Por Roberto García |
El nuevo elegido de
Cristina acumula más espacios que aciertos. Parecidos y diferencias con el ex
superministro.
Uno tiende a comparar cuando analiza situaciones o
proyectos. De ahí que ciertas opiniones coincidan: Cristina de Kirchner se ha disfrazado del Carlos Menem de los 90
al otorgarle al ministro Axel Kicillof un poder arrasador dentro del Gobierno.Como entonces el riojano le concedió a
Domingo Cavallo.
Por supuesto, son personalidades diferentes los economistas, aunque ambas heterodoxas, se asemejan por la avidez de presidir el círculo rojo, la extensión del dominio territorial en el gabinete –cada vez más creciente y aún incompleto por parte de la ambición del actual funcionario–, la tendencia a la descalificación de los que no son propios y el movimiento en grupo, asociado y juramentado, de una suerte de escuela o secta, como lo fue en su momento la Fundación Mediterránea, una matriz copiada por los hoy más amateurs de Kicillof & Cía. (“Tontos pero no tanto” fue la inicial formación universitaria) y sostenida por la desorientada cúpula de La Cámpora. Por supuesto, la comparación admite infinidad de discusiones, arrebatos indignados de los protagonistas, pero en suma representan una naturaleza común interesada en ocupar espacios en el Estado, apropiarse de lo yacente. Y sobre todo, envueltos en la misma pasión de antaño: salvar a la patria. Claro, en ambos casos, los acompaña el diagnóstico identificatorio que los llevó a la cima: los dos presidentes parecían extraviados ante la crisis.
Por supuesto, son personalidades diferentes los economistas, aunque ambas heterodoxas, se asemejan por la avidez de presidir el círculo rojo, la extensión del dominio territorial en el gabinete –cada vez más creciente y aún incompleto por parte de la ambición del actual funcionario–, la tendencia a la descalificación de los que no son propios y el movimiento en grupo, asociado y juramentado, de una suerte de escuela o secta, como lo fue en su momento la Fundación Mediterránea, una matriz copiada por los hoy más amateurs de Kicillof & Cía. (“Tontos pero no tanto” fue la inicial formación universitaria) y sostenida por la desorientada cúpula de La Cámpora. Por supuesto, la comparación admite infinidad de discusiones, arrebatos indignados de los protagonistas, pero en suma representan una naturaleza común interesada en ocupar espacios en el Estado, apropiarse de lo yacente. Y sobre todo, envueltos en la misma pasión de antaño: salvar a la patria. Claro, en ambos casos, los acompaña el diagnóstico identificatorio que los llevó a la cima: los dos presidentes parecían extraviados ante la crisis.
Con este argumento, uno también podría pensar que en
cualquier momento Cristina aparece con su ministro devenido premier como en el
pasado ocurrió con Cavallo y anuncian un programa económico revulsivo, como fue
el plan de convertibilidad. Nutre este criterio el secretismo informativo, la
simulación, el silencio de la dama, sus recurrentes problemas personales (ya
hay hasta suspicacias sobre sus visitas tan prolongadas en el sanatorio, en dos
jornadas consecutivas, a su madre operada por una dificultad poco comprometida
a pesar de la edad). Sin embargo, ya son varios los años de Kicillof en la
administración y, hasta ahora, amagó más
de lo que propuso, su prioridad en apariencia pasa más por acumular nuevos
cargos que por resolver los agujeros económicos (mucho más tenues, por otra
parte, que los enfrentados por el tándem que Menem decía encabezar). Sigue
echando culpas, desvistiendo personajes (Julio De Vido, Ricardo Echegaray),
larvando conflictos con Juan Carlos Fábrega por el aumento de las tasas como
imposición de los bancos y con Diego Bossio por el desprendimiento inaudito de
títulos. Además, ante el empinamiento del dólar blue, por ejemplo, arguye que si no hubieran suministrado
algunos placebos, la divisa estaría bastante más alta (un peso más por lo
menos). Seguramente es verdad, pero al enfermo no le alcanza. Sin olvidar,
claro, que la zozobra podría ser mayor si ocurriera en el segundo semestre,
cuando las condiciones del cálculo presupuestario se vuelven más complicadas.
