Tras la
bofetada de las urnas, la “yapa” de un congreso con “rebeldes romeristas”.
Por Juan Gonza |
Si algo le faltaba a Juan Manuel Urtubey para
sentir que volvía a alterarse su sensible salud gastrointestinal a pocos días
del durísimo cachetazo de las urnas que el 27 de octubre le confirmaron la
pérdida de 30 puntos en relación a aquel histórico casi 60% de su reelección
hace apenas dos años atrás, llegó la
hora del congreso del P.J. donde ni él ni ninguno de sus coroneles pudo frenar
la bronca de sus propias bases que se plantaron en su hartazgo y –lisa y llanamente-
por fin le cantaron las 40 a toda la conducción.
Azorado, como todo asumido “César” que antes
de aceptar críticas prefiere –valga la figura- incendiar Roma, Urtubey no pudo eludir el sofocón de sus
propios compañeros y compañeras exigiéndole a él, nada menos que a él,
autocrítica y reconocimiento de errores y torpezas.
Sin falsa retórica, y sin que ninguno de las
supuestas “primeras espadas” del gobierno y del partido intentara siquiera
interrumpirlas, las voces “del abajo que se mueve con el arriba nervioso” –al
decir de la canción- se hicieron escuchar puntualizando en el flanco más débil
del gobernador y presidente del PJ salteño.
Naturalmente, y sin posibilidad de réplica,
el misil más potente que estalló en la santabárbara del barco “P.J.
urtubeísta/kirchnerista modelo 2013” fue el referido a la soberbia absoluta con
la que Urtubey decretó las candidaturas de su hermano Rodolfo “Tolo” y de su
amiga-aliada Cristina Fiore, de imposible identificación ideológica en el
amplio abanico del movimiento peronista.
Caprichos reconocidos como tales por el
propio gobernador y presidente del P.J. cuando proclamó, palabras más, palabras
menos, y en su enésima expresión de soberbia, que a aquellos compañeros a los que no le gustaron ésas designaciones
basadas en “la misma sangre” y en vaya a saber qué compromisos lejanos a la
política, que: “… ya les va a gustar…”
A esa altura –como resulta facilísimo
imaginar- el reflujo gastroesofágico del responsable de un P.J. salteño en
caída libre le acidulaba la sangre y el pensamiento.
Con paciencia y sin argumentos Urtubey
aguantó el chubasco. Sabía que le tocaría el turno de orador privilegiado y que
así tal vez hallaría una veta oratoria capaz de sosegar la altísima presión del
hiato, el vertiginoso reflujo biliar, el estrés, etcétera.
El recuerdo del último soponcio del 2012, que
afrontó corriendo increíblemente solo a una clínica donde quedó internado, le
hizo cerrar por unos segundos los ojos para recién tomar impulso para su
discurso.
Semejante carga emotiva refrescándole en la memoria las fundadas
advertencias médicas jamás debidamente escuchadas por los hombres del poder aquí y en la Cochinchina, fue posiblemente la
razón por la que Urtubey arrancara fuera de tono, en el más alto registro de su
voz característica de falsete.
Así fue como todo su mensaje se convirtió en
un grito histérico. Lejos, muy lejos de lo que se espera de un mandatario, de
un dirigente, de un privilegiado por el mandato de un pueblo en democracia. Es
decir, un mensaje con mesura, con contenido, con ejemplaridad, con respeto. Y…
de ser posible, con humildad.
Pero… Juan Manuel Urtubey es Juan Manuel
Urtubey. En consecuencia, todo fue una mala proclama de enojo. Desbordada.
Ante el reclamo fortísimo de las candidaturas
“por la misma sangre” o por el extraño pacto con el Partido Renovador del ahora
ex amigo y “ex hermano” Andrés Zottos, Urtubey no tuvo peor ocurrencia que
replicar que ésos compañeros de base “nunca abrieron la boca cuando Romero
privatizaba la salud o se robaba La Ciénaga…”
Turbado, Urtubey no se percató que la respuesta
de ése “abajo” en rebeldía de su propio partido inmediatamente le podía
refrescar la memoria diciéndole que también por ésos tiempos del gobernador
Juan Carlos, su delfín Juan Manuel le dedicaba su obra cumbre
“literaria-política” “Sembrando Progreso”, donde la dimensión de estadista le
resultaba chica para elogiar al ahora vilipendiado enemigo.
En conclusión, el último congreso del P.J. “U
y K” de Juan Manuel Urtubey casi casi lo dejó en las puertas de una
esofagografía y hasta de una esofagogastrocuodenoscopía, reforzada –eso sí- con
la estricta recomendación que él mismo atribuye a sus médicos del campo
siquiátrico cuando dice que “no lee el Tribuno y los semanarios en resguardo de
su salud mental…” Amén de otros desbordes para con los periodistas en los que
ve otros fantasmas.
Como lo dijimos en aquella ocasión del
soponcio del 2012, quieran los dioses
que esta vez los que lo cuidan no dejen que algún canillita terrorista arroje
un Tribuno o algún semanario en libertad en los verdes jardines de Finca las
Costas, donde el joven gobernador gaucho y motoquero de ley debe cuidarse para
evitar el riesgo cierto de algún sangrado o una anemia ferropénica y hasta una estrangulación de la hernia
hiatal.
Como decía el
gran Jorge Luis: ¡Estos congresos peronistas, también son incorregibles!
© Semanario Nueva Propuesta
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