Por James Neilson (*) |
Parecería que quienes la admiran quisieran desvincularla del gobierno
que encabeza, cuando no de la política como tal. Como la buena actriz que es,
la señora ha comenzado a aprovechar la situación contradictoria en que se
encuentra.
Puesto que el público está harto del relato que durante años había aplaudido, le ofrecerá otro.
Puesto que el público está harto del relato que durante años había aplaudido, le ofrecerá otro.
En lugar de desempeñar el papel de una revolucionaria
popular resuelta a “profundizar el modelo”, aumentando todavía más las
dimensiones de la burbuja que ha creado sin preocuparse por los estragos que
provocaría una aventura tan quijotesca, dejará que sus subordinados procuren
desinflarla. Mientras tanto, se mantendrá al lado, mejor dicho, por encima, del
quehacer cotidiano. Acompañada por un perrito de apariencia más chejoviana que
chavista, reinará sin gobernar con la esperanza de que la ciudadanía atribuya
las penurias que sufrirá después de años de despilfarro politizado al liberalismo
de Jorge Capitanich o al dogmatismo presuntamente marxista de Axel Kicillof.
¿El objetivo? Conservar una imagen que sea lo bastante
simpática como para blindarla contra los ataques de los deseosos de asegurar
que termine sus días entre rejas o exiliada en un país dispuesto a acogerla y,
con suerte, abrir la posibilidad de un retorno triunfal en el futuro. Algunos
ya han bautizado el operativo que según ellos tiene en mente: lo llaman “la
gran Bachelet”.
Cristina ha resultado ser una experta consumada en el arte
muy útil de deslindar responsabilidades. No tardó en darse cuenta de que le
convenía que sus adversarios echaran a Guillermo Moreno la culpa por la
evolución calamitosa de la economía nacional. Si bien todos coincidían en que
ningún funcionario podría hacer nada sin el aval explícito de una presidenta de
pretensiones monárquicas, muchos que la criticaban con ferocidad lograron
convencerse de que Moreno actuaba con un grado de autonomía negado a los demás.
Por motivos misteriosos –¿caballerosidad, respeto por la investidura
presidencial?– se resistían a ver en un personaje tan pendenciero y soez el
otro yo de Cristina. Antes bien, lo trataban como si lo creyeran un infiltrado,
una versión contemporánea del recordado “brujo” José López Rega.
Luego de haber sacado provecho de la proximidad de un hombre
que le servía de escudo, a Cristina le vino de perlas la enfermedad que la
obligó a ausentarse del Gobierno por siete semanas y después moderar su ritmo
de trabajo. La ayudó a soportar con ecuanimidad aparente el impacto de los
resultados electorales y hacer creer que los cambios en el Gobierno no se
debieron al fracaso evidente del anterior sino a sus problemas de salud.
Asimismo, los consejos de médicos que le recomendaban
guardar reposo le ahorraron la necesidad de ordenar personalmente un ajuste.
Hasta nuevo aviso, Capitanich y Kicillof compartirán el privilegio dudoso de
cuidar un “modelo” que en cualquier momento podría caerse en mil pedazos por
falta de los recursos financieros precisos para mantenerlo intacto. Aunque el
dúo insiste en que no se le ocurriría perjudicar a nadie, Capitanich por lo
menos entenderá que llegar a diciembre del 2015 sin que estalle otra crisis
alucinante no será tan fácil como tantos quisieran imaginar. Por cierto, para corregir
las distorsiones que se han producido sería necesario algo más que el gran
acuerdo nacional entre empresarios, sindicalistas, políticos de todos los
pelajes y la gente que, nos asegura, servirá para garantizar una salida
consensuada del berenjenal en que el país se ha metido.
Cuando todo parecía ir viento en popa, con la caja rebosante
de dólares frescos y una tasa de crecimiento más que satisfactoria, a Cristina
le convenía rodearse de mediocridades, de tal modo impidiendo que otros se
vieran beneficiados por el buen clima resultante. Pero en cuanto la economía
empezó a crujir y los fondos a escasear, el centralismo autocrático y
unipersonal de su gobierno amenazó con hundirla. Aunque Moreno la había ayudado
al erigirse en blanco orgulloso de la furia no solo de empresarios sino también
de muchos ciudadanos rasos, de tal modo desviando los dardos que en buena
lógica debieron haberse dirigido contra su propia persona, la Presidenta
comprendió que había llegado la hora para reemplazarlo como supuesto mandamás
económico por alguien que brindaba la impresión de ser menos dependiente.
