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sábado, 18 de enero de 2014

Penumbras de un verano anticipado

Por Gabriela Pousa
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos” Pablo Neruda (Poema 20)

En medio del desconcierto general, una certidumbre: ya nada será lo que antes fue. Adiós al despilfarro obsceno de actos inútiles, adiós a los anuncios grandilocuentes de naderías vendidas como magnánimas, adiós a las inauguraciones repetidas, adiós al atril irreverente aunque Ella regrese.

Enmudeció la fatua oradora y Argentina quedó a la deriva, sorda. Ni sorpresas ni asombros. El desenlace era previsible, la caída también. El derrotero es consecuencia lógica de diez años de cortoplacismo desmesurado, de relatar en lugar de administrar, de llenar las arcas propias vaciando las del Estado. La deuda que dejará el kirchnerismo va mucho más allá de una cifra matemática.

Hay generaciones desperdiciadas. Basta con observar lo acontecido hace apenas unas semanas cuando cerró subrepticiamente sus puertas un colegio privado del barrio de Palermo, el Guido Spano, una veintena de criaturas de 6 y 7 años terminaron reclamando con cacerolas y bombos sentados en el asfalto. Más allá de la legitimidad de la protesta, lo destacable es observar cómo, quienes nos han de heredar, reaccionan frente a un imponderable: cortando calles. De igual manera lo hacen quienes se ven afectados por los cortes de electricidad. Se ha hecho carne la concepción kirchnerista de pedir, exigir o defender un posible derecho perjudicando al resto.

La cultura del lloriqueo es el legado de lo que llamaron la “batalla cultural” que han dado. Consecuentemente, se ha matado el derecho constitucional a transitar libremente.

No hay más reglas de convivencia, el contrato social, en el mejor de los casos, es un ejemplar de un tal Jean Jacques Rousseau, en algún estante de la biblioteca que no se ha tocado.

El país es una selva donde prima la ley del “sálvese quién pueda”, y quien mejor ha comprendido esto es precisamente, el kirchnerismo. Cada ministro está abocado a difícil tarea de borrar huellas, de abrir contactos, de acercarse a jueces y magistrados… Esa es la única y todopoderosa agenda de la dirigencia.

La mismísima Presidente se halla abocada a ella, mejor o peor de salud, es consciente que sólo puede salir de escena con la impunidad firmada, sino se la verá complicada. Esa es la respuesta para quiénes preguntan dónde está o qué hace Cristina: intenta salir limpia. Gesta de un Sísifo para quién echó barro sobre el brillo.

Ahora bien, así como resulta ingenuo creer que el gobierno puede revertir esta tendencia hacia la faz más aguda de la decadencia, subestimar su capacidad de daño sería también un engaño. Están en el gobierno, tienen mayoría parlamentaria, lapicera para firmar decretos, y teléfonos para apretar dependencias del área que fuera. Sobran pruebas de lo diligentes que son para esas tretas.
Sin embargo, hay algo que parecen no estar ya dominando: la calle y el calendario… Nótese que estamos iniciando el 2014 como si fuera un año electoral donde se van a producir cambios.

En la costa, los candidatos hacen campaña sin contemplar las pautas preestablecidas por la ley electoral. Por la playa pasea el avioncito que antes publicitaba alguna crema hidratante con carteles proselitistas (a no ser que la leyenda “Massa-Giustozzi” remita a algún electrodoméstico nacional y popular más…) En definitiva, el almanaque parece no estar ya en sus manos.

La oposición que le regalará complicidades inusitadas al oficialismo se mantiene en ese laxo ritmo de lo indefinido. Su ausencia debería inquietar más que la de Cristina. Todos quieren pero ninguno se atreve. Saben que una palabra puede encender el fuego, y no quieren hacerle otro favor al gobierno. Si alguno da un paso en falso, Cristina podría transformarse en la versión femenina de Fernando De La Rúa. Nadie la quiere disfrazada de víctima. Nadie quiere tampoco ser el que recite la fatídica frase: “hemos recibido un país en llamas”. No hay paciencia ni tolerancia para eso en la calle.
Así, lo que tenemos es un lento letargo sin definiciones claras. Se ve el precipicio pero no se sabe a ciencia cierta en que momento la piedra chocará con el agua. Todos imposibilitados de avanzar pero también todos sometidos al retroceso. ¿Cómo se sale de esto?

Esa es justamente la respuesta que debería dar la Presidente. Por eso su silencio, por eso el misterio, por eso la nada… La política en general no está dispuesta a respondernos. Lo que vemos no son pichones de estadistas sino meros actores de reparto que para subir a escena necesitan tiempo. Tiempo para aprender pero, sobre todo, tiempo para ‘limpiarse’. Muchos han formado parte o han estado demasiado cerca del enfermo, ¿cómo aparecer de pronto prometiendo cura para los males que ellos mismos produjeron?

El país es un gran signo de interrogación. La gente no entiende y es comprensible su desconcierto. Unos han pecado por obra, otros por omisión. Lo real es que hay culpas en exceso, no hay redentores y el paraíso está muy pero muy lejos.

Lo triste, en definitiva, es que un país entero está hoy dependiendo del humor y el capricho de una mandataria que supo articular discursos, dar lástima vistiendo de negro y asirse del 54% de votos para terminar, dos años después, con una aceptación de apenas un 23%.

Pero el kirchnerismo no se da por vencido fácilmente. Si algo lo caracteriza es su afán vengativo. Es muy posible que Cristina despliegue las pocas fuerzas que le quedan en planificar venganzas absurdas, torpes, vanas… Y simultáneamente, busque un “delfín” que pueda sobrevivirle y la “cuide” luego. La danza de candidatos, sin embargo, huele más a globo de ensayo para medir el clima social que a realidad.

Quien parece asegurarle impunidad a cambio de respaldo es Eugenio Zaffaroni. No es de extrañar pues que, en breve, el juez que ya anunciara su retiro festejando con Boudou y Bonafini su cumpleaños, empiece a ser destacado por hazañas meramente sacadas del relato.

Lo cierto es que el ocaso es un hecho. No lo es todavía, el día que un nuevo sol empiece a surgir en el firmamento. Habrá pues que asumir que la oscuridad que provoca la crisis energética, no es la única con la cual hemos de convivir en los meses venideros.

Quizás, el poeta no se equivocaba cuando decía que la oscuridad es el miedo a los fantasmas vivientes… Y hoy, Cristina Fernández de Kirchner parece ser uno de ellos.



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