Por Gabriela Pousa |
“La
misma noche que hace blanquear los mismos árboles, nosotros, los de entonces,
ya no somos los mismos” Pablo Neruda (Poema 20)
En
medio del desconcierto general, una certidumbre: ya nada será lo que antes
fue. Adiós al despilfarro obsceno de actos inútiles, adiós a los anuncios
grandilocuentes de naderías vendidas como magnánimas, adiós a las
inauguraciones repetidas, adiós al atril irreverente aunque Ella regrese.
Enmudeció
la fatua oradora y Argentina quedó a la deriva, sorda. Ni sorpresas ni
asombros. El desenlace era previsible, la caída también. El derrotero es
consecuencia lógica de diez años de cortoplacismo desmesurado, de relatar en
lugar de administrar, de llenar las arcas propias vaciando las del Estado. La
deuda que dejará el kirchnerismo va mucho más allá de una cifra matemática.
Hay
generaciones desperdiciadas. Basta con observar lo acontecido hace apenas
unas semanas cuando cerró subrepticiamente sus puertas un colegio privado del
barrio de Palermo, el Guido Spano, una veintena de criaturas de 6 y 7 años
terminaron reclamando con cacerolas y bombos sentados en el asfalto. Más
allá de la legitimidad de la protesta, lo destacable es observar cómo, quienes
nos han de heredar, reaccionan frente a un imponderable: cortando calles. De
igual manera lo hacen quienes se ven afectados por los cortes de electricidad.
Se ha hecho carne la concepción kirchnerista de pedir, exigir o defender un
posible derecho perjudicando al resto.
La
cultura del lloriqueo es el legado de lo que llamaron la “batalla cultural” que
han dado. Consecuentemente,
se ha matado el derecho constitucional a transitar libremente.
No hay más reglas de convivencia, el contrato social, en el mejor de los casos, es un ejemplar de un tal Jean Jacques Rousseau, en algún estante de la biblioteca que no se ha tocado.
El
país es una selva donde prima la ley del “sálvese quién pueda”, y quien mejor
ha comprendido esto es precisamente, el kirchnerismo. Cada ministro está
abocado a difícil tarea de borrar huellas, de abrir contactos, de acercarse a
jueces y magistrados… Esa es la única y todopoderosa agenda de la dirigencia.
La
mismísima Presidente se halla abocada a ella, mejor o peor de salud, es consciente
que sólo puede salir de escena con la impunidad firmada, sino se la verá
complicada. Esa es la respuesta para quiénes preguntan dónde está o qué hace Cristina:
intenta salir limpia. Gesta de un Sísifo para quién echó barro sobre
el brillo.
Ahora
bien, así como resulta ingenuo creer que el gobierno puede revertir esta
tendencia hacia la faz más aguda de la decadencia, subestimar su capacidad de
daño sería también un engaño. Están en el gobierno, tienen mayoría
parlamentaria, lapicera para firmar decretos, y teléfonos para apretar
dependencias del área que fuera. Sobran pruebas de lo diligentes que son para
esas tretas.
Sin
embargo, hay algo que parecen no estar ya dominando: la calle y el
calendario… Nótese que estamos iniciando el 2014 como si fuera un año
electoral donde se van a producir cambios.
En
la costa, los candidatos hacen campaña sin contemplar las pautas
preestablecidas por la ley electoral. Por la playa pasea el avioncito que antes
publicitaba alguna crema hidratante con carteles proselitistas (a no ser que la
leyenda “Massa-Giustozzi” remita a algún electrodoméstico nacional y
popular más…) En definitiva, el almanaque parece no estar ya en sus
manos.
La
oposición que le regalará complicidades inusitadas al oficialismo se mantiene
en ese laxo ritmo de lo indefinido. Su ausencia debería inquietar más que la de
Cristina. Todos quieren pero ninguno se atreve. Saben que una palabra
puede encender el fuego, y no quieren hacerle otro favor al gobierno. Si alguno
da un paso en falso, Cristina podría transformarse en la versión femenina de
Fernando De La Rúa. Nadie la quiere disfrazada de víctima. Nadie
quiere tampoco ser el que recite la fatídica frase: “hemos recibido un país
en llamas”. No hay paciencia ni tolerancia para eso en la calle.
Así,
lo que tenemos es un lento letargo sin definiciones claras. Se ve el precipicio
pero no se sabe a ciencia cierta en que momento la piedra chocará con el agua. Todos
imposibilitados de avanzar pero también todos sometidos al retroceso. ¿Cómo se
sale de esto?
Esa
es justamente la respuesta que debería dar la Presidente. Por eso su silencio,
por eso el misterio, por eso la nada… La política en general no está dispuesta
a respondernos. Lo que vemos no son pichones de estadistas sino meros
actores de reparto que para subir a escena necesitan tiempo. Tiempo para
aprender pero, sobre todo, tiempo para ‘limpiarse’. Muchos han formado
parte o han estado demasiado cerca del enfermo, ¿cómo aparecer de pronto
prometiendo cura para los males que ellos mismos produjeron?
El
país es un gran signo de interrogación. La gente no entiende y es comprensible
su desconcierto. Unos han pecado por obra, otros por omisión. Lo real
es que hay culpas en exceso, no hay redentores y el paraíso está muy pero muy
lejos.
Lo
triste, en definitiva, es que un país entero está hoy dependiendo del humor y
el capricho de una mandataria que supo articular discursos, dar lástima vistiendo
de negro y asirse del 54% de votos para terminar, dos años después, con una
aceptación de apenas un 23%.
Pero
el kirchnerismo no se da por vencido fácilmente. Si algo lo caracteriza es su
afán vengativo. Es muy posible que Cristina despliegue las pocas
fuerzas que le quedan en planificar venganzas absurdas, torpes, vanas… Y
simultáneamente, busque un “delfín” que pueda sobrevivirle y la “cuide” luego. La
danza de candidatos, sin embargo, huele más a globo de ensayo para medir el
clima social que a realidad.
Quien
parece asegurarle impunidad a cambio de respaldo es Eugenio Zaffaroni.
No es de extrañar pues que, en breve, el juez que ya anunciara su retiro
festejando con Boudou y Bonafini su cumpleaños, empiece a ser destacado por
hazañas meramente sacadas del relato.
Lo
cierto es que el ocaso es un hecho. No lo es todavía, el día que un nuevo sol
empiece a surgir en el firmamento. Habrá pues que asumir que la
oscuridad que provoca la crisis energética, no es la única con la cual hemos de
convivir en los meses venideros.
Quizás,
el poeta no se equivocaba cuando decía que la oscuridad es el miedo a
los fantasmas vivientes… Y hoy, Cristina Fernández de Kirchner
parece ser uno de ellos.
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