Los kirchneristas que
toman en serio la retórica populista no quieren que la Argentina quede en manos
de sujetos “blancos, flacos, lindos, exitosos”.
Por James Neilson (*) |
Por un par de días, todos y todas los interesados en las
vicisitudes a menudo inverosímiles del melodrama político nacional hablaban de
aquella foto en que Martín Insaurralde, acompañado por la según parece
enamoradísima Jesica Cirio, charlaba amablemente con Sergio Massa y su esposa
Malena. ¿Se trataría de una imagen de la
Argentina que viene; un país de clase media gobernado por galanes y sus
consortes?
Es lo que temen los kirchneristas que toman en serio la retórica populista. Como Luis D’Elía, no quieren que la Argentina quede en manos de sujetos “blancos, flacos, lindos, exitosos”.
Es lo que temen los kirchneristas que toman en serio la retórica populista. Como Luis D’Elía, no quieren que la Argentina quede en manos de sujetos “blancos, flacos, lindos, exitosos”.
Así las cosas, al piquetero fogoso y otros de principios
similares les habrá horrorizado el modo elegido por Cristina para
reintroducirse a la sociedad después de cinco semanas de ausencia. En las fotos
que se sacaron del video que fue esmeradamente filmado por su hija, la Presidenta ostentaba un look nada
proletario. Parecía más joven que antes; no le harían sombra ni Jesica ni
Malena. Y, para sorpresa de los familiarizados con la iconografía K, por
primera vez en tres años, dejó el luto siciliano que adoptó luego de la muerte
prematura de Néstor para llevar una camisa blanca que armonizaba con su perrito
faldero.
Tales detalles
importan. En una época en que las ideas propenden a degenerar muy pronto en
consignas sin sentido, una buena foto sí valdrá miles de palabras. Lo entienden
muy bien los políticos populistas que, para desconcierto de rivales de
mentalidad más tradicional, lograron hace tiempo reemplazar la realidad por
imágenes nebulosas que, por supuesto, siempre son mucho más agradables. El
poder que Cristina ha acumulado y que quiere conservar se basa en la ilusión de
que, sin dejar de ser una señora de clase media, una abogada progre exitosa,
que a su manera encarna el sueño argentino, está liderando una inmensa
transformación que beneficiará a todos salvo los irremediablemente malos. Por
su parte, Massa, Daniel Scioli y, tal vez, Insaurralde, esperan que sus propias
imágenes los ayuden a trepar hasta la cima de la gran pirámide política
nacional.
El encuentro de Insaurralde con Massa motivó sorpresa porque
en el mundo K está prohibido a los oficialistas asociarse con opositores o, lo
que es peor todavía, con desertores. Pero Insaurralde, como Massa y Scioli, es
un peronista. Cuando el caudillo de
turno es capaz de asegurarles los votos y el dinero que necesitan, casi
todos los peronistas son, como dicen, verticalistas, pero a mediados del año
pasado el movimiento entró en una fase que podría calificarse de
horizontalista. A partir de entonces, se puso en marcha un proceso de
disgregación que continuará hasta surgir un líder en condiciones de erigirse en
un nuevo polo de atracción.
Por razones pragmáticas, los compañeros quieren saber quién
será el sucesor de Cristina. Les da igual que el indicado para desempeñar dicho
papel se ubique en el lado derecho o izquierdo del mapa político; entre otras
cosas, los kirchneristas han desprestigiado la noción de que la ideología
revista importancia. Coinciden en que será un “moderado”, de perfil bastante
parecido a aquel de Scioli, pero sospechan que el tiempo está corriendo en
contra de un gobernador que ha sido perjudicado por sus vínculos con una
presidenta rodeada por colaboradores ineptos que no lo aprecia, de ahí el alza
espectacular de las acciones de Massa. En cuanto al jefe de Gabinete, el
chaqueño Jorge Capitanich, que ocupa nuevamente el mismo lugar que le había
tocado en los gobiernos de Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde, pocos lo ven
como un aglutinador irresistible. Con todo, si se maneja con cuidado y evita
las trampas que le tenderán los ultras K, podría sumarse al pelotón creciente
de presidenciables.
Puede que Insaurralde no esté totalmente convencido de que
Massa sea el próximo presidente o que lo difícil que le resulte para Scioli
administrar una provincia díscola termine hundiéndolo, pero así y todo entiende
que le convendrá congeniar con él por si acaso. Asimismo, se habrá dado cuenta
de que buena parte de la ciudadanía está harta del fanatismo tribal de los
kirchneristas; pide más “diálogo”, más intercambios de opinión corteses, como
sucedería en el legendario país “normal” que, a pesar de todo lo ocurrido en
los años últimos, aún no ha perdido de vista. Entre los kirchneristas, el acercamiento
de Insaurralde a Massa motivó alarma; si un hombre tan privilegiado por el
favor presidencial se cree con derecho a darse el lujo de anteponer sus propios
intereses a los de la causa, haciendo gala de manera insolente de su propia
autonomía, muchísimos otros se sentirán tentados a emularlo, sobre todo si en
los meses venideros el Gobierno, presa de sus contradicciones internas, se las
ingenia para aislarse todavía más del resto del país.
Hasta el lunes pasado, muchos trataban de persuadirse de que
Cristina, consciente de que en la actualidad la gente prefiere “el diálogo” a
la confrontación, procuraría aproximarse al centro que están colonizando los
demás políticos con el propósito de adecuar su propia imagen a las
circunstancias imperantes. Por un par de horas, la difusión a través de las
redes sociales del video familiar de una señora tranquila y sonriente,
“recargada” física y anímicamente después de un descanso prolongado, parecía
confirmar que en adelante sería una persona menos áspera que la de antes. Sin
embargo, para frustración de los esperanzados, Cristina se las arregló
enseguida para decepcionarlos al entregar el manejo de la economía a Axel
Kicillof, si bien un día más tarde suavizó el golpe despidiendo al pitbull
Guillermo Moreno. Al enterarse de la novedad, los mercados gimieron de alivio,
pero sucede que los dogmáticos suelen causar mucho más daño que los matones
cuya barbarie mediática sirve para distraer la atención de lo que realmente
importa.
Para quienes creían que la Presidenta aprovecharía una
oportunidad acaso irrepetible para deshacerse de un “modelo” que parece a punto
de ser enterrado en el cementerio en que yacen tantos otros proyectos
voluntaristas que murieron de inanición, el nombramiento de Kicillof fue un
balde de agua helada. Lo tomaron por evidencia de que Cristina ha elegido
seguir desafiando al mundo, aferrándose, por motivos que tienen más que ver con
su orgullo personal que con su eventual apego a una ