Por Jorge Fernández Díaz |
Obsesionada hasta el delirio con los diarios, arrullada por
cánticos amenazantes contra Clarín y contra los antiperonistas de cualquier
pelaje, la Presidenta aludió, una vez más, a Hermenegildo Sábat, a quien alguna
vez acusó de enviar mensajes mafiosos desde sus excelsas ilustraciones. Esta
vez Cristina Kirchner se permitió imaginar cómo sería dibujada después de una
cadena que rompía 34 días de insólito silencio e inquietante invisibilidad. Es
curioso, porque se dibujó a sí misma como un avestruz. Sacando su cabeza del
hoyo de la tierra.
Este cómico fallido actúa como una involuntaria admisión de
culpa, y desbarata el relato que intentó instalar ayer en la Casa Rosada,
consistente en asegurar que el país pujante marcha sin tropiezos hacia su
destino de gloria y que poderes maléficos quisieron hacerle creer al pueblo que
la Presidenta se había borrado. Lo cierto es que Cristina no aludió en estas
casi cinco semanas a los apagones, la explosión de precios, el 28% de
inflación, la pérdida alarmante de reservas, la caída del empleo ni los
fracasos en el frente financiero internacional. Tampoco se refirió a estos
dramas, tal vez porque piense de manera supersticiosa que si no los nombra se
desvanecerán.
Es bueno recordar aquí que su regreso a escena sucedió precisamente
en el atardecer de un día agitado: el dólar oficial voló a más de 7 pesos y la
gestión económica ejecutó la mayor devaluación en doce años. "Que esperen
otro gobierno quienes quieren ganar plata con una devaluación", había
dicho Cristina hace unos meses. Ayer no dijo nada. Ni de esta promesa
incumplida ni de lo demás. Es por eso que la palabra "avestruz", que
se le ocurrió a ella sin ayuda de nadie, fatalmente la roza.
Hasta Elisa Carrió admitió ayer que el programa destinado a
los jóvenes "ni-ni" (ni estudian ni trabajan) es "prudente y
correcto": hay más de 1.500.000 chicos en esa situación de riesgo. La
puesta en marcha de la iniciativa, sin embargo, genera algunas dudas por parte
de un Estado que se ha demostrado ineficiente para tantas políticas (la
educación, sin ir más lejos) y que se ha valido del erario para crear clientes
cautivos. La Presidenta le achacó los "ni-ni" a la experiencia
neoliberal. Pero ya transcurrieron al menos doce años desde entonces, y el
kirchnerismo lleva en el poder una década entera y con viento de cola. La
verdad es dolorosa: las desigualdades se mantuvieron, la cultura del trabajo
cayó en desuso y el narcotráfico penetró los segmentos más humildes. Cristina
se presenta como bombero a apagar el fuego que ella misma produjo o toleró.
Su vuelta al ruedo, a pesar de tantas objeciones, es
bienvenida. Aunque una cosa es poner la cara y otra muy distinta es hacerse
cargo. Para la antología quedará un adagio que les dedicó desde el balcón a los
neocamporistas: "Pecadores no son los que creen, sino los que
mienten". También allí el travieso inconsciente del avestruz le jugó una
mala pasada. Cualquier argentino sabe que el Gobierno ha mentido
sistemáticamente en muchos temas, y que el Indec es el Monumento Nacional al Camelo.
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