Por Gabriela Pousa |
“El
verdadero significado de las cosas se encuentra al decir las mismas cosas con
otras palabras” - Charles Chaplin
“En
el fondo me quiere“, con esas palabras selló, día atrás, una entrevista
una mujer golpeada. La cara prácticamente deshecha, predominio de
hematomas, y más tono violeta que piel sana. Un brazo enyesado, un par de
muletas y su insistencia: “Es una buena persona, pasa que a veces toma“,
justificaba refiriéndose al autor de todo ese atropello que lleva viviendo
desde hace una década.
Ahora, él volvió a prometer que nunca más sucedería, que no volvería a levantarle la mano. Lo juró prácticamente por todos los santos, por toda la familia. Y ella vuelve a apostar a la convivencia pacífica.
¿Qué
pensamos de esa mujer obsesionada en creer? Ignorancia tal vez, ingenuidad a lo
sumo, y en la mayoría de los casos el adjetivo que muchos pondrían sería aún
más soez.
Pues
bien, esa mujer golpeada a más no poder es la sociedad argentina en su
conjunto, y el golpeador – desde hace diez años – es el kirchnerismo con su
prontuario de maltrato, agresión y desparpajo.
Con
apenas un retoque de maquillaje y una mudanza de despachos promete una tregua
aunque, en ningún momento, evidencia haber superado su naturaleza. La
gente, insólitamente, resignada y entregada al hastío y a la soledad que da
saberse no representada, vuelve a apostar o siquiera a esperar…
Lo
que sigue es historia conocida: en menos que cante un gallo volverán los
golpes, las agresiones, las excusas, el llanto inútil y la súplica.
El
gobierno no ha sido ineficiente únicamente. No ha cometido errores
involuntarios ni ha pecado por inocente. El gobierno ha implementado un régimen
basado en la mentira sistemática, y en un relato viciado de realismo mágico.
A
conciencia vendió negro por blanco. Usó a las víctimas de su
indecencia, jugó con los muertos del presente y del pasado, entretuvo con
fiestas que ahora pretende que paguemos con intereses elevados, se alió con
lo peor de la región y rechazó a los bien intencionados.
Todo
ello fue hecho durante diez años. Es una desmesura. Si se piensa en el
modo cómo los hinchas de cualquier club de fútbol reclaman cuando su equipo es
derrotado, se verá el sinsentido de soportar diez años de inoperancia y
defalco.
A
ningún DT se lo deja permanecer si no muestra resultados. A una jefe de Estado,
sin embargo, se le sigue dando cheques en blanco… Es más, ni siquiera
hay certezas de que sea ella quién esté gobernando. Somos raros.
Se
ha hecho carne un trastocado concepto de democracia limitado a ir a votar cada
tanto. La obra de Alexis de Tocqueville se redujo a un compendio de hojas en
blanco. Basta un calendario electoral para justificar la mansedumbre de
la esclavitud que nosotros mismos hemos gestado.
Divididos
como estamos hemos sido reducidos a un rompecabezas donde ninguna de sus piezas
encuentra su espacio. La suma de las partes ya no es el todo. El federalismo es
una anatema. Se acerca la Navidad y en más de un hogar habrá lugares
vacíos en la mesa. Se perdió familia, se perdieron amigos por pensar distinto… ¡A
tal punto llegó el desvarío!
En
la Argentina que discute el subsidio a autos importados, y que se rasga
vestiduras porque la nafta aumenta, hay seres humanos a quienes se les
tapa los pozos de agua y las cloacas.
Al
ver por televisión que eso pasa, un extranjero de visita en este suelo, me
preguntó si al día siguiente marcharía toda la ciudadanía, si acaso renunciaría
un gobernador, si algún fiscal investigaría, si usaría la cadena nacional la
Presidente para dar una explicación. Le respondí con un gesto de
descrédito como si el loco fuese él y no nosotros…
El
gobierno hace aquello que la gente le deja hacer. Es cierto. Vuelvo al ejemplo
del fútbol. A ningún DT se le permite seguir si el equipo no muestra algún
éxito.
Pero
aquí apenas se acude a la queja vana. Se critica duramente a Axel
Kicillof por decir ayer una cosa y hacer ahora otra. “No le pagaremos a
Repsol“… Nosotros hacemos lo mismo: “No se les puede permitir” y
luego lo permitimos…
Es
el relato que se desmorona. Las tarifas de servicios no se sostienen, tampoco
se sostiene como antes el bolsillo. Desde diciembre del 2001 a este
diciembre de 2013 subieron 1000% los alimentos, según un estudio liderado por
Aldo Pignatelli.
¿A
quién afectó y afecta esa cifra tan abyecta? No a los empresarios, ni a los
ministros, ni a los dirigentes del sindicalismo. La respuesta la puede
dar hasta un escolar: son las clases bajas y medias quienes destinan la mayor
parte de sus ingresos a los alimentos.
Hasta
ahora se les compensó con las cuotas de un electrodoméstico, con los escándalos
mediáticos que distraen, con los fines de semana largos, con los subsidios
a la conciencia, con la anestesia a la decencia…
El
argentino no se alarma con las amenazas ni se angustia con pronósticos aún
cuando sepa que tienen base certera. El argentino despierta cuando mete
la mano en la cartera y no está el billete para comprar lo que quiere. Ese acto
tan minúsculo en la vida de un ser humano es, sin embargo, la definición más
cabal que acá se le da a la libertad.
Admitámoslo: se
soportan mil candados si alcanza el mango. Únicamente cuando eso no suceda
acontecerá el cambio. Por eso, toda esta parafernalia de reseteado
frente a lo ya actuado cae en saco roto, y sólo puede ser evaluado como
manotazos de ahogado.
La
misión de Jorge Capitanich y de Axel Kicillof no pasa pues por sincerar cuentas
públicas. Su función consiste en permitir que se preserve a la dama.
Serán las caras de la derrota si acaso fracasa el intento superficial de lavar
la imagen autoritaria del gobierno nacional. El costo no debe pagarlo
Cristina.
Pretenden
hacer creer que los errores cometidos fueron de Guillermo Moreno, de Abal
Medina, de Hernán Lorenzino…
Y
aquí está el verdadero problema: muchos quieren creer que así fue. Sin duda es
más sencillo. De lo contrario habría que arremangarse y hacer… Y el trabajo ha dejado de ser una
cultura característica de esta geografía. Independizarse del oprobio tiene
costo.
Por
eso, la apuesta de esta coyuntura es muy similar a la que hace la mujer citada
al inicio de estas líneas, empecinada en creer que los golpes fueron
caricias. Y es que él promete que nunca más volverá a suceder porque en el
fondo la quiere…
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