Por Eduardo Antonelli |
Cuando, hace 203 años y un poco más, Buenos Aires se rebeló
contra la Metrópoli, arrastrando en un primer comienzo a las restantes
provincias de lo que luego sería la ¿República? Argentina, junto con los
genuinos reclamos de libertades políticas los porteños reivindicaban también la
libertad económica para comerciar –principalmente- con Gran Bretaña, y no
necesariamente, como ahora se dice, el reclamo de libertades económicas estaba
disimulado detrás del de las políticas, porque, a diferencia de los tiempos
actuales en que hay que sostener que “yo defiendo las libertades políticas,
pero no las económicas”, en aquellos tiempos se hablaba de libertad a secas.
Como es sabido, al poco tiempo la Argentina se fue conformando en dos facciones
que probablemente se mantienen, una de las cuales mantenía su fe en la
libertad, en tanto la otra se volvía cada vez más sobre las bases de la
organización colonial, que significaban la autarquía provincial y una economía
de subsistencia en lo económico, a la vez que en lo político el caudillo se
legitimaba como el protector de la población, más o menos como el señor feudal
lo era de los campesinos en la Europa Medieval. Naturalmente, había matices,
como el de Rosas, quien paradójicamente era liberal en lo económico del puerto
hacia fuera y para Buenos Aires solamente, claro está, y autoritario hacia
adentro.
La Organización Nacional, en la década del 60 del siglo XIX
pareció zanjar la disputa a favor del liberalismo porque se impuso por varias
décadas e incluso su crítico más tenaz, la UCR, no puso en discusión el orden
económico, sino que, anticipando el keynesianismo que propone la intervención
en la economía sin abominar de la economía de mercado y resguardando las
libertades individuales, produjo importantes transformaciones económicas y
sociales, además de políticas, en un clima de amplia libertad y prosperidad
económica.
Sin embargo, esta impronta keynesiana que proponía el
radicalismo fue reemplazada en la década del 40 con el nacimiento del
peronismo, por una concepción que podría llamarse “neo colonial”, porque volvía
a la etapa anterior al liberalismo económico y rescataba aunque fuera
implícitamente, la cultura colonial y caudillesca que tan bien está
representada por el Escudo Justicialista: el brazo tendido de arriba abajo, en
lugar del apretón de manos de iguales del Escudo Nacional.
En efecto, la economía colonial se basaba en el enfoque
mercantilista de la economía que siguió al descubrimiento de yacimientos y
depósitos de metales preciosos siguiente a la conquista de América por España,
según la cual se debía conservar el metal precioso que servía a la vez de
moneda interna y de medio de pagos al exterior, para lo cual se debía mantener
un férreo control sobre el flujo de metales con aranceles y restricciones
cuantitativas, como se dice ahora, junto a otras medidas autoritarias. Esta
concepción colonial, o si se prefiere, mercantilista, es defendida hoy por el
peronismo gobernante a través del cepo cambiario y otras medidas “marxistas”,
peronismo cuyo autoritarismo se vio reforzado por el reciente fallo de la Corte
suprema sobre la Ley de Medios que refuerza la injerencia del estado en
desmedro de las libertades individuales.
Frente a esto, es imperativo hoy sostener con fuerza la
República democrática, representativa y federal, y reforzar el apretón de manos
de iguales: libertad con responsabilidad, y presencia del estado en la economía
para garantizar la igualdad de oportunidades, la excelencia educativa, el pleno
empleo, el federalismo y el desarrollo económico y social.
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