Por Roberto García |
Los desaguisados
dejaron heridos a muchos dirigentes. Falsos complots, patinadas provinciales y
alerta militar.
Hubo coincidencia general, sin una voz discordante, entre el
Gobierno y la oposición en el medio de la huelga policial: los agentes ganan
poco, disponen de ingresos casi indignantes –llegaron a decir– con la tasa de
crecimiento que tuvo el país. Se corrigió a las trompadas esa desproporción,
con muertos, daños personales y desbordes institucionales. En sugerente
coincidencia general hasta con la Iglesia, luego se confió: “Lo que no
compartimos es el método de protesta”.
Como si ese mecanismo lesivo a la
Constitucion, a la educación, a la propiedad y las buenas costumbres no hubiera
sido la llave para reparar los salarios policiales en casi todo el país. Y, en
cascada, de otras organizaciones armadas (Prefectura, Gendarmería) que luego se
anotaron en silencio con un reclamo semejante recordando su capacidad para
utilizar los mismos cánones de presión de la Policía. Más: si los jubilados
pudieran disponer de esos métodos abusivos, no ganarían lo que hoy ganan.
Justo es admitir que, al margen de la conciencia gremial o
militancia, los éxitos y complejidades sindicales para aumentar salarios no
vinieron en el pasado de una huelga del calzado o la construcción, más bien de
organizaciones capaces de “bajar la palanca” (Luz y Fuerza), de nuclear a
muchas asociaciones en una misma protesta (los metalúrgicos y las 62), de
suspender el transporte (antes había paro si paraban trenes, colectivos y
subtes) o, en los últimos años con camioneros, de cortar las rutas, abandonar
sus vehículos, ocupar plantas, etc. Por esa razón de método, el pragmático
Néstor Kirchner los incorporó a su staff en la primera etapa de gobierno.
Veremos que sugieren, al respecto, el médico castrense Berni o el controversial
futuro teniente general del Ejército, Milani.
Antes, en el medio del aquelarre de estos 10 días, se
achicharraron varias figuras y de todos los frentes. Por ejemplo la Presidenta:
desorientada, mal informada, apeló a los obvios latiguillos que suministra en
estos casos el espionaje tradicional (complot) junto con su cándida impresión
de que le pretendían arruinar la fiesta por los 30 años de la democracia. No
entendía el mensaje: son sencillitos los policías, quieren más plata, no un
cambio de régimen. Esa fatuidad interpretativa se hizo más notoria cuando
aludió al armado siniestro de redes sociales para alinear la queja de los
policías amotinados como si se tratara del llamado a la Plaza Tahrir (de la
Liberación, en el diccionario Nasser) en El Cairo, para remover al gobierno sin
temor a la muerte. Junto a la mandataria, se eclipsó Carlos Zannini, principal
consejero de Ella, cargo que se imagina por ser el funcionario que más cantidad
de días utiliza el helicóptero presidencial para visitarla en Olivos (tres
veces más que el jefe de Gabinete). Se acopló el presunto especialista en
Justicia al propósito egoísta de aislar en su infortunio a un repulsivo –para
ellos– De la Sota, sin advertir que esa oleada se extendería al resto del país
como un bumerán explosivo. Por este dato, por la contumacia de pagar mal y no
satisfacer a quien te cuida la vida, además de descubrir ingenuos errores se
percibe que la lectura de Maquiavelo no ha sido uno de los ejercicios más
recurrentes en ese nivel del Gobierno.
Se derrumbó también De la Sota en su manejo narcisista de la
crisis, firmando aumentos a las corridas, como un peronista de ocasión, lo que
no supo defender como gobernador (su estrella en declive se parece a la de
otros colegas del interior: Uribarri, Alperovich...). Ni hablar de Julián
Alvarez, el segundo de Justicia, la esperanza blanca de La Cámpora, quien se
sirvió del cargo para una mezquindad: atribuirle a un opaco vecino de Lanús, ex
comisario y rival en la interna, el tejido instigador de lo que luego sería un
aluvión de demandas en todo el país.
No son los únicos engreídos en descenso. Se disolvieron
otros, como el secretario Oscar Parrilli, quien en lugar de interesarse por la
violencia, muertes y pérdidas, se preocupó porque trascendió que el Tango 02 no
podía volar por razones técnicas y, en su enojo, trató de “pelotudo” al
gobernador del Chaco que confesó ese inconveniente. Y el responsable de
seguridad porteña, Guillermo Montenegro, quien se fue a jugar al fútbol a la
cancha de Boca –y se hizo fotografiar– mientras los fanáticos de ese club
colapsaron el centro porteño, atacaban a la policía y, si se les ocurría,
incendiaban el Obelisco. O su colega bonaerense, Alejandro Granados, el que
trató de “pedazo de mogólico” a un atrevido que le exigió desde la platea que
dejaran de robar; justo a él esa impugnación, si hace pocos meses que asumió,
casi no firmó ningun contrato y ni siquiera pudo cambiar al jefe de Policía, el
mismo que tampoco renuncia a pesar de que lo degradaron con insultos sus
subalternos en Mar del Plata. El ejemplo material de que “la cadena de mandos
está rota”, como señaló un ministro de la gobernación.
Ni hablar de otras penosas actuaciones. El ya triste rol de
Jorge Capitanich, confesando en el comienzo de la crisis a uno de sus
reclamantes: “Ni me dejan hablar por teléfono”. Como si esa frase no la hubiera
escuchado nunca en diez años de kirchnerismo.
Fue este minirodrigazo policial de 50% de piso el peor
obsequio que podía esperar a fin de año el ministro viajero Axel Kicillof. Le
desbarata cualquier objetivo heterodoxo contra la inflación (le gustaba
insinuar una paritaria general del l8% para 2014). Y no alcanza como remedio,
claro, que Cristina anuncie una futura “democratización” de las fuerzas
policiales, cuestión que absurdamente –se presume– no previó en una década.
Tampoco que el Ejército de Milani despliegue radiogramas advirtiendo que la fuerza
acompañará en todo la acción de la Gendarmería, sin precisar respaldos que tal
vez no dispongan de contención legal. El temor a más saqueos siempre indica los
caminos más cortos.
Así de corta también fue la abstinencia por ignorar el
ingreso económico de los policías, imaginando que los agentes obtenían su
mendrugo por otra vía no precisamente sancta. Ni siquiera observaban su
proceder profesional, la distracción tardía ante los delitos o si era capaz un
comisario de entrar a una villa. O si había algún retén en las rutas con ánimo
suficiente para interrumpir el paso de un vehículo con cuatro ocupantes,
potencial situación de conflicto. Además, antes de los K, en un acto de arrojo
singular, hubo un funcionario que denunció el “cajón” obligado que remitía la
Policía a los gobiernos por aportaciones diversas (de la prostitución al juego
clandestino, de los autos a drogas menores). Ahora cambiaron los rubros, se
impuso la droga como principal negocio, los aportes se incrementaron y aquel
funcionario acompaña esta administración.
No más preguntas.
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