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jueves, 23 de enero de 2014

La parábola del avestruz y el pecado de mentir

Por Jorge Fernández Díaz
Obsesionada hasta el delirio con los diarios, arrullada por cánticos amenazantes contra Clarín y contra los antiperonistas de cualquier pelaje, la Presidenta aludió, una vez más, a Hermenegildo Sábat, a quien alguna vez acusó de enviar mensajes mafiosos desde sus excelsas ilustraciones. Esta vez Cristina Kirchner se permitió imaginar cómo sería dibujada después de una cadena que rompía 34 días de insólito silencio e inquietante invisibilidad. Es curioso, porque se dibujó a sí misma como un avestruz. Sacando su cabeza del hoyo de la tierra.

Este cómico fallido actúa como una involuntaria admisión de culpa, y desbarata el relato que intentó instalar ayer en la Casa Rosada, consistente en asegurar que el país pujante marcha sin tropiezos hacia su destino de gloria y que poderes maléficos quisieron hacerle creer al pueblo que la Presidenta se había borrado. Lo cierto es que Cristina no aludió en estas casi cinco semanas a los apagones, la explosión de precios, el 28% de inflación, la pérdida alarmante de reservas, la caída del empleo ni los fracasos en el frente financiero internacional. Tampoco se refirió a estos dramas, tal vez porque piense de manera supersticiosa que si no los nombra se desvanecerán.

Es bueno recordar aquí que su regreso a escena sucedió precisamente en el atardecer de un día agitado: el dólar oficial voló a más de 7 pesos y la gestión económica ejecutó la mayor devaluación en doce años. "Que esperen otro gobierno quienes quieren ganar plata con una devaluación", había dicho Cristina hace unos meses. Ayer no dijo nada. Ni de esta promesa incumplida ni de lo demás. Es por eso que la palabra "avestruz", que se le ocurrió a ella sin ayuda de nadie, fatalmente la roza.

Hasta Elisa Carrió admitió ayer que el programa destinado a los jóvenes "ni-ni" (ni estudian ni trabajan) es "prudente y correcto": hay más de 1.500.000 chicos en esa situación de riesgo. La puesta en marcha de la iniciativa, sin embargo, genera algunas dudas por parte de un Estado que se ha demostrado ineficiente para tantas políticas (la educación, sin ir más lejos) y que se ha valido del erario para crear clientes cautivos. La Presidenta le achacó los "ni-ni" a la experiencia neoliberal. Pero ya transcurrieron al menos doce años desde entonces, y el kirchnerismo lleva en el poder una década entera y con viento de cola. La verdad es dolorosa: las desigualdades se mantuvieron, la cultura del trabajo cayó en desuso y el narcotráfico penetró los segmentos más humildes. Cristina se presenta como bombero a apagar el fuego que ella misma produjo o toleró.

Su vuelta al ruedo, a pesar de tantas objeciones, es bienvenida. Aunque una cosa es poner la cara y otra muy distinta es hacerse cargo. Para la antología quedará un adagio que les dedicó desde el balcón a los neocamporistas: "Pecadores no son los que creen, sino los que mienten". También allí el travieso inconsciente del avestruz le jugó una mala pasada. Cualquier argentino sabe que el Gobierno ha mentido sistemáticamente en muchos temas, y que el Indec es el Monumento Nacional al Camelo.

© La Nación

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