Por Jorge Fernández Díaz |
"Acá no pasa nada", le dice Máximo Kirchner a un
dirigente peronista que lo visita en Olivos. Afuera ruge la ciudad por los
cortes de luz y la explosión de precios, y el hijo de la Presidenta recibe a su
interlocutor para darle algunas indicaciones de parte de "la Jefa".
Así llama a su madre en la intimidad y ante terceros: la Jefa quiere esto, la
Jefa te pide aquello. Máximo está en operaciones, cogobierna día y noche con
Cristina, y es el verdadero jefe de Gabinete en las sombras. Conviene a todos
pensar que la gran dama sigue lejos del timón, cuidándose de los disgustos y el
estrés, y que Capitanich la reemplazó en las principales tareas.
Eso, que
empezó siendo una cierta verdad, hoy es simplemente una mentira. El chaqueño
tenía hace veinte días el volumen de un gobernador y hoy tiene el tamaño de un
subsecretario. Pasó de la consistencia del acero a la liviandad del papel en
muy poco tiempo, y la idea de que encarnaba un "nuevo gobierno"
terminó de volar por los aires el mismo día en que se incendió Córdoba. Máximo,
en cambio, siempre estuvo. Siempre está. "Todo este quilombo fue armado
por los grupos de poder -le explica con calma al dirigente que comparece en el
palacio-. Si llegamos bien al Mundial, zafamos porque cambia el clima social,
la gente está en otra cosa, y además porque a mitad del año nos entra algo de
guita; también por YPF. El quilombo de estos días es porque saben que llegamos
enteros a 2015 y nos están saboteando. Pero tenemos el 30 por ciento del
electorado. Gente de fierro que nos sigue en todo, y que nos permite estar en
buenas condiciones para negociar con cualquiera que venga."
Busca el primogénito transmitir fortaleza en un momento de
inquietante debilidad. Pero a la vez cree profundamente en lo que afirma. Los
males de la economía son producto de una conjura, la plata terminará llegando y
nuestra veleidosa sociedad saldrá finalmente de la epidemia del malhumor.
Esta visión de campo, y no un desvarío personal, explica
acabadamente cómo fue posible autocelebrarse con loca alegría y retumbante
percusión mientras se apilaban catorce muertos en la República incendiada.
Salvamos a la Patria, somos la Verdad, no tenemos la culpa de lo que sucede y
contamos con combustible suficiente como para garantizarnos un buen aterrizaje.
Es más, no hace falta realizar una cirugía mayor en la economía; apenas colocar
alguna curita aquí y allá, y aplicar algún torniquete.
Esta lógica prenuncia, en el escenario más optimista, una
larguísima y pesadillesca mediocridad. Un tobogán por el que los argentinos
iremos deslizándonos penosamente hacia abajo mientras le prendemos una vela a
Messi y otra al Kun Agüero. Tal vez Máximo, después de todo, tenga algo de
razón. Somos una sociedad frívola, y las bases del kirchnerismo puro han
demostrado tener un estómago a prueba de caimanes. Ese colectivo es una mezcla
de empleos, subsidios, ilusiones, mantras y mística religiosa: está siempre
dispuesto a defender cualquier adefesio, aun hoy cuando el capital simbólico se
cae a pedazos.
La imagen de la semana fue una foto en la que tres gendarmes
del gobierno nacional y popular protegían un supermercado del eventual asalto
de los pobres durante las vísperas navideñas. El hecho central que mantuvo
ocupado a los intendentes "progresistas" consistió en repartir comida
y materiales en las barriadas humildes, y en prometerles el paraíso contante y
sonante a los punteros para que sofrenen a menesterosos ahorcados por la
carestía. El dato político relevante lo protagonizó el progrekirchnerismo y
consistió en entronizar como jefe del Ejército a un general de Inteligencia
sospechado por el CELS, Pérez-Esquivel, Horacio González y Nora Cortiñas de
haber mantenido relaciones carnales con la dictadura militar. El dato crucial
de estos días es que la clase trabajadora organizada, la columna vertebral de
punta a punta y en extraña unanimidad, desde los Gordos hasta los flacos, desde
Caló hasta Moyano y la CTA, se manifestaron en contra del modelo desinflado. La
noticia más impactante devino de una investigación periodística que deja al descubierto
una maniobra financiera realizada por el principal contratista de obra pública
de la Patagonia para que los hoteles de la familia presidencial fueran
maravillosamente rentables. Ricardo Forster, de todas maneras, declaró que este
caso no tiene la menor importancia. Tampoco el poder ilimitado que se le
entregó a Milani. ¿Qué sería de los señores feudales sin la bendición de los
sumos sacerdotes?
Todas estas delicias de la izquierda populista sucedían
mientras fallaba la Máquina del Tiempo. Ellos querían llevarnos a los años del
setentismo, y resulta que nos estacionaron en los peores días de los 80: se
corta la luz, fallan los teléfonos, cunden el descalabro y la fragilidad del
Gobierno, crece la inflación y estalla la conflictividad laboral. Sólo una
palabra no pertenece a esos tiempos, y la pronunció este jueves el gobernador
de Corrientes: "Cuasimoneda". Como las provincias están quebradas y
no cuentan con la impresora de la Casa de Moneda para seguir inventando
billetes sin respaldo, y además el Estado que reivindica a los caudillos
federales practica una cerrada gestión unitaria, los patacones pueden salir del
sarcófago si la cosa empeora.
Aseveran que la imagen de Cristina cayó 10 por ciento en
pocos días y que hasta los más mesurados sienten vértigo por la velocidad de
deterioro de su propio gobierno. Y también que al Papa lo desvela el asunto.
Bergoglio está embarcado en una sorda pulseada con sectores
ultraconservadores de la Iglesia mundial, gente muy peligrosa, y no puede dar
un paso en falso. No puede permitirse tener un incendio en su patria mientras
lucha por sus resistidas reformas a nivel planetario. Por eso cada semana se
toma su tiempo para operar en la política argentina a través de emisarios y de
interlocutores locales que lo telefonean o lo visitan. Se preocupó mucho por la
salud de la Presidenta, y hasta realizó discretas gestiones internacionales a
favor del país. Francisco tiene muy mala opinión sobre la performance del largo
ciclo kirchnerista y siente poca admiración por los principales dirigentes de
la liga opositora. Pero hay tres cosas que no le convienen: que la Presidenta
abandone antes de tiempo, que el país entre en una debacle económica y que el
narcotráfico se apodere de la Argentina a ojos del mundo. Su Santidad quiere
entrañablemente a su terruño, pero no se trata sólo de amor. En el Vaticano al
que se duerme, lo velan.
En sintonía con este interés hay que leer las tres jugadas
de la Pastoral Social y del Episcopado argentino. Primero denunciaron el avance
de los narcos y la chance cierta de que nos transformemos en México o Colombia,
y un mes después denunciaron el "saqueo de los corruptos". Capitanich
fue obligado a calificar ese concepto de un "discurso facilista" y a
pedirle a la Iglesia que busque corruptos en las corporaciones. A continuación,
el oficialismo faltó a la cita de la Conferencia Episcopal, donde toda la
dirigencia se juramentó contra el tráfico de estupefacientes. La respuesta de
Capitanich y la ausencia oficial en esa foto histórica abren la posibilidad de
que pronto toque a su fin la tenue luna de miel entre Cristina y su benefactor
de la Plaza San Pedro.
Ambos discrepan de algo fundamental. Francisco cree que el
país tiene problemas muy graves. La Presidenta, como su hijo Máximo, está
segura de que "acá no pasa nada".
© La Nación
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