Por Relato del Presente
Un viernes cualquiera del verano de 1988. Un hombre se
levanta a las 5 de la mañana para hacer la cola en el banco. La inflación se
dispara -y lo que falta para que frene- por lo que en el laburo le pagan por
planilla complementaria cada vez que termina la semana.
Podría ir en cualquier momento del día, pero quiere salir corriendo a darle la guita a la jermu, para que ella reviente el salario de varios ceros en dos changuitos llenos.
Podría ir en cualquier momento del día, pero quiere salir corriendo a darle la guita a la jermu, para que ella reviente el salario de varios ceros en dos changuitos llenos.
En el camino al súper, la señora repasa la estrategia para
hacer lo más rápido posible. Al llegar, ya tiene medio changuito menos. Corre
por las góndolas, mide a los remarcadores, ya le alcanza para un changuito,
llega a la caja, hay cinco tipos adelante, va sacando cosas a medida que
aumentan, dos personas y llega, tres cuartos de changuito, falta uno, medio
changuito, llegó su turno. Le alcanzó para un paquete de yerba, dos de harina,
cinco sachets de leche y varios envases de polenta. Ya sabe cuál será el menú
del resto del mes.
Luego del almuerzo -polenta con 38° a la sombra- los chicos
disfrutan los últimos minutos de Canal 11. A las 13 cortan la transmisión.
Atrás, se corta la luz. Hasta bien caída la tarde no habrá otra cosa para hacer
que resistir el calor jugando al hongo. ¿Agua? Sí, en baldes. El gobierno le echa
la culpa al clima pero, al menos, avisa cuándo cortarán el suministro
eléctrico. No hay un mango ni para los sueldos de las empresas estatales, que
encima funcionan como el totó, pero no se cuestiona.
Luego de un fin de semana hermoso en el que el plan del
gobierno incluyó convertir al país en un sauna cada tarde, el lunes vuelven los
carapintadas y otra vez todos con el upite en las manos. No pasó nada, la casa
sigue en orden y sin energía, y felices vacaciones a la luz de las velas para
todos.
Un día cualquiera de 1997. Durante el 96 vio como crecían
las protestas piqueteras en Neuquén por los despidos en YPF. Por un lado sentía
lástima por esos laburantes desesperados y por el otro una bronca tremenda por
la fiesta que se dieron los gobernadores patagónicos. Pero ahora, en La
Matanza, se replican los piquetes del sur y la cosa se pone interesante. Una
radical excedida de peso dice que en Estados Unidos tienen cajas de información
para demostrar que IBM pagó una coima de millones de pesos. Por la radio
informan que la desocupación bajó del 18 al 11%, pero igual le parece una
bestialidad. El oficialismo perdió las elecciones por paliza y le garantizan
que no habrá re-re, lo cual es lo único que lo tranquiliza. Eso y que el
opositor numero uno promete no cambiar el modelo en caso de asumir.
Evidentemente, lo que molesta es Menem, no sus políticas.
Un lunes de diciembre de 2001. El hombre todavía está a las
puteadas porque la oposición ganó las elecciones de octubre y no se vislumbra
ningún cambio, a excepción de alguna Senadora histérica que pide la renuncia
del Presidente porque no puede contener los saqueos. Al hombre aún le dura la
indignación del pago de 5 millones de pesos en coimas, más si una y otra vez, a
lo largo del año, escuchó “lo que pasa es que no hay guita en la calle”.
Va en el auto por la autopista volviendo a su casa cuando
escucha el anuncio de una cadena nacional. Es inconfundible esa voz de
Superagente 86 con dolor de testículos. Domingo Cavallo anuncia que a partir de
ese día, sólo se podrá retirar 300 pesos de los cajeros automáticos y que, el
resto, deberá pagarse con la tarjeta.
Quiere prender fuego todo. No es el único. Un par de semanas
después, una movilización masiva se dirigía hacia la Plaza de Mayo. El resto
del país se repartía entre saqueos generalizados. Las manifestaciones eran
consideradas actos patrióticos y un deber de ciudadano cogido por el Estado.
