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domingo, 26 de enero de 2014

Señora presidenta

Por Julio Bárbaro (*)
Con todo respeto quiero expresarle que me disgustó su discurso. Después de tantos días en silencio hubiera esperado que su aparición fuera distinta, algo nuevo y con grandeza. Pero Usted prefirió repartir culpas antes de asumir responsabilidades.

Me dolió escucharla cuando decía hablarles a todos los argentinos mientras  se ocupaba sólo de arengar a su pequeño y bullicioso auditorio.

El General abarrotaba de obreros la Plaza y Usted se conforma con amontonar funcionarios y empleados públicos en el Patio de las Palmeras. Estimada Presidenta, Usted ha reducido nuestra fuerza política a una hinchada agresiva de un club de las divisiones inferiores. En lugar de convocar a la unidad nacional invita a la agresión y al resentimiento a un puñado de militantes que imaginan ocupar el espacio del pueblo.

Me causa asombro su apasionada dedicación a deformar el pasado para adaptarlo al presente. Que invite a las Madres y a las Abuelas no modifica el pasado de Néstor ni el suyo ni el de su cuñada: gente ausente durante la dictadura y dedicados a acumular riquezas. Demasiadas propiedades ocupan el lugar de los tiempos heroicos. Ustedes jamás reivindicaron ni tuvieron actitudes dignas cuando gobernaron Santa Cruz y mucho menos durante la dictadura. Darle un espacio a la izquierda en el Gobierno no los convierte en luchadores sociales. No son dueños de un pasado digno de respeto, y eso exige que se olvide de reivindicar como propias dignidades demasiado ajenas.

Su discurso resulta contradictorio. Dice convocar a todos cuando expresa definiciones que sólo pueden abarcar a unos pocos, dice convocar al amor cuando sólo se expresa incitando al odio, exagera su supuesto lugar de víctima cuando todos soportamos su gobierno como un gran victimario.  Dice que le molestan los medios que la critican cuando gasta fortunas en financiar a los que se dedican a aplaudirla. Señora presidenta, los discursos no modifican las realidades.

La sociedad vive con dolor y desesperanza la agonía del supuesto modelo que Ustedes instauraron con mucha alharaca y escasa capacidad de ejecución. La moneda se devalúa al mismo nivel que vuestra ineficiencia se delata, han destruido hasta la energía y son demasiados los que han quedado a oscuras. Y frente a todo eso Usted les falta el respeto como si el dolor de las falencias fuera una simple exageración del periodismo. Hoy los medios hegemónicos son los del oficialismo, y las carencias más urgentes son mayoritarias. Usted nos habla como si los errores fueran un detalle y el Gobierno nadara en el éxito. Demasiado relato para tan doliente realidad.

Señora presidenta, nunca me quejé de su silencio, sólo que su aparición me obliga a añorarlo. El intento de juego de palabras con “desaparición” fue realmente desagradable. Cuando el dolor de los desaparecidos lastimaba, Ustedes no se dieron por enterados. Tengan al menos respeto a ese pasado digno del que carecen, y del que nadie puede sentirse propietario. Beneficiar heridos de guerra no los convierte en dignos participantes de la contienda. La desmesurada presencia de la corrupción no se oculta con pretensiones  revolucionarias. No son dueños ni de la humildad de los militantes ni de la pobreza de los trabajadores. Todo, señora presidenta, termina siendo una absurda deformación de la realidad.

Me molesta que acuse de mentir a sus adversarios cuando no ve la viga en el ojo propio. Son el Gobierno y su grupo los que más han faltado a la verdad. Fueron Ustedes los responsables de privatizar YPF y resulta atroz que nos quieran hacer sentir responsables a todos. Ustedes fueron esenciales al neoliberalismo como para que hoy lo definan como verdugo. Ustedes carecen de las virtudes y del testimonio para trascender en la historia, cuando se retiren del Gobierno los argentinos necesitaremos duplicar nuestro esfuerzo para cubrir las deudas que vuestra codicia e ineficiencia nos dejen en la retirada.

Su discurso me volvió a la memoria la convocatoria a la unidad del General y los “imberbes” que imaginaban el triunfo en la confrontación. Me pareció que Usted reivindicaba aquel error de los expulsados. La política, Señora, está mucho más allá de la consigna y el griterío, y es entre adversarios que se respetan y no entre enemigos que se provocan.

En su discurso, Usted les devolvió energía y agresividad a sus seguidores, pero pagó el enorme costo de la desesperanza de los que no confían en su palabra. Hoy son mayoría. El retorno de su discurso nada aporta a las necesidades de nuestra realidad. Sólo delimitan el tiempo que necesitamos para poder construir una alternativa distinta y digna. Su discurso nos incitó a buscar en la política una instancia superadora. Sólo en ese punto puedo encontrar algo que recuperar.

(*) Ex diputado nacional.

© Perfil

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