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domingo, 12 de enero de 2014

La revolución del tomate y la verdad de la milanesa

Por Jorge Fernández Díaz
Cristina abortó en el último minuto el revalúo fiscal y el consiguiente impuestazo a las casas porque Máximo le explicó cuánto tendrían que abonarle al fisco por las incontables propiedades de su familia. Esa broma fue la más creativa de todas las que giraron esta semana por las redes sociales. Pero no fue lo único gracioso que sucedió en el país de las sonrisas tristes. 

Hebe de Bonafini, acostumbrada a interpretar el inconsciente salvaje de la Presidenta, salió a criticar a los ciudadanos que protestaban por la falta de luz. Dijo, textualmente: "Cada argentino que se queja porque se le pudren las cosas de la heladera es porque tiene el freezer lleno". De inmediato Luis Gasulla, autor del libro El negocio de los derechos humanos (Sudamericana), reveló que la Fundación de las Madres no habría pagado durante ocho años el servicio eléctrico; aparentemente tampoco lo habría hecho la Universidad Popular, que ahora estatizarán para salvar de la bancarrota.

Esta semana fue pródiga en humoradas, como la revolución marxista-leninista del tomate. En Balcarce 50 se anunció que lo importarían para que no escaseara, los productores sorprendidos explicaron que no existía ningún problema a la vista, y entonces el gabinete nacional dio marcha atrás en chancletas y en medio de una absurda ensalada mediática.

Veinticuatro horas después, la Presidencia de la Nación montó en cólera y pidió tribunal de ética para este diario, por haber informado que la Casa Rosada había llamado a licitación para comprar un carísimo y sofisticado generador de electricidad que la pusiera a salvo del drama que vivimos todos. El ataque fue furibundo: el periodismo miente y debe ser sancionado. Pero el énfasis duró pocas horas, hasta que los funcionarios se enteraron de cuáles eran las fuentes de la cronista: el Boletín Oficial y la propia web de la Presidencia.

Una primera lectura de esta cómica cadena de tonterías y torpezas podría llevarnos a la conclusión de que el gobierno de Cristina Kirchner experimenta un proceso de deterioro intelectual y gestionario. Un problema de motricidad fina.

Este extraño comportamiento es motivo de múltiples especulaciones en el mundo de la política, aunque no ha logrado sacar del sopor veraniego a la oposición: "¿Para qué vamos a criticar al Gobierno -explican- si los ministros hacen todo a la vista? No necesitan ayuda: se degradan solos". Una hipótesis atendible para la ausencia de Cristina, ya en convalecencia crónica, es que los Kirchner tienen por norma no asociarse a las malas noticias, y que en esta época de malhumor social y ajustes no encuentran una buena nueva para industrializar. También se dice que ella está preparando su discurso de apertura de las sesiones legislativas, y que busca con sus desapariciones instalar un clamor para reasumir su rol de dama de hierro. Ese escenario de marzo le permitiría, sueñan los kirchneristas, relanzar el proyecto y establecer una nueva agenda. Pero como no pueda anunciar ese mismo día el milagro bíblico de que el dólar se estacione en seis pesos y que las reservas reciban un refuerzo celestial de 10.000 millones de dólares, será bastante difícil que las viejas alquimias del relato funcionen de nuevo. La gilada está nerviosa y atenta, y los conejos se niegan a salir de la galera.

La Presidenta dio luz verde a la idea de hacer cambios en la valuación de inmuebles para el cálculo de Bienes Personales. Sólo quienes piensan equivocadamente que la salud y el aislamiento la transformaron en una suerte de Isabel Perón pueden creer que el titular de la AFIP y el jefe de Gabinete iban a jugarse a solas el pellejo meneando públicamente un tema tan sensible. Cristina fue quien los autorizó. También fue ella quien luego se dio cuenta de que debía frenar un segundo antes del abismo. Y eso sucedió al comprender que posiblemente se aproximaba a otra 125, con una medida regresiva y reaccionaria que pondría en pie de guerra a la inmensa clase media, a cuantiosos miembros del proletariado nacional y a miles de jubilados. Estaba de nuevo jugando con fósforos en la oscuridad del polvorín. Y este escenario no da para equivocaciones impulsivas, porque la debilidad es inédita. "Hoy se le sublevan hasta los Boy Scouts", ironiza Julio Bárbaro.

El peronismo se fue del poder en dos ocasiones porque lo destituyeron las dictaduras militares y una vez, en 1999, por el voto popular. Ni Perón ni Menem avanzaron más allá de los dos mandatos. Eso les permitió que la quiebra del dispendio la pagaran otros. Por imposición social o por fuerza mayor, no se permitieron un tercer período. Que es el período fatal. Esos años malditos donde, como diría Charly García, la sal no sala y el azúcar no endulza.

La ambición desmedida de un matrimonio feudal que soñaba con la eternidad colocó a Cristina en este calvario. El juego se trata ahora, por lo tanto, de ver quién financia las bacanales. Qué naranja va a sangrar. Porque vale todo menos rediseñar una administración de cuentas irresponsable que les ayudó a acumular poder y ganar comicios. Algo de esto ocurrió efectivamente durante la 125: crecía el déficit y Cristina renunció a la racionalidad económica, mantuvo subsidios delirantes y como no tenía la chance de obtener créditos en el exterior, buscó una billetera privada para saquear: el campo.

Esa misma ocurrencia merodeó las principales cabezas de la Casa Rosada durante estos treinta días. El objetivo esta vez era el "medio pelo" argentino. Este año el país desendeudado debe pagar 10.000 millones de dólares en el rubro deuda externa, y hay un rojo fiscal que ronda los 120.000 millones de pesos. No entra dentro de la concepción kirchnerista hacer una revisión autocrítica del Estado pavote e ineficaz que ha construido, ni realizarle reformas o ahorrar para sanearlo. Este Estado, ausente sin aviso en las grandes emergencias y en la generación de infraestructuras, que discurre por un país de desigualdad creciente, sigue siendo una maquinaria electoral, un derroche alegre y un empleador compulsivo de "ñoquis" y acomodados. La Cámpora denomina a todo este esperpento "un Estado benefactor" cada vez que piensa en cómo exprimir un poco más a los contribuyentes. El ex titular de la AFIP Alberto Abad revela que hoy, en proporción, un trabajador calificado paga por Ganancias más impuestos que una gran empresa, recuerda que estamos en un récord de presión fiscal, que siguen sin tributarse las grandes transacciones financieras y que, de cada 100 pesos del PBI, los ciudadanos aportamos más de 40.

La creativa voracidad del Gobierno, propenso más que nunca a los parches y los manotazos de ahogado, había encontrado un truco para ampliar ese aporte. No lo utilizó porque tuvo miedo a una rebelión de impredecibles consecuencias.

El kirchnerismo pacta de manera turbia con la clase empresarial, tal como esta semana concluyó el historiador Luis Alberto Romero, y desprecia a la clase media, replicando el infantilismo de las izquierdas y un viejo y oxidado prejuicio del folklore justicialista. Por eso Bonafini alude al "freezer lleno" y por eso también Cristina se acuerda de su origen sólo cuando la campaña obliga. Pasó mucho tiempo. Hace años que la Presidenta es multimillonaria y que ve el país desde el aire. Sus ministros y los principales caciques del peronismo, con honrosas excepciones, se han transformado también en potentados. Todo eso gracias a Estados venales y propensos al despilfarro, que en parte solventamos nosotros: los gajitos de la naranja.


© La Nación

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