Entonces, sin darse cuenta, convirtió en un negoción privado el acuerdo para
las cerealeras, despoja de riqueza a los jubilados y contribuyentes con la
venta de bonos o sus ganancias más precisamente, inventó una bicicleta con el dólar bolsa que
aprovechan sin miramientos bancos, empresas y particulares. Kicillof & Cía.
podrán vestirse igual, menos de ciclistas, no dominan el arte de pedalear.
Cristina obviamente no es Menem, su libre albedrío al
ministro debe estar acotado por la ideología y, por lo tanto, cualquier tipo de
ajuste le suena irreverente. Por más que Kicillof, según dicen, ya admitió –se
supone que contra su propia vocación– que los salarios del Estado no pueden
acompañar la inflación (como ya ocurre de hecho) y que mal no vendría algún
tipo de repliegue en el gasto con subsidios escandalosos, tipo Tierra del Fuego
(con retoques mínimos, dicen algunos con menos medallas oficiales pero más
experiencia, la inflación estaría por la mitad y el blue no sería tan
codiciado). O sea que, más tarde o más temprano, como Cavallo con Menem, se
justificarán en que Cristina no les permitió correcciones elementales. Y si no
hay plan cierto ni medidas que generen un premio en la lotería, lo que parece
quedarle es un menú característico: continuar en la administración de calmantes
y lograr que algunas iniciativas en el exterior produzcan un bálsamo. Del
acuerdo con el Club de París –hay quienes lo anuncian para el próximo lunes–, a
los arreglos con Repsol de la mano del no querido Miguel Galuccio, a eventuales
entendimientos con los buitres u otros organismos internacionales. Lo que
significa en casi todos los casos una habilitación para pedir créditos,
endeudarse, concepto que curiosamente en la Argentina parece dolerle más al
ideario progresista que a los propios ortodoxos.
Para Kicillof & Cía. no resulta complejo hacer docencia
ante la señora –tal cual ocurrió con otros ministros que tuvieron acceso a Ella
(Martín Lousteau)–, sí es difícil explicarle a un Carlos Zannini que,
entronizado como poder detrás del trono, se aboca a tantas tareas que le cuesta
completar una. Basta escucharlo, por ejemplo, cuando afirma que “no le gusta el
periodismo que se hace en la Argentina”. Sin mencionar siquiera otro modelo más
ejemplar, a menos que crea en el ejercicio profesional que determinan algunos
empresarios amigos suyos. ¿O acaso prefiere el francés que desnudó el affaire
amoroso de su presidente o el norteamericano que se cargó a un vicepresidente
(Spiro Agnew) o a un presidente como Richard Nixon, mientras en la Argentina
unos pocos merodean las sospechosas compras de una fábrica de dinero o los
burdos enjuagues contables en el rubro hotelería? Quizá desee esa fiereza
informativa, a menos que adhiera a la docilidad paga de países asiáticos que
alguna vez lo deslumbraron. En fin, no es su terreno, sólo es un opinante de
ocasión ya que en más de una década casi no se conoce su pensamiento general.
Podría quejarse, como algún empresario allegado a su gobierno, que ciertas
notas y titulares en verdad encubren operaciones de otros empresarios también
allegados a su gobierno. Una curiosidad, si se quiere, ya que las desventuras
denunciadas contra Lázaro Báez sobre movimientos de dinero, otrora, ocurrieron
con el Banco Finansur, cuando era –según sostenían en La Rosadita– uno de sus
clientes privilegiados (tampoco ignoraban al inspirador intelectual del
empresario santacruceño). Justamente la misma entidad que luego, por tropiezos
económicos, le vendió la mayoría accionaria a Cristóbal López, alguien que no
podría ser tachado como ajeno al Gobierno. Casi un sino.
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