Por Julio Bárbaro (*) |
Con todo respeto quiero expresarle que me disgustó su
discurso. Después de tantos días en silencio hubiera esperado que su aparición
fuera distinta, algo nuevo y con grandeza. Pero Usted prefirió repartir culpas
antes de asumir responsabilidades.
Me dolió escucharla cuando decía hablarles a todos los
argentinos mientras se ocupaba sólo de
arengar a su pequeño y bullicioso auditorio.
El General abarrotaba de obreros la Plaza y Usted se conforma con amontonar funcionarios y empleados públicos en el Patio de las Palmeras. Estimada Presidenta, Usted ha reducido nuestra fuerza política a una hinchada agresiva de un club de las divisiones inferiores. En lugar de convocar a la unidad nacional invita a la agresión y al resentimiento a un puñado de militantes que imaginan ocupar el espacio del pueblo.
Me causa asombro su apasionada dedicación a deformar el
pasado para adaptarlo al presente. Que invite a las Madres y a las Abuelas no
modifica el pasado de Néstor ni el suyo ni el de su cuñada: gente ausente
durante la dictadura y dedicados a acumular riquezas. Demasiadas propiedades
ocupan el lugar de los tiempos heroicos. Ustedes jamás reivindicaron ni
tuvieron actitudes dignas cuando gobernaron Santa Cruz y mucho menos durante la
dictadura. Darle un espacio a la izquierda en el Gobierno no los convierte en
luchadores sociales. No son dueños de un pasado digno de respeto, y eso exige
que se olvide de reivindicar como propias dignidades demasiado ajenas.
Su discurso resulta contradictorio. Dice convocar a todos
cuando expresa definiciones que sólo pueden abarcar a unos pocos, dice convocar
al amor cuando sólo se expresa incitando al odio, exagera su supuesto lugar de
víctima cuando todos soportamos su gobierno como un gran victimario. Dice que le molestan los medios que la
critican cuando gasta fortunas en financiar a los que se dedican a aplaudirla.
Señora presidenta, los discursos no modifican las realidades.
La sociedad vive con dolor y desesperanza la agonía del
supuesto modelo que Ustedes instauraron con mucha alharaca y escasa capacidad
de ejecución. La moneda se devalúa al mismo nivel que vuestra ineficiencia se
delata, han destruido hasta la energía y son demasiados los que han quedado a
oscuras. Y frente a todo eso Usted les falta el respeto como si el dolor de las
falencias fuera una simple exageración del periodismo. Hoy los medios
hegemónicos son los del oficialismo, y las carencias más urgentes son
mayoritarias. Usted nos habla como si los errores fueran un detalle y el
Gobierno nadara en el éxito. Demasiado relato para tan doliente realidad.
Señora presidenta, nunca me quejé de su silencio, sólo que
su aparición me obliga a añorarlo. El intento de juego de palabras con
“desaparición” fue realmente desagradable. Cuando el dolor de los desaparecidos
lastimaba, Ustedes no se dieron por enterados. Tengan al menos respeto a ese
pasado digno del que carecen, y del que nadie puede sentirse propietario.
Beneficiar heridos de guerra no los convierte en dignos participantes de la
contienda. La desmesurada presencia de la corrupción no se oculta con
pretensiones revolucionarias. No son
dueños ni de la humildad de los militantes ni de la pobreza de los
trabajadores. Todo, señora presidenta, termina siendo una absurda deformación de
la realidad.
Me molesta que acuse de mentir a sus adversarios cuando no
ve la viga en el ojo propio. Son el Gobierno y su grupo los que más han faltado
a la verdad. Fueron Ustedes los responsables de privatizar YPF y resulta atroz
que nos quieran hacer sentir responsables a todos. Ustedes fueron esenciales al
neoliberalismo como para que hoy lo definan como verdugo. Ustedes carecen de
las virtudes y del testimonio para trascender en la historia, cuando se retiren
del Gobierno los argentinos necesitaremos duplicar nuestro esfuerzo para cubrir
las deudas que vuestra codicia e ineficiencia nos dejen en la retirada.
Su discurso me volvió a la memoria la convocatoria a la
unidad del General y los “imberbes” que imaginaban el triunfo en la
confrontación. Me pareció que Usted reivindicaba aquel error de los expulsados.
La política, Señora, está mucho más allá de la consigna y el griterío, y es
entre adversarios que se respetan y no entre enemigos que se provocan.
En su discurso, Usted les devolvió energía y agresividad a
sus seguidores, pero pagó el enorme costo de la desesperanza de los que no
confían en su palabra. Hoy son mayoría. El retorno de su discurso nada aporta a
las necesidades de nuestra realidad. Sólo delimitan el tiempo que necesitamos
para poder construir una alternativa distinta y digna. Su discurso nos incitó a
buscar en la política una instancia superadora. Sólo en ese punto puedo
encontrar algo que recuperar.
(*) Ex diputado
nacional.
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