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sábado, 30 de noviembre de 2013

La reinvención de Cristina

Por James Neilson (*)
Para extrañeza de muchos, los encuestadores nos informan que una proporción sustancial de los que votaron en contra de los candidatos kirchneristas en las elecciones de octubre siguen sintiendo cariño por Cristina.

Parecería que quienes la admiran quisieran desvincularla del gobierno que encabeza, cuando no de la política como tal. Como la buena actriz que es, la señora ha comenzado a aprovechar la situación contradictoria en que se encuentra.

Puesto que el público está harto del relato que durante años había aplaudido, le ofrecerá otro.

En lugar de desempeñar el papel de una revolucionaria popular resuelta a “profundizar el modelo”, aumentando todavía más las dimensiones de la burbuja que ha creado sin preocuparse por los estragos que provocaría una aventura tan quijotesca, dejará que sus subordinados procuren desinflarla. Mientras tanto, se mantendrá al lado, mejor dicho, por encima, del quehacer cotidiano. Acompañada por un perrito de apariencia más chejoviana que chavista, reinará sin gobernar con la esperanza de que la ciudadanía atribuya las penurias que sufrirá después de años de despilfarro politizado al liberalismo de Jorge Capitanich o al dogmatismo presuntamente marxista de Axel Kicillof.

¿El objetivo? Conservar una imagen que sea lo bastante simpática como para blindarla contra los ataques de los deseosos de asegurar que termine sus días entre rejas o exiliada en un país dispuesto a acogerla y, con suerte, abrir la posibilidad de un retorno triunfal en el futuro. Algunos ya han bautizado el operativo que según ellos tiene en mente: lo llaman “la gran Bachelet”.

Cristina ha resultado ser una experta consumada en el arte muy útil de deslindar responsabilidades. No tardó en darse cuenta de que le convenía que sus adversarios echaran a Guillermo Moreno la culpa por la evolución calamitosa de la economía nacional. Si bien todos coincidían en que ningún funcionario podría hacer nada sin el aval explícito de una presidenta de pretensiones monárquicas, muchos que la criticaban con ferocidad lograron convencerse de que Moreno actuaba con un grado de autonomía negado a los demás. Por motivos misteriosos –¿caballerosidad, respeto por la investidura presidencial?– se resistían a ver en un personaje tan pendenciero y soez el otro yo de Cristina. Antes bien, lo trataban como si lo creyeran un infiltrado, una versión contemporánea del recordado “brujo” José López Rega.

Luego de haber sacado provecho de la proximidad de un hombre que le servía de escudo, a Cristina le vino de perlas la enfermedad que la obligó a ausentarse del Gobierno por siete semanas y después moderar su ritmo de trabajo. La ayudó a soportar con ecuanimidad aparente el impacto de los resultados electorales y hacer creer que los cambios en el Gobierno no se debieron al fracaso evidente del anterior sino a sus problemas de salud.

Asimismo, los consejos de médicos que le recomendaban guardar reposo le ahorraron la necesidad de ordenar personalmente un ajuste. Hasta nuevo aviso, Capitanich y Kicillof compartirán el privilegio dudoso de cuidar un “modelo” que en cualquier momento podría caerse en mil pedazos por falta de los recursos financieros precisos para mantenerlo intacto. Aunque el dúo insiste en que no se le ocurriría perjudicar a nadie, Capitanich por lo menos entenderá que llegar a diciembre del 2015 sin que estalle otra crisis alucinante no será tan fácil como tantos quisieran imaginar. Por cierto, para corregir las distorsiones que se han producido sería necesario algo más que el gran acuerdo nacional entre empresarios, sindicalistas, políticos de todos los pelajes y la gente que, nos asegura, servirá para garantizar una salida consensuada del berenjenal en que el país se ha metido.

Cuando todo parecía ir viento en popa, con la caja rebosante de dólares frescos y una tasa de crecimiento más que satisfactoria, a Cristina le convenía rodearse de mediocridades, de tal modo impidiendo que otros se vieran beneficiados por el buen clima resultante. Pero en cuanto la economía empezó a crujir y los fondos a escasear, el centralismo autocrático y unipersonal de su gobierno amenazó con hundirla. Aunque Moreno la había ayudado al erigirse en blanco orgulloso de la furia no solo de empresarios sino también de muchos ciudadanos rasos, de tal modo desviando los dardos que en buena lógica debieron haberse dirigido contra su propia persona, la Presidenta comprendió que había llegado la hora para reemplazarlo como supuesto mandamás económico por alguien que brindaba la impresión de ser menos dependiente.

