Por Jorge Altamira |
La megadevaluación del dólar a ocho pesos no puede resolver
la crisis, por el contrario: la acentúa. Echa leña a los precios, que están
aumentando a razón de un 30% anual. Las previsiones para el trimestre en curso
apuntan a una carestía del 20%, la cual sería mayor en el caso de los
alimentos. Encarece la factura de la importación, en especial la de energía.
Aluar, por el aluminio, y Techint, por el acero y los tubos para el petróleo,
tendrán un beneficio enorme de exportación, pero eso no quiere decir que vayan
a traer más divisas. Lo mismo ocurre con los monopolios de la soja, cuyos
precios, por otra parte, están bajando. La megadevaluación no ha modificado el
desequilibrio cambiario: siguen los otros cinco mercados de cambios paralelos
al oficial. El gobierno tiene un enorme error de caracterización -sostiene que
el desequilibrio cambiario es comercial. El desequilibrio es, por sobre todo,
financiero: hay una corrida contra el peso porque la posición financiera de
Argentina (deuda externa, crisis de financiamiento del Estado) está en quiebra.
Para empeorar las cosas, el Banco Central ha aumentado las
tasas de interés -del 16 al 25% anual- para mayor beneficio de los bancos y
para mayor perjuicio de los deudores con tarjetas de crédito u otros créditos
al consumo. La deuda más cara que contrata el Banco Central con el sistema
financiero acentúa el deterioro de su patrimonio, porque al mismo tiempo siguen
cayendo las reservas. A los dólares de la reserva neta del Banco, unos 20 mil
millones de dólares cuando se descuentan los depósitos en dólares en los
bancos, hay que restar el equivalente de 12 mil millones de dólares de la deuda
en pesos. Uno de los últimos bastiones del financiamiento del Tesoro, junto con
la Anses, ha quedado fuera de juego. El presupuesto fiscal, calculado sobre un
dólar de siete pesos para diciembre de este año, se ha convertido en un dibujo.
El aumento de la tasa de interés tiene u! n impacto recesivo en la economía.
Los voceros del capital financiero internacional, del mismo
modo que la burguesía nativa, aseguran que el gobierno “va por la dirección
correcta”. Claro, porque la devaluación produce la desvalorización del salario
(en dólares y en pesos), de las jubilaciones y de los gastos sociales. Ofrece
al capital internacional la ocasión de apropiarse con ventaja del patrimonio
interno del país, que se cotiza en pesos. Sin embargo, el conjunto del capital
sigue torpedeando el ajuste kirchnerista, por dos razones de fondo. Una,
reclaman una tasa de interés mucho más elevada, que deje un ganancia real
significativa una vez descontada la inflación de precios. La exigencia
fundamental, de todos modos, es que se levante el ‘cepo’ cambiario, sin lo cual
las otras concesiones carecen de alcance. Lo que está en cuestión es la
liquidación del agotado régimen fin! anciero del kirchnerismo y llevar hasta el
final el régimen económico prometido en el acuerdo con Chevron. La mega
devaluación, sin embargo, no vino acompañada de señales en esa dirección. El
gobierno se encuentra dividido en este punto: el derrumbe económico pega en la
línea de flotación de lo que ha quedado del oficialismo. Lo que caracteriza a
un ‘rodrigazo’ es, por sobre todo, la incapacidad del gobierno de turno para
ofrecer un programa de conjunto en una situación de grandes desequilibrios.
El mejor registro de lo que está ocurriendo es el planteo de
suspender las paritarias y establecer un régimen de salarios por decreto. El
oficialismo no puede gobernar si no es por medio de medidas de emergencia.
Estamos ante el umbral de una movilización popular y de un salto cualitativo de
la crisis política. El adelantamiento de las elecciones -lo cual supone el
establecimiento de un gobierno provisional- es señalado con mayor frecuencia.
Aunque los promotores de este operativo sostengan lo contrario, se trataría de
un golpe de Estado. El objetivo sería consumar el golpe económico. Los
trabajadores deberíamos movilizarnos a fondo contra un golpe de Estado, pero no
con el programa antiobrero del kirchnerismo, sino con reivindicaciones y
métodos propios.
El desafío que plantea la crisis es aprovecharla para
avanzar en una salida de la clase obrera y los explotados. Es necesario abrir
un período de deliberación de los trabajadores, para arribar a conclusiones
políticas y a conclusiones de organización. Todos los reclamos del momento deben
ir en esa dirección. El reclamo de aumentos inmediatos de salarios y
jubilaciones; adelanto de paritarias enteramente libres; petitorios discutidos
y votados en asambleas deben ir hacia una alternativa política. Es el sentido
de nuestra consigna transitoria, provisional de un congreso de delegados del
movimiento obrero para votar un plan económico y político, y un plan de lucha.
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