Las fuerzas federales reprimen brutalmente. Muertos.
Pide que se vayan todos, se van algunos y por un tiempito,
mientras lo empoman con una devaluación brutal y sin siquiera poder disponer de
sus dólares. Mientras, el país se convierte en un desfile de zombies que juntan
cartones, comen lo que encuentran en los tachos y duermen en la calle.
Un día cualquiera de diciembre de 2013. Un hombre cuelga el
teléfono en su oficina. Era su mujer, que puteaba porque lo que ayer salía 15
hoy sale 20. La ansiedad por cobrar el aguinaldo le desapareció cuando el
Gobierno avisó que descontarán ganancias del mismo, por lo que probablemente el
aguinaldo lo cobre el propio Estado. En la cola del cajero automático, una
piba, feliz de la vida, le comenta a otra que la mamá le había contado que en
2001 no te dejaban sacar más de 300 pesos y ahora te permiten retirar 3 mil. El
hombre realiza una cuenta matemática en el aire entre los 300 pesos/dolares y
los 3 mil pesos con el dolar a 10. Se deprime.
Camino a casa esquiva a tres familias que duermen a cielo
abierto, cinco pibes que le piden una moneda para comprar leche, una batalla campal
en la 9 de Julio, un piquete de los troskos en Callao, la vieja que vende
maquinitas de afeitar en Sarandí e Yrigoyen desde 1995 y tres cortes más de
calles, provocados por vecinos que no tienen luz hace días. Se siente
afortunado porque vive cerca de un funcionario del Gobierno. Es fácil de
reconocerlo, dado que es la única manzana con luz en el barrio. El gobierno le
echa la culpa al clima y ni avisan cuándo cortarán el suministro eléctrico. No
hay un mango ni para los sueldos de las empresas estatales, que encima
funcionan como el totó, pero no se cuestiona.
Ya en su casa, el buen hombre se pone al tanto de las
noticias. La ola de saqueos en el país tiene un nuevo culpable. De 2003 a 2011
fue Duhalde. En 2012 fueron Magnetto y Moyano. En noviembre de 2013 fueron las
bandas narcos y dos semanas después los uniformados que quieren provocar un
golpe de Estado. Escucha que la Presidente recuerda que lo mismo le pasó a
Alfonsín, comparando a polis hambreados con militares que exigen el fin de los
juicios a la Dictadura, mientras asciende a Teniente General a un militar de la
Dictadura.
El hombre ni se asombra con las noticias. Si las
manifestaciones multitudinarias dejaron de ser una muestra del hartazgo del
pueblo para convertirse en intentonas desestabilizadoras financiadas por la
oligarquía, todo es posible.
El gobierno que prometió durante 10 años que no habría
cortes durante el verano, este año cambió el discurso y prometió más cortes
para la temporada estival. La ciudad pasó de estar a oscuras a estar casi a
oscuras, gracias a camiones generadores eléctricos gigantes a gasoil. Un
ministro festeja un nuevo récord de consumo eléctrico y se lo agradece a El
Modelo. El hombre mira la tele y se pregunta si lo que vio en la calle eran
cortes de luz o personas jugando a las escondidas a gran escala.
Mucho no le llama la atención, dado que hace quince días
leyó que ya había plena ocupación, que la Argentina erradicó el hambre y que la
pobreza en provincias como el Chaco, ya no existe. La oposición ganó en octubre
y hasta ahora hace lo mismo que venía haciendo, o sea, volteretas entre la nada
y la poca cosa, corriendo atrás de la agenda de las cagadas provocadas por el
Gobierno.
Un especial le cuenta que esa causa de corrupción que le
indignó en 2001, fue al pedo, que todos fueron absueltos y que el único que la
pagará es el que denunció falsamente a un puñado de monjes benedictinos. Cae en
la cuenta de que es otra causa en la que alguien reconoce un pago de coimas, al
igual que en el caso Skanska, y la justicia dice que no, que es mentira, que el
denunciante no soñó que pagaba coimas. Ahí se aviva de que esperar que la causa
Cristina-Lázaro llegue a algún lado, amerita para competir por el Premio Boludo
del Año.