Felizmente para ella, Kicillof se manifestó más que dispuesto a desempeñar dicho rol; lo entienda o no, en adelante la inflación o, si se prefiere, la variación de precios, la sangría de reservas, la maraña costosísima de subsidios, el déficit energético y el boicot inversor serán suyos, si bien Capitanich, el nuevo jefe de Gabinete, ya está tratando de dejar saber que él se encargará de fijar la estrategia económica. ¿Serán capaces estos dos hombres de ideas tan distintas de formar una pareja? Los optimistas dicen que sí, que se conocen bien desde los días en que trabajaban juntos en el gobierno del presidente Carlos Menem, pero es legítimo dudarlo. Por tratarse de un presidenciable, Capitanich tendrá que hacer valer su autoridad, lo que motivará la resistencia de Kicillof y aquellos militantes que temen que el país caiga nuevamente en manos de una banda de reaccionarios neoliberales pejotistas.

Lo mismo que Amado Boudou y Hernán Lorenzino, Capitanich y, según parece, Kicillof, quieren que el resto del mundo haga un aporte generoso a la caja nacional, razón por la que han decidido que sería mejor intentar reconciliarse con los españoles de Repsol, el Fondo Monetario Internacional, algunos buitres relativamente presentables y otros que hasta hace un par de días figuraban entre los enemigos más perversos del proyecto kirchnerista. El acuerdo que están negociando con Repsol indignó sobremanera a opositores de opiniones nacionalistas que, fieles a su costumbre, se pusieron enseguida a hablar de una estafa.

También alarmó a quienes toman en serio el relato épico nacional y popular confeccionado por ciertos intelectuales K. Por supuesto que desde un punto de vista pragmático, el cambio que está dándose es muy positivo, pero a ojos de los habituados a mirar el mundo a través de lentes ideológicos, las ventajas concretas de lo que hacen los dirigentes políticos carecen de importancia.

De todos modos, aunque de resultas del giro que está en marcha podría iniciarse pronto la explotación de los depósitos enormes de gas y petróleo que se han detectado en la zona neuquina de Vaca Muerta, tendrán que transcurrir algunos años antes de que el torrente de plata previsto comience a rellenar las vaciadas arcas nacionales. De no haber sido por la expropiación manu militari de las acciones de Repsol en YPF que fue impulsada por Kicillof en su etapa revolucionaria, en la actualidad las perspectivas económicas frente al país serían menos sombrías de lo que efectivamente son.

Huelga decir que Cristina no es ajena a lo que está sucediendo en el renovado equipo económico. Por ausente que estuviera, habrá dado el visto bueno al cambio de rumbo propuesto por el ala racional del Gobierno y, según parece, avalado por los habituados a anteponer sus preferencias ideológicas a necesidades meramente terrenales. Sería interesante saber lo que piensa Kicillof del acercamiento ya no tan subrepticio del gobierno kirchnerista a la tantas veces denostada comunidad internacional, pero es poco probable que lo aclare. Parecería que el lado keynesiano del flamante ministro de Economía –el FMI fue en parte obra del lord inglés– se ha impuesto al marxista que, con una dosis de malicia, tantos le atribuyen.

Ya antes de las elecciones legislativas, se especulaba en torno a la forma en que Cristina transitaría por la fase final del período en el poder que, conforme al calendario constitucional, concluirá en diciembre de 2015. ¿Se aferraría al “modelo”, a sabiendas que estaba desintegrándose, por suponer que si acusara a los oligarcas golpistas de provocar un cataclismo fenomenal le sería dado continuar cumpliendo el papel de heroína idealista que emprendió al mudarse a la Capital Federal? ¿O procuraría postergar el desenlace con reformas mínimas para que su eventual sucesor se encargara del desaguisado?

Las circunstancias le han permitido asumir la postura más apropiada para una pata renga sin sentirse humillada. Si en los meses próximos el país se ve constreñido a pagar los costos de la fiesta consumista y distribucionista que ha celebrado con la aprobación fervorosa de la mayoría, los responsables de las medidas correspondientes serán Capitanich y Kicillof. Mal que les pese, les ha tocado servir a la causa como fusibles de Cristina.

Por supuesto, no lo ven así. El chaqueño supondrá que una gestión exitosa lo ubicaría al frente del pelotón de presidenciables, mientras que si las cosas no le favorecen podrá volver a gobernar su provincia, ya que tiene licencia, y después ocupar el escaño en el senado nacional que ganó como suplente. Por ahora al menos, las opciones frente a Kicillof no parecen tan atractivas; a diferencia de Capitanich, tendrá que jugar a todo o nada.

(*) El autor PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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