Por Héctor Blas
Trillo
Si bien todos los años encaramos las expectativas e
intentamos pronosticar lo que sobrevendrá en materia especialmente económica,
en esta oportunidad hemos preferido hacer un recuento breve, conciso y también
lo más contundente posible de lo ocurrido, en la esperanza de que por sí mismo,
el recuento sirva para que cada uno se haga la composición de lugar acerca de
lo que puede venir durante el año que se inicia.
Empecemos por señalar que el llamado “modelo de crecimiento
con inclusión social” ha sido una suerte de solución mágica basada,
innegablemente, en el fabuloso incremento de los precios de las commodities en
el mercado internacional. Fueron los exorbitantes precios de exportación de
nuestros productos primarios los que brindaron el colchón distribucionista, que
no crea riqueza sino que la gasta. En efecto, el mayor consumo de los años
iniciales del modelo no estuvo basado en una mayor productividad de quienes
consumen o de quienes invierten, sino en una inmensa distribución de utilidades
producidas por las retenciones sobre las exportaciones a una ingente masa de
consumidores que jamás tuvo en sus planes reinvertir un solo peso.
El gasto público ha sido llevado a niveles absolutamente
descomunales, la exacerbación de la presión tributaria se ha visto exacerbada
por la emisión espuria de moneda para obtener recursos vía la inflación, el
reconocido impuesto más injusto de todos.
Los gobernantes recurrieron entonces a todo tipo de
acusaciones a comerciantes y productores, a acuerdos y controles de precios de
nula eficacia, expuestos en planes con denominaciones que terminan enfrentando
a la sociedad entera, como el recordado “mirar para cuidar”, donde unos (los
buenos) deberían encargarse de controlar a los otros (los malos) en un ejercicio
maniqueo y francamente pueril.
Los controles de precios provocan faltantes de productos,
mercados negros y modificaciones en los envases o segundas marcas, entre otras
cosas, todo lo cual es presentado como una “avivada” de comerciantes y productores,
todo ello sin considerar siquiera por un momento si la política monetaria
seguida por el gobierno, que es la otra pata de la sota, se corresponde con la
subsistencia de precios estables. Es que los precios lo son en una moneda que
emite de manera desmadrada el Banco Central, dato que no es menor al pretender
que mantenga su valor para posibilitar los precios constantes.
La inflación, negada hasta el surrealismo, terminó afectando
el tipo de cambio, que es un precio más. Ello provocó el encarecimiento en
dólares del país, lo cual dificultó las exportaciones, incentivó las
importaciones, dando lugar al cepo cambiario y a la increíble prohibición de
girar dividendos.
Ante el incremento de la inflación, la gente que cuenta con
pesos y que no tiene acceso al dólar porque el gobierno mediante el cepo le
niega la venta, termina refugiándose en activos físicos, entre los cuales se
cuenta la compra de dólares en el mercado paralelo. Porque la realidad es que
el cepo cambiario si algo pretende es que la gente se quede en pesos y soporte
así el impuesto inflacionario que el Estado crea con la emisión de billetes sin
control alguno. El aumento del tipo de cambio paralelo incentiva la
subfacturación de importaciones y la sobrefacturación de exportaciones, deteriorando
aún más la balanza comercial.
El sostenimiento de tarifas congeladas en materia energética
provocó la verdadera crisis que estamos padeciendo, tanto en combustibles líquidos
(que suben de precio casi dos veces por mes), gas y petróleo en general, con el
consabido efecto sobre la electricidad. En todos estos años se consumieron
prácticamente todas las inmensas inversiones de capital llevadas a cabo en la
odiada década del 90. A las apuradas, y sin planificación alguna, están
importándose combustibles de diversos países para intentar paliar la crisis,
pagando por ello precios bastante superiores a los del mercado internacional.
La modificación de la Carta Orgánica del Banco Central le
quitó autonomía a la entidad y hoy es utilizado para aportar los dólares
necesarios para afrontar los pagos de deuda externa, dado que el superávit
ficticio logrado en tiempos del dólar artificialmente alto fue gastado en
subsidios y en erogaciones corrientes. El Banco Central cede al Tesoro Nacional
divisas para los pagos, y el Tesoro entrega letras intransferibles a 10 años
que luego el primero contabiliza en su activo. De esta manera, el eufemístico
“desendeudamiento” es una falacia descomunal que se repite a lo largo de todos
estos años como si tal cosa.
Las tarifas del transporte se han mantenido artificialmente
bajas y los subsidios otorgados fueron, según la propia información de la
Auditoría General de la Nación, verdaderas bolsas de gatos. De tal modo, el
sistema de transporte está literalmente destruido y sin posibilidades de
repararse excepto mediante compras a las apuradas y sin licitación alguna de
cosas tales como vagones, rieles, señales, frenos, etc. para el caso del
ferrocarril especialmente.
El atraso del tipo de cambio oficial ha dado lugar a un
verdadero galimatías que consiste en gravar con el 35% del impuesto a las
ganancias (como pago a cuenta), no solamente los gastos en moneda extranjera,
sino también LAS EXTRACCIONES de esa moneda en los cajeros automáticos y luego
de las “autorizaciones “ afipianas. Debemos ser el único país del mundo en el
que se paga impuesto a las ganancias por haber retirado dinero de un banco o de
una casa de cambios. Hasta tal punto llega el absurdo. O sobre el gasto, siendo
que el impuesto a las ganancias grava LOS INGRESOS.
En estos momentos el gobierno está obligando a los
exportadores que adelantes los ingresos en dólares que llegarían en realidad en
mayo próximo. Esto a cambio de un bono en pesos ajustado por el tipo de cambio
oficial más una buena tasa de interés. El tema es qué ocurrirá en mayo, cuando
ya las divisas hayan entrado como resultado de esta nueva “promo”.
Cada día se violan más los derechos personales, cada día más
se restringe la libertad de disponer de lo que es propio, cada día más se ponen
trabas para viajar, cada día crece la maraña de controles, y los anuncios de
nuevas medidas se corrigen en cuestión de horas según los funcionarios que
tomen el micrófono.
La improvisación, el desconcierto, el eterno parche
intentando atacar de manera descontrolada, apresurada y sin una visión global,
nos pone en el ojo del huracán. Sin duda alguna. Estamos empachados de parches,
pero estos siguen como si tal cosa, y nadie parece dispuesto a tirarnos el
cuerito, como hacían nuestras abuelas.
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