Por Alfredo Leuco |
Entre otras cosas, me robaron la única computadora que tengo
y por eso estoy aquí, en medio del cierre de la redacción, como en los viejos
tiempos. Dudo mucho que haya un lugar mejor en el mundo.
En la facultad me enseñaron que los hechos son sagrados. Aquí
van, después viene la opinión que es libre.
Me llamaron, para solidarizarse y ofrecer ayuda en la
investigación de lo que realmente sucedió, especialistas de todos los palos, de
los buenos y de los malos, de izquierda y de derecha, civiles expertos y jueces
federales.
Cada uno tiene su conocimiento. El saldo más relevante: no
hubo uno solo que dijera que lo que me ocurrió fue un robo al voleo, y eso que
les insistí en el tema. Pero hubo conclusiones que comparto:
1) Es un abogado que sólo defiende malos y corruptos de todo
pelaje, desde este gobierno kirchnerista y hasta la dictadura. Nunca tomé un
café con él. Pero sabe de qué habla. “Te atacaron los que en la jerga se llaman
‘motoqueros seleccionados’. ¿Qué significa eso? Son grupos especiales que, como
los barras bravas, hacen trabajos por encargo con la modalidad dos ruedas.
Muchas veces no saben ni quién los contrata. Les garantizan la zona liberada y
reciben su paga.”
2) Un juez federal indignado me dijo: “Lo que te hicieron es
una vergüenza. No hay que permitir que esto siga porque es muy peligroso”. Me
aseguró que no hay relación costo-beneficio en lo que pasó. Cuatro tipos de
casco, ropa para lluvia negra y flamante, arriba de dos motos Enduro, tipo
cross, al mediodía, en uno de los lugares más custodiados de la Argentina, no
se corresponde con afanarle una mochila a un viejo pelado que cruza Avenida de
Mayo. Si ellos sabían que ese viejo pelado de mochila negra era yo quiere decir
que no fue al voleo. Que alguien me marcó y les hizo oler mi sangre a los
tiburones.
3) Fue apenas di tres pasos adentro de la galería que está
al lado del café Tortoni. Colas de turistas brasileños y japoneses, con relojes
y máquinas de fotos de última generación, pretendían entrar a esa maravilla
arquitectónica. Por eso siempre hay dos policías federales con chaleco naranja
al lado. Ese día no estaban. Los comerciantes que me conocen y vieron todo lo
que pasó me dijeron que “justo estaban de vacaciones”. Los dos juntos. En
noviembre. En fin. A dos cuadras, o menos, está el edificio que alberga a la
embajada de Israel. Hay vallas anti Quebracho-D’Elía y tres patrulleros para
custodiar semejante lugar, que es un potencial blanco terrorista. A ocho
cuadras está la Casa Rosada. El motochorro que luchó conmigo demoró demasiado
tironeando de la mochila que yo no quería largar, en un gesto típico de locura
de periodista. En el medio del remolino, yo pensé, crean o no, en mis treinta
años de trabajo convertidos en bits. Tanto resistí que se bajó el que iba atrás
de la segunda moto. Cachiporrazo en el codo derecho, pero no aflojé. Patada
furibunda en la costilla derecha y perdí el invicto. Al salir, sin tener los
pies bien afirmados, otro cachiporrazo, de esos cortitos con una bola en la
punta, me pegó en la cabeza, pero sin fuerza, en retirada, como diciendo: nos
hiciste laburar, guacho.
4) Caminé por la galería hasta Rivadavia 835, entré a radio
Continental, como todos los días. Subí por el ascensor hasta el tercer piso y,
ante mi asombro, en las pantallas de la tele del informativo la placa roja de
Crónica decía: “Violento asalto a Leuco”. No podía creerlo. Yo no había tenido
tiempo ni de contarle a mis compañeros. ¿Los muchachos de Crónica escucharon la
red policial con los handies como siempre? ¿Le batió la justa un rati? ¿Cómo se
enteró la cana tan rápido que ese gordo pelado de la mochila negra era Leuco?
Veremos las filmaciones que, espero, aparezcan rápidamente.
5) Sigamos con las fuentes que más conocen de estos temas
pesados. La policía bonaerense y un importante ex jefe del ERP (Ejército
Revolucionario del Pueblo), ahora asimilado totalmente a la democracia.
Utilizaron los mismos términos y razonamiento: “Te la pusieron, te la hicieron.
Nadie se cree que fue un robo”. No fue una salidera porque no salí de un banco.
Dejé el auto en una playa privada y caminé dos cuadras. No voy siempre en auto,
en general viajo en el Metrobus.
6) Un experto en inteligencia con cursos en el exterior me
enseñó un camino para hacer algunas conjeturas. “Revisá en los últimos dos
meses a qué personas criticaste más duro.” “A todo el Gobierno”, le dije
pelotudamente orgulloso. “Buscá en serio”, fue casi la orden. “Y fijate quiénes
tienen vinculación con algún hecho de violencia, patota o metodologías no
democráticas en la resolución de los conflictos. Y después, pensá qué tenías
realmente importante en tus mails y en tus archivos.”
La conclusión fue inquietante. Pero nada prueba nada y no
sirve ni siquiera para una sospecha. Los motochorros especiales, o mercenarios
en moto, no tenían una camiseta con el nombre de un partido ni de una
agrupación ni me dijeron, “hijo de puta, esto es un mensaje de tal o cual”.
Encontré que últimamente me dediqué con especial atención a
cuatro militantes K de distinto palo, dos de derecha y dos de presunta izquierda.
