Por Luis Gregorich |
Las jornadas de caos, saqueos y muerte que conmovieron
recientemente al país y opacaron la celebración de los 30 años de democracia no
trajeron grandes cambios a nuestro escenario político.
El Gobierno demostró seguir siendo firmemente unipersonal, y
la Presidenta, en silenciosas intervenciones (demora del envío de gendarmes a
Córdoba, publicación del consabido dibujo del Indec, despido del fiscal
Campagnoli, confirmación del general Milani), liquidó el tímido clima renovador
que parecía instalarse antes de los hechos de violencia. Después se fue a El
Calafate. Siguieron los cortes de luz y el temor por los saqueos.
Es cierto que las últimas encuestas indican que, de todos
modos, el apoyo a la Presidenta disminuyó sensiblemente, pero esta merma no ha
servido como disparador para la imagen positiva de ningún líder opositor. Si
hoy hubiera elecciones presidenciales, nadie podría ganar en primera vuelta, y
cualquiera -cualquier peronista- podría ganar una vez concretado el ballottage.
El pronóstico para 2014 no es bueno. No hablamos sólo de
economía; hablamos, más bien, de instituciones. ¿Hay algo que podamos pedir al
Gobierno (es decir, a la Presidenta) y a la oposición para revigorizar la
democracia? Tenemos la ingenuidad de pensar que sí, que la Argentina es algo
más que los depredadores de los supermercados y los vándalos del Obelisco. Por
eso haremos, con respeto, un solo pedido de fin de año a cada una de las dos
partes.
Empecemos por la oposición, aclarando que llamamos oposición
a todos los partidos no peronistas que afirman ser opositores, sumados a grupos
sin filiación partidaria (por ejemplo, sindicalistas o intelectuales), pero que
se consideran incluidos en el mismo espacio. No creemos que deba calificarse de
opositor, estrictamente hablando, al (plausible) movimiento encabezado por
Sergio Massa, ni mucho menos a los variados brotes de peronismo disidente que
afloran en distintas provincias, porque se sabe que los peronistas tienen una
tendencia instintiva a reagruparse, llegado el caso, en torno al vencedor. No
expresamos aquí una condena moral, sino sólo una descripción de una tradición
política que comprende el poder y se disciplina ante él.
Opositores son, en consecuencia, radicales, socialistas,
seguidores de Pro y de la Coalición Cívica, y personas independientes que
tienen una visión del país diferente a la del gobierno kirchnerista. Hasta
ahora estas fuerzas han marchado separadas, a excepción de la interesante
experiencia de Unen en la Capital. El personalismo, el reproche ideológico que
a menudo encubre la disputa por el mismo electorado, el peso de viejos
rencores, son factores que han fragmentado a la oposición.
¿Sería tolerable una coalición o una concertación de todos
estos grupos y partidos para brindar a los ciudadanos una alternativa distinta
tanto del peronismo kirchnerista (con su sello de izquierda) como de la
metamorfosis peronista propiciada por Sergio Massa (con su sello moderado)? En
estos días, la política europea y la latinoamericana, a través de dos
expresiones diferentes, han proporcionado nuevos modelos a la cultura de la
coalición. En Alemania, hoy por hoy el país más poderoso de Europa, se han
reunido para gobernar los dos partidos más grandes y eternos rivales en la puja
electoral: la democracia cristiana de Angela Merkel y el partido socialdemócrata.
Más cerca de nosotros, en Chile, Michelle Bachelet ha sido elegida presidenta
por segunda vez (no consecutiva) con el apoyo de un grupo de partidos llamado
Nueva Mayoría, en el que coexisten desde la democracia cristiana hasta el
Partido Comunista.
Queda claro cuál es el modesto regalo que pedimos en este
turbulento fin de año a las fuerzas opositoras. Para que nuestra democracia
pueda ser auténticamente competitiva y representativa, para que los ciudadanos
puedan participar y elegir entre formas de gobernar y estilos y visiones del
mundo, les pedimos a los opositores que nos entreguen, en el final de este
áspero 2013, una señal de unidad. No se trata de soñar anticipadamente con
candidatos o listas únicos. Tampoco es de buena fe exigir ya completas
plataformas de gobierno. Sólo se pide una señal, quizás una mesa de
coordinación en el Congreso, una forma conjunta de reaccionar frente a los
desafueros del oficialismo y, si fuera posible, la formación de grupos comunes
de estudio y trabajo en torno a los cuatro o cinco grandes problemas
nacionales. Repítase, en forma de conjuro, la palabra deseada: unidad.
En lo que concierne a la Presidenta, nuestro pedido para el
año que termina sólo inviste el carácter de una fantasía, la presunción de un
acto ejemplar que excede lo político y se interna en el terreno de las
convicciones y los valores.
Dentro de unas pocas semanas, cuando Sebastián Piñera
entregue la presidencia de Chile a Michelle Bachelet, Cristina Kirchner pasará
a ser la mandataria más rica de América del Sur y del Norte juntas. Barack
Obama, hasta hoy en el tercer lugar, será entonces sólo el segundo más rico.
No hay que escandalizarse ante la riqueza de algunos
políticos; los hay que merecen el favor popular después de una carrera exitosa
en el mundo de la empresa o de las finanzas. El mencionado Piñera es uno de
ellos. El multimillonario Michael Bloomberg, tres veces alcalde de Nueva York,
tras dejar su cargo ha fundado una asociación que se dedicará a investigar y
mejorar la vida en las grandes ciudades. Otro multimillonario y jefe de
gobierno famoso, Silvio Berlusconi, ex primer ministro de Italia, ha sido
salpicado por graves denuncias de fraude fiscal y corrupción de menores.
No se trata de analizar aquí la evolución de la fortuna de
la familia Kirchner ni a cuántos millones de dólares asciende exactamente. Un
dato que podría preocupar es que se hubiera multiplicado en forma notable
durante las presidencias familiares. Se sabe que esta acumulación de dinero
está fundada en una declaración del ex presidente Kirchner que, cierta o no, se
suele citar: "Para hacer política, se necesita plata".
Lo que realmente produce cierto malestar es que los
Kirchner, a diferencia de Piñera, Bloomberg o Berlusconi, que son francas
expresiones del capitalismo y de la derecha o centroderecha (lo mismo ocurre
entre nosotros con Mauricio Macri), pretenden ser de izquierda, cuasi
socialistas, y son reivindicados como tales por una multicolor tribuna de
intelectuales. ¿Ninguna contradicción entre el patrimonio y la ideología?
Ocurre que la estructura del populismo criollo reproduce, en
algún sentido, el esquema de dominación precapitalista: el jefe territorial que
distribuye los bienes, los fieles servidores que reciben su parte. Estos
islotes arcaicos conviven con retazos de modernidad. Échese una mirada al
conurbano profundo.
Desconozco si la Presidenta ha emprendido ya alguna acción
solidaria con su dinero y por discreción no lo revela. Si así fuera, le pido
disculpas. En caso contrario, creo que todos los argentinos apreciarían un
claro y plenamente asumido gesto de desprendimiento, por el que una parte (sólo
la Presidenta podría decidir cuánta parte) de su fortuna se convirtiera en un
nuevo y bien equipado hospital en la puna, o en una colonia de vacaciones en la
Patagonia, o en la piedra basal de cualquier realización social, modernizadora
e inclusiva, que los más necesitados reclaman. Un gesto (algo más que)
simbólico podría ser un ejemplo para muchos.
La oposición, en busca de la unidad. La Presidenta, con un
sencillo y generoso gesto. Todos, para ser más creíbles, en la antesala de un
año arduo.
© La Nación
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