Felizmente para ella, Kicillof se manifestó más que
dispuesto a desempeñar dicho rol; lo entienda o no, en adelante la inflación o,
si se prefiere, la variación de precios, la sangría de reservas, la maraña
costosísima de subsidios, el déficit energético y el boicot inversor serán
suyos, si bien Capitanich, el nuevo jefe de Gabinete, ya está tratando de dejar
saber que él se encargará de fijar la estrategia económica. ¿Serán capaces
estos dos hombres de ideas tan distintas de formar una pareja? Los optimistas
dicen que sí, que se conocen bien desde los días en que trabajaban juntos en el
gobierno del presidente Carlos Menem, pero es legítimo dudarlo. Por tratarse de
un presidenciable, Capitanich tendrá que hacer valer su autoridad, lo que
motivará la resistencia de Kicillof y aquellos militantes que temen que el país
caiga nuevamente en manos de una banda de reaccionarios neoliberales
pejotistas.
Lo mismo que Amado Boudou y Hernán Lorenzino, Capitanich y,
según parece, Kicillof, quieren que el resto del mundo haga un aporte generoso
a la caja nacional, razón por la que han decidido que sería mejor intentar
reconciliarse con los españoles de Repsol, el Fondo Monetario Internacional,
algunos buitres relativamente presentables y otros que hasta hace un par de
días figuraban entre los enemigos más perversos del proyecto kirchnerista. El
acuerdo que están negociando con Repsol indignó sobremanera a opositores de
opiniones nacionalistas que, fieles a su costumbre, se pusieron enseguida a
hablar de una estafa.
También alarmó a quienes toman en serio el relato épico
nacional y popular confeccionado por ciertos intelectuales K. Por supuesto que
desde un punto de vista pragmático, el cambio que está dándose es muy positivo,
pero a ojos de los habituados a mirar el mundo a través de lentes ideológicos,
las ventajas concretas de lo que hacen los dirigentes políticos carecen de
importancia.
De todos modos, aunque de resultas del giro que está en
marcha podría iniciarse pronto la explotación de los depósitos enormes de gas y
petróleo que se han detectado en la zona neuquina de Vaca Muerta, tendrán que
transcurrir algunos años antes de que el torrente de plata previsto comience a
rellenar las vaciadas arcas nacionales. De no haber sido por la expropiación
manu militari de las acciones de Repsol en YPF que fue impulsada por Kicillof
en su etapa revolucionaria, en la actualidad las perspectivas económicas frente
al país serían menos sombrías de lo que efectivamente son.
Huelga decir que Cristina no es ajena a lo que está
sucediendo en el renovado equipo económico. Por ausente que estuviera, habrá
dado el visto bueno al cambio de rumbo propuesto por el ala racional del
Gobierno y, según parece, avalado por los habituados a anteponer sus
preferencias ideológicas a necesidades meramente terrenales. Sería interesante
saber lo que piensa Kicillof del acercamiento ya no tan subrepticio del
gobierno kirchnerista a la tantas veces denostada comunidad internacional, pero
es poco probable que lo aclare. Parecería que el lado keynesiano del flamante
ministro de Economía –el FMI fue en parte obra del lord inglés– se ha impuesto
al marxista que, con una dosis de malicia, tantos le atribuyen.
Ya antes de las elecciones legislativas, se especulaba en
torno a la forma en que Cristina transitaría por la fase final del período en
el poder que, conforme al calendario constitucional, concluirá en diciembre de
2015. ¿Se aferraría al “modelo”, a sabiendas que estaba desintegrándose, por
suponer que si acusara a los oligarcas golpistas de provocar un cataclismo
fenomenal le sería dado continuar cumpliendo el papel de heroína idealista que
emprendió al mudarse a la Capital Federal? ¿O procuraría postergar el desenlace
con reformas mínimas para que su eventual sucesor se encargara del desaguisado?
Las circunstancias le han permitido asumir la postura más
apropiada para una pata renga sin sentirse humillada. Si en los meses próximos
el país se ve constreñido a pagar los costos de la fiesta consumista y
distribucionista que ha celebrado con la aprobación fervorosa de la mayoría,
los responsables de las medidas correspondientes serán Capitanich y Kicillof.
Mal que les pese, les ha tocado servir a la causa como fusibles de Cristina.
Por supuesto, no lo ven así. El chaqueño supondrá que una
gestión exitosa lo ubicaría al frente del pelotón de presidenciables, mientras
que si las cosas no le favorecen podrá volver a gobernar su provincia, ya que
tiene licencia, y después ocupar el escaño en el senado nacional que ganó como
suplente. Por ahora al menos, las opciones frente a Kicillof no parecen tan
atractivas; a diferencia de Capitanich, tendrá que jugar a todo o nada.
(*) El autor
PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.
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