro y se perseguía a los “agiotistas”
almaceneros pegándoles un cartel infamante al clausurarle el negocio, casi una
advertencia para los supermercados actuales. Regresa a estas fuentes
originarias por sugerencias de ancianos pejotistas, conocedores de que el
partido puede ayudar a no dejarla sola en la transición que la separa hasta el
20l5. Siempre y cuando, claro, haya devolución de favores.
Si uno confronta esta visión interpretativa con los tres
últimos mensajes presidenciales –eufóricos, combativos y estimulantes para
jóvenes deseosos de creer en alguna revolución–, la impresión difiere en forma
radical. Pero, sea por un casquivano corazón de mujer o un cerebro consciente
del interés propio, lo cierto es que Ella se ha estabilizado gracias a los
consejos de los que denuncia y masacra. ¿O no ha copiado las insistentes
alternativas ofrecidas por gurúes noventistas, ortodoxos, más los escrachados
bancos, que para salir de la crisis estimaban procedente aplicar el recetario
elemental de la devaluación y suba de tasas? Se suma la corrección del sistema
estadístico, una disposición laboriosa en el exterior para pagar deudas y
volver a endeudarse, y aceptar una etapa recesiva como ineludible parte de la
cura venidera.
Le falta ordenar las cuentas públicas (como le gusta decir a
Fábrega, afirmando que ese criterio dominaba el pensamiento de Néstor), más
precisamente achicar el gasto y la emisión, lo que llegará en grageas debido a
que nadie disfruta de echar gente.
A pesar de haberse aprendido y aplicado el manual típico de
los enemigos, CFK mantendrá sus baterías disparando contra empresarios,
banqueros, sindicalistas, periodistas y etcéteras que considera destituyentes,
conspiradores. Después de diez años de servirse de todos ellos, de disfrutar de
sus votos, se indigna con su existencia. Tardío reflejo, como el de una porción
gigante del 54% que la votó en estos años y ahora parece desayunarse con
defectos del kirchnerismo, surgidos en fábrica. Si hasta descubren hoy las
insensateces públicas de Jorge Capitanich, convertido en el “Perfecto K” –casi
en el mismo nivel de Oscar Parrilli–, como si no hubieran reparado que hace más
de diez años decía lo mismo desde el mismo cargo.
Mientras, Alberto Samid se especializa y habla de política
exterior desde el Mercado Central; el contador de Daniel Scioli –Rafael
Perelmiter– convierte a Bein, Mario Blejer y Roberto Lavagna en asesores del
gobernador (¿Lavagna no asesoraba a Sergio Massa?); Elisa Carrió acepta
compartir lista con Mauricio Macri; éste a su vez se aleja del color peronista
y pretende maridaje con el socialismo santafesino y con los radicales de
Ernesto Sanz y Julio Cobos; al tiempo que Hugo Moyano y Luis Barrionuevo se reúnen
con Hermes Binner y Margarita Stolbizer.
Cristina, para no quedarse afuera, cita a los romanos
(podría recordar que allí se inventó la inflación, cuando los emperadores le
rebanaban oro a las monedas del pueblo) como modelo jurídico de que el
ciudadano debe pagar y no protestar, cuando la historia de la humanidad ha sido
desde entonces liberar al ciudadano de la opresión del estado.
Y el Papa, argentino y peronista, habilita a infinidad de
mensajeros –más que Perón desde Puerta de Hierro– para tareas diversas, a
cumplir o suspender, sin que actúe ni se conozca casi a su embajador, el
Nuncio. La lista semanal de sorpresas es interminable, insoportable para
ciertos espíritus.
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