Por Luis Gregorich |
Frente al entusiasmo un tanto histérico del oficialismo,
motivado por la (parcial) vuelta a la actividad de la Presidenta, y por los
significativos cambios introducidos en el equipo gobernante, la oposición se
presenta algo ensimismada.
¿Desconcierto, incomodidad o pereza estratégica? Por
ahora, lo único cierto es que la fijación de la agenda está en manos del rival.
Veamos por qué y echemos una mirada al futuro.
Debe admitirse que el Gobierno, en cuanto a estilos y
conductas simbólicas, ha conseguido que por lo menos algunas banderas
opositoras lucieran a media asta. La idílica escena kitsch de la Presidenta
acompañada por el simpático pingüino y el blanco perrito bolivariano nos
instaló en una atmósfera de pacifismo casi gandhiano, en las antípodas de las
confrontaciones a que nos tenía acostumbrado el kirchnerismo. Y la cotidiana
apertura a la prensa de todos los colores por parte del nuevo jefe de Gabinete,
Jorge Capitanich, sumada a su promesa de hablar con todos y de presentarse ante
el Congreso todas las veces que fueran necesarias, ha despejado, en principio,
otros nubarrones que solían oscurecer el horizonte.
Ningún funcionario habló, estos días, de las acechanzas de
la "derecha", ni se sintió jaqueado por las corporaciones. Tampoco
hubo referencias al omnímodo poder de Magnetto.
Si el Gobierno está a punto de alcanzar esta forma virtuosa
de la institucionalidad, si los propios opositores como expresión colectiva han
preferido un discreto silencio acerca de la nueva etapa, entonces francamente,
¿la oposición política resulta necesaria o habrá de limitarse al papel de
levantabrazos en las cámaras legislativas?
Afinando, sin embargo, el diagnóstico, y proyectándolo al
mediano plazo, el panorama no resulta tan pesimista para los partidos
opositores. El oficialismo está viviendo una breve e intensa luna de miel, con
el regreso y las decisiones de la Presidenta; hay que dejarlo disfrutar en paz
su momento. No sabemos si volverá a presentarse en los dos años que faltan de
mandato. Pueden pronosticarse, una vez pasada la euforia, graves tensiones
internas, sobre todo entre el aparato justicialista sobreviviente y La Cámpora
y sus aliados. Y habrá que ver si funciona la conducción atenuada de la
Presidenta, que deberá cuidar su salud.
Bienvenida la mejora en los modales del Gobierno, sobre todo
si no es sólo mero maquillaje y si persiste en el tiempo. Los que nos hemos
cansado a lo largo de los años criticando la ecuación amigo/enemigo, los que
hemos combatido la descalificación y el falso etiquetamiento de los que piensan
distinto, los que hemos condenado la división de los argentinos convertida en
causa teórica, sólo podemos recibir con alivio esta nueva actitud. Nos vendrá
bien a todos. Se estrecharán las manos que no se estrechaban antes.
Pero a no engañarse. Los problemas que aquejan (ahora
crónicamente) al país siguen en pie, sin modificación alguna. La remoción de
Guillermo Moreno no significa que vaya a bajar la inflación; ni siquiera
significa que esa inflación se vaya a medir correctamente. Jorge Capitanich es
un eficiente cuadro político y un caudillo territorial que ha ganado con
amplitud las elecciones en su provincia, el Chaco, que, sin embargo, no deja de
tener uno de los índices de pobreza e indigencia más altos del país.
El clientelismo sigue campeando por sus fueros. Nada indica
que los cepos cambiarios, la fuga de divisas y el derrame de subsidios vayan a
desaparecer. La inseguridad y la expansión vertiginosa del narcotráfico se
enfrentan con escasa convicción. Las políticas de transporte y energía van
rumbo a una crisis inédita. Un insumo tóxico corroe las instituciones: la
corrupción. Por desgracia, no es algo que la sociedad argentina asuma entre sus
batallas prioritarias.
El nuevo gabinete kirchnerista, en muy pocos días, se verá
obligado a enfrentar esta dura realidad. Y la oposición, paradójicamente,
dispondrá de las ventajas de estar liberada de la gestión nacional. Claro que
también a los opositores el reloj de la transición los obligará a correr más
rápido. Una fecha clave será el 10 de diciembre, con la formación del nuevo
Congreso. Allí tendrán lugar los primeros escarceos sobre eventuales
aproximaciones de las diferentes fuerzas opositoras, por lo menos para acordar
una agenda legislativa común. Igualmente, empezará el tiempo de descuento para
una mayor inserción social y mediática de los precandidatos de la oposición.
Quizás el énfasis deba ponerse en el crecimiento económico, la lucha contra la
inseguridad y la corrupción, y la normalidad institucional, para alejar el
temor de que sólo quienes hoy están en el poder pueden gobernar.
Vamos a intentar un ejercicio de simulación acerca de las
elecciones presidenciales de 2015, interpretando libremente algunas encuestas y
agregando nuestra propia evaluación. Para empezar, es difícil que el
oficialismo no sufra un desgaste, e impensado que candidatos como Capitanich o
Scioli se acerquen al caudal de Cristina en 2011. Aun así, daríamos al
candidato kirchnerista (A), sea quien fuere el heredero, de 28 a 32%, cerca de
lo obtenido en 2013. Advertimos que puede producirse una caída y las cifras ser
mucho menores.
Se calculan los siguientes porcentajes para la oposición: B
= Massa y el Frente Renovador, 24-28%; C = UNEN, es decir, básicamente, UCR más
socialismo, 24-28%; D = Macri y Pro, 10-15%; E = PO, 5-8%.
Sergio Massa, nos guste o no su candidatura y su mensaje, ha
sido la mayor revelación política de 2013, con su salto sin escalas de una
intendencia del conurbano a la justificada aspiración presidencial. Seguramente
estará disconforme con el eventual porcentaje de votos que le adjudicamos. Pero
en adelante, con la nueva estética adoptada por el kirchnerismo, le costará
crecer.
La coalición UNEN es otra promesa política e institucional
que deberá consolidar su unidad y hacer más visible su programa, de raíz
progresista. La abundancia de precandidatos (los radicales Cobos y Sanz, el
socialista Binner y Elisa Carrió) puede ser una ventaja, si prevalece el
espíritu de equipo, o un perjuicio, si se impone el personalismo.
Macri y su partido mantienen una sólida posición en la
ciudad de Buenos Aires y un buen caudal de apoyo en Santa Fe, pero su
implantación es lenta en el resto del país. Será difícil conservar la calidad
de la gestión porteña y, al mismo tiempo, ofrecerla como modelo a las
provincias.
El Partido Obrero procura ser fiel a su nombre, crece
limpiamente en sindicatos y universidades, pero le resulta arduo franquear las
barreras de la clase media.
¿Qué podemos esperar de esta oposición? En primer lugar, que
salga de su ensimismamiento y conforme, a partir del 10 de diciembre, una mesa
de coordinación y unidad en el nuevo Congreso capaz de refutar los proyectos
indeseables del oficialismo. Después, que consolide liderazgos reconocibles y
programas superadores. La campaña 2014-2015 tocará a todas las puertas y se
dirimirá, probablemente, entre la obstinación del populismo criollo y la
reinvención de una socialdemocracia a la argentina.
La simulación de candidaturas y porcentajes nos lleva a
pronunciar una palabra inevitable: ballottage. Nos anuncia fragmentación y no
descarta ningún escenario.
Para evitarla, habrá que hablar de coaliciones o alianzas, y
aun así, nada es seguro. A y E, en principio, no se pueden aliar con nadie. B,
C y D podrían, en teoría, formar una gran (y estrictamente improbable)
coalición. Sólo nos quedan C y D, que hoy se miran con recelo, pero que mañana
podrían reunirse. Son menos diferentes de lo que creen.
La política argentina, atada al carro del peronismo, podría
darnos una sorpresa en 2015.
0 comments :
Publicar un comentario