Reapareció Cristina,
pero para anuncios “positivos” que no tienen que ver con los precios ni con el
dólar. Recuerdos de Isabelita. El factor Kicillof. Y lo que viene.
Por Roberto García |
Volvió un día. Del reposo sanitario, de la convalecencia,
del aislamiento geográfico. Con inflación en ascenso, dólar desbordado e
inquietud salarial. Así volvió de Ascochinga la presidenta María Estela
Martínez en 1975.
En curiosa repetición de género, otra mandataria de corte
peronista, Cristina, esta semana casi retrató la misma foto. Con diferencias.
La viuda de Perón era acechada por guerrilleros y militares, la violencia
criminal estaba incorporada al trámite diario, nadie se molestaba siquiera con
la traición (en Córdoba, a Isabelita la asistieron como damas de compañía las
esposas de los comandantes que luego la derrocaron y apresaron). También
existía otro clima popular: en su regreso, Isabelita llenó la Plaza de Mayo con
una multitud (tamaña concurrencia dicen que obligó al aplazamiento del golpe);
hasta parte del progresismo, incluyendo el sindical, entendió la defensa
democrática.
En esta ocasión –y al contrario de lo que desea y manifiesta
Ella en sus discursos– sólo dos salones de la Rosada se ocuparon con masitas de
jóvenes. Entusiastas, creyentes, tanto que vociferaban contra Clarín mientras
el Gobierno le aceptaba al Grupo el plan de adecuación y concentración
mediática –integrándolo a sus partenaires afines– y la prometida revolución de
la década se cerraría con cambiar un número por otro en el dial. Sin hablar de
Telecom, todavía, ni de David Martínez, Carlos Zannini o los bonos de la deuda.
¡Qué lindo es dar buenas noticias!, fue una ocurrencia
comunicacional que no le duró mucho a Fernando de la Rúa, pero que atrapa a los
asesores de la Presidenta: el anuncio del subsidio para estudiantes
veinteañeros copia ese espíritu distractivo, pretendió ocultar urgencias
dolorosas que reaparecen a las 24 horas, como la inflación, los cortes de luz,
el dólar, las reservas. Se comprende: no debe ser grato decidir una disminución
salarial, devaluar luego de jurar lo contrario y tentar al odiado campo con un
mejor precio para que exporte lo que se afirma tiene almacenado y reponga
divisas.
De ahí que en su exilio intelectual y tal vez médico, Ella
le dedicara tiempo a otro tipo de satisfacciones: la organización para celebrar
el próximo 25 de Mayo con el estreno del
Museo del Bicentenario, dedicándose a la ceremonia y su presentación, la
escenografía, los concurrentes, el vestuario. Alivia más cultivar lirios que
ocuparse de la soja o de los 80 milímetros que requerían ciertas zonas de
Córdoba para que el maní tuviera una cosecha decente.
Está tan en su mundo que ni siquiera olvidó apelar de nuevo
en su mensaje a la cultura del conflicto, a señalar enemigos ciertos o
improbables, creyendo que la humanidad subsiste y se supera gracias a la
confrontación, cuando el mayor misterio a resolver es cómo los salvajes
primates, el hombre de Cromañón y sus bípedos seguidores lograron solidarizarse
tanto entre sí –al margen de reyertas–
para sobrevivir, multiplicarse y progresar. O repara, quizás, que la sociedad
es la historia de la paz con agujeros de guerra, no la historia de la guerra
con agujeros de paz.
Filosofía aparte, igual que las distracciones discursivas,
Cristina en su regreso venía desteñida del lado económico y no la ayudó la
previa al partido, sea por las contingencias del mercado, la espiral de los
precios o por el fallido de Axel Kicillof con el Club de París (con gran
anecdotario que llega de Europa). Una suma de episodios que generan clima de
hostilidad (como los escraches a la casa del ministro por parte de vecinos sin
luz o la angustia de Jorge Capitanich para encerrarse en una pieza de hotel con
sus hijas en Navidad, sin atreverse a bajar al restaurante). Y en 24 horas,
pasaron de volver a Guillermo Moreno reventando cuevas, a cierta liberalidad en
las compras de dólares para decir que no hay más cepo. Cierta fiebre nociva en
precios y dólar entre la gente, desorientación y disturbio en las autoridades
–a esta altura, Juan Carlos Fábrega y
Diego Bossio son a Kicillof lo que Daniel Scioli es a Cristina–, un corsi e
ricorsi entre lo que se dice y se hace que abruma de expectativas el cuadro
económico para los próximos días. A pesar de que muchos reconocen sinceramiento
técnico, aunque impericia, en la devaluación de Kicillof.
Para colmo, con alguna fatuidad, el ministro nada dijo de
que lo propusieran como candidato presidencial desde el propio gobierno.
Molestó a varios la insinuación, más a Florencio Randazzo, de que había sido
sacudido por la dama por expresar sus aspiraciones políticas, harto –se supone–
de inventos a dedo como Amado Boudou, Martín Insaurralde (habrá que ver por qué
lo llaman “el pibe de oro”), el propio Capitanich y, ahora, “John Travolta”,
apelativo que se ganó Kicillof en el Gabinete por su look de patillas y camisas
con grandes cuellos de Fiebre de sábado por la noche. Algo de humor en la
oscuridad. Es que en la hoguera de la inflación y el dólar, de las fúnebres
especulaciones, también se cocinan ubicaciones para 20l5.
Cristina, en ese aspecto, no sólo se dedica a los lirios o
viaja a Cuba y Venezuela: se ha propuesto llevar un delfín que compita al menos
en la segunda vuelta, como ocurrió con su marido Néstor. Para lo que requiere
dividir el gelatinoso electorado del peronismo y adyacencias, lograr que no
menos de cuatro se presenten, del repudiado Sergio Massa por orden presidencial
al por ahora neutral Scioli, un tercero quizás por la ortodoxia (¿mandó a
trabajar en ello en la provincia de Buenos Aires a Mario Ishii, luego de una
prolongada entrevista?) y un cuarto propio, joven si es posible. Aunque sin
identidad todavía, cuestión que enloqueció a Lula una de las últimas veces en
la que conversaron. “No entiendo –le dijo– cómo no has contemplado uno o varios
candidatos tuyos. ¿En qué pensabas? Yo, en su momento, no pensé sólo en Dilma
(Roussef), también tenía otros tres. Esto no es eterno”.
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