Al hombre ya no le indigna nada. No sabe qué le pasó, ni
cuándo, pero tampoco se calienta ni se pregunta por ello. Cada vez que sucedió
algo que le pareció indignante, vino otra cosa que lo superó con creces.
Durante años vio como todo lo que perdía lo recuperaba al poco tiempo, y
también vio cómo un puñado de personas decían que esa recuperación no era
producto de su esfuerzo, sino obra y gracia de un sólo hombre al que había que
mantener en el poder hasta la eternidad.
En sólo una semana vio actos de corrupción que dejan a los
escándalos anteriores al nivel de un hurto de caramelos Media Hora, se cruzó
con cientos de pobres, cartoneros y linyeras, vivió en una ciudad sin luz, fue
testigo de la impunidad judicial, sintió la vergüenza de un país agitado por
los saqueos, vio recibos de sueldo de 700 pesos para policías, presenció la
represión de Gendarmería y se anotició de que hubo doce muertos en el inicio de
diciembre.
Al día siguiente, con el único motivo de sacar un tema de
conversación, le pregunta al compañero de laburo cómo la pasó sin luz la noche
anterior. El tipo le contesta que no ve la hora de que el Gobierno estatice las
empresas que cobran por un servicio que no prestan. Casi le pregunta cómo
pretendía tener un servicio como la gente, si paga de luz en pesos lo mismo que
pagaba hace 12 años en dólares, pero se frenó.
Era al pedo.
Tan al pedo como intentar dialogar con alguien que no se da
cuenta que el Papa al que admira por peronista es el mismo Bergoglio al que
puteaba por gorila. O como buscar una luz de sentido común en un sujeto que le
muestra como logro la cantidad de autos patentados durante el año, a pesar de
contar las monedas para cargar la SUBE. Tan al pedo como cuando le hizo un
comentario irónico sobre los pobres que dormían en frente, y el compañero le
reprochó que “la pobreza no es un chiste”, y que todo se soluciona con más
militancia. Tan al pedo como pedirle que se llame a silencio antes de hablar de
lavado de dinero, corrupción, pobreza, industria y derechos humanos, mientras
todos los días aparece una propiedad nueva de Lázaro Báez, otra prueba en
contra de Boudou, los pobres brotan de las baldosas, la industria no genera
empleo hace un año y medio, y Bonafini y Carlotto elogian al General Milani, a
pesar de que hasta el Cels de Verbitsky lo putea.
Tan al pedo como preguntarse por qué le resbalaban cada uno
de los 12 muertos de la semana pasada, los 700 pesos de los policías, la
represión de Gendarmería, los escándalos de corrupción y la impunidad judicial.
Así, mientras mira a su compañero casi con ternura, se da
cuenta de que encontró la respuesta a por qué ya no se indigna por nada. Y es
que hace rato cayó en que la historia está llena de líderes imprescindibles,
como así también está llena de países que les sobrevivieron, que si se pudo
sobreponer a cada momento “terminal”, este también podrá superarlo, y que la vida
pasa por ser feliz a pesar de, y no gracias a nuestros gobernantes.
Finalmente, aprovecha el renovado catolicismo de su
compañero, le da un fraternal abrazo y, luego de ofrecerle la heladera para
guardar la ensalada rusa, le desea una muy feliz Navidad. En definitiva, su
compañero hace lo mismo que todos: intenta ser feliz. Y para algunos, la
felicidad pasa por decir que están en el mejor barco de todos los tiempos,
aunque se encuentran abrazados a un tablón en el medio del Pacífico.
Martes 24 de diciembre. Espero que todos tengan una muy
reconfortante Navidad. Va de corazón y sin chicanas. Y no se depriman, que a
todos nos falta alguien, pero todos tenemos a alguien.
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