Por Fernando González |
La adolescencia de la Argentina es tan pronunciada que se ha
vuelto previsible. Hace diez meses, cuando empezamos a trabajar en la idea de
un libro que reflejara los logros, los déficits y los desafíos pendientes de
las tres décadas democráticas imaginábamos un 10 de diciembre de festejos
ciudadanos. Más allá de las diferentes concepciones políticas y de las clases
sociales. Más allá de los sufrimientos endémicos y de la economía siempre al
borde de algún colapso. Pero este presente de tensión social, de protestas
policiales y saqueos fantasmales superó los límites de nuestra imaginación. El
título del libro que saldrá hoy en Capital y el Gran Buenos Aires, y dentro de
una semana en el interior del país, resultó lamentablemente profético.
La Democracia Inconclusa, desde los terrores nocturnos que comenzaron en Córdoba y siguieron en Concordia, en Santa Fe, en Jujuy, en Tucumán y en Mar del Plata, parece en estas horas más inconclusa que nunca.
La Democracia Inconclusa, desde los terrores nocturnos que comenzaron en Córdoba y siguieron en Concordia, en Santa Fe, en Jujuy, en Tucumán y en Mar del Plata, parece en estas horas más inconclusa que nunca.
El cumpleaños de la democracia nos lleva inevitablemente a
recorrer las trampas del pasado reciente. A la ilusión de la breve primavera de
1983 siguieron los otoños consecutivos del Plan Austral, el Plan Primavera, la
hiperinflación que aceleró el final de Alfonsín, el Plan Bonex de Erman
Gonzalez, las privatizaciones menemistas sin resguardo estatal, el crack social
del 2001 con De la Rúa, el corralito de Cavallo, la megadevaluación de Duhalde,
el desperdicio del boom sojero de Kirchner, el cepo al dólar de Cristina y el
Estado ausente de las tragedias del Tren Sarmiento y de las inundaciones en La
Plata. Bastaba con esas materias pendientes para celebrar estos 30 años con la
prudencia de los pecadores institucionales.
Pero la Argentina siempre resulta insaciable. Un
imperdonable error político del jefe de gabinete, Jorge Capitanich, quien creyó
que podía haber alguna recompensa futura dejando a la intemperie a Córdoba y a
su gobernador, José Manuel De la Sota, abrió las compuertas de ese desasosiego
tan clásico de los diciembres criollos. La violencia de los saqueos, que le fue
funcional al kirchnerismo para condenar la gestión de De la Sota, se extendió
como un rayo a varias provincias. Para llegar al Entre Ríos de Sergio Urribarri
y al mismísimo Chaco del acusador Capitanich. Los papeles se invirtieron. Y a
los dos gobernadores K les costará sostener ese optimismo con el que ya
promovían sus candidaturas presidenciales.
Aquel 2010 de los festejos del Bicentenario y la alegría
despreocupada de mucha gente en las calles han quedado demasiado lejos. El hoy
es la inflación y la inseguridad. El hoy son el temor ciudadano y la
desconfianza. El hoy son estos policías que reclaman sus aumentos de salario de
modo amenazante y los saqueadores empujados algunos por la necesidad y los
otros por la impunidad. No tenía que ser así. Esta celebración debió ser mucho
mejor que esta fotografía triste de argentinos contra argentinos. Las imágenes
de Alfonsín recitando el preámbulo de la Constitución nos parecen ahora un
documento naif de lo que fuimos. Sin embargo, el desafío sigue siendo el mismo.
Afianzar la justicia, promover el bienestar general y algunas otras ideas que
olvidamos por el camino.
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