Todos tuvieron algo que ver con hechos violentos en el pasado mediato o
inmediato. Vamos por la derecha: Guillermo Moreno y Raúl Othacehé. Patoteros
ambos. En el Indec, el primero, apretador de empresarios y mujeres con un amigo
de Acero. El segundo podría poner una academia con título habilitante para
romper cabezas de “troskos y zurdos” o ex zurdos, como en el caso de Martín
Sabbatella, que lo sufrió en carne propia, lo denunció varias veces, pero que
ahora tuvo una conveniente amnesia porque son aliados en las listas que apoyan
a Cristina. Datito extra: el Vasco Othacehé, amigo de la Presidenta, me mandó
una carta documento para que me rectifique, pero yo puedo ratificar todo lo que
escribí sobre él.
Los dos de presunta izquierda son Luis D’Elía y Horacio
Verbitsky. Uno tomó una comisaría, anunció un golpe de Estado para ayer y
agredió a un cacerolero, entre otras actitudes violentas. El otro fue un jefe
de inteligencia de Montoneros y siempre tuvo relación con el mundo de los
espías. Hoy se está haciendo un festival porque ejerce de hecho una jefatura
paralela. En este caso, hay algo más preocupante. Mis mails, que según me
dijeron fueron “visitados” por personas extrañas, tenían un intercambio con una
editorial donde me comprometí a escribir una biografía no autorizada del
periodista de Página/12. En una carpeta de “Mis documentos” guardé unos “no
papers” de algunas pistas que me dieron sobre el rol de Verbitsky durante la
dictadura. ¿Cómo fue que sobrevivió semejante cuadro y de ese rubro? Nunca quedó
demasiado claro y por eso se ganó el odio y algunas declaraciones de dos
integrantes de la conducción de Montoneros y de un ex canciller, no de agentes
de la CIA. Aclaro que ya desistí de escribir el libro. No lo hice ahora por
esto que pasó. Fue hace diez días y porque no tengo tanto tiempo para chequear
rigurosamente la nueva información que está circulando. Algún otro lo hará.
Insisto en el concepto porque no quiero acusar falsamente a
nadie. Relato hechos y hago conjeturas. Son puntas para que alguien pueda
investigar a fondo.
7) La más terrible de las últimas agresiones las sufrí en la
calle, como espejo de las pantallas de la tele y las redes sociales. La
orquesta de celebración por la paliza y el robo sólo puede explicarse por el
odio que instalaron y que la historia les va a facturar: “Te lo merecés. Fue
poco lo que te pasó”. El jueves a la noche, después de las placas de tórax que
me tuve que hacer para ver si tenía costillas fisuradas, a dos cuadras de mi
casa en San Telmo, un tipo me dijo en la cara: “Por culpa de golpistas hijos de
puta como vos, el país esta así”. Me dieron ganas de ahorcarlo en la vereda.
Pero seguí por última vez los consejos políticamente correctos: “No te prestes
a la provocación. No te bajes a su altura. No respondas con la misma moneda.
Vas a generar un efecto imitación y te van a escrachar más. Vas a estar horas
en 6,7,8 y es peor. Bajá la cabeza y soportá”.
El jueves lo hice por última vez. En estos diez años no me
dio resultado ocultar los hechos que me sucedieron y retroceder en silencio. Me
agreden cada vez más, pero como no lo cuento dicen que son mentiras, y si lo
cuento, como en la OEA, dicen que soy un alarmista destituyente. No agacho más
la cabeza ni me dejo humillar para no darle pasto a las fieras. Es
políticamente incorrecto, pero es en defensa propia. Vengo del pueblo hebreo,
que debatió durante años si la mansedumbre colaboracionista reducía el horror o
lo justificaba.
8) ¿Cómo reaccionó el Gobierno? Se dividió claramente en dos
grupos. Los que tienen matriz peronista se solidarizaron y alguno me dio una
gran ayuda. No los nombro porque no quiero generarles problemas con Cristina.
Los ladriprogresistas se manejaron con silencio público y fogoneo soterrado en
internet. Salvo un “tonton macoute”, un tal Barragán en Gvirtzneilandia, la ciudad
de la fantasía, cara pero secreta. Titularon “La operación Magdalena-Leuco”.
¿Puedo ser tan boludo para hacerme pegar y robar todos mis documentos
personales, del auto y mi computadora para apoyar a Magnetto? Te falta sopa,
tonton.
9) Tengo un gran capricho que me articula. Me niego a
mentir. Me puedo equivocar, como todos. Pero nunca a sabiendas. No cobro por
hacer ni dar notas. Jamás alquilé mi opinión. Me revuelve el estómago decir que
no hay inflación, que los presos no se escapan de las cárceles, que la
inseguridad es una sensación, que Pino y el Pollo Sobrero se dedican a quemar
trenes o que Lázaro Báez no conocía a Néstor. Ni por todo el oro del mundo. Ni
por una mochila negra con una notebook.
10) Me voy por 15 días de viaje. Ya los grupos de tareas
blogueros dicen que me asusté y que por eso rajo. Ni en pedo. Imberbes e
ignorantes, aunque no les guste, puedo probar que milité por la democracia y
los derechos humanos durante la dictadura. Con marchas con la Multipartidaria y
el gremio de prensa a Plaza de Mayo y a San Cayetano cuando el riesgo era la
desaparición, con la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, con una
medalla que me entregó Estela de Carlotto aunque ahora me odie, con un retén
del Ejército que me fue a buscar a mi casa el 24 de marzo del ‘76 y no me
encontró porque había ido a tomar la facultad para enfrentar el golpe. ¿Cómo
voy a temer a los “tonton macoute” que ni siquiera eran dictadores, eran
chupamedias de los dictadores.
Volveré en dos semanas y seré millones de bits. Firmado: El
pelado de la mochila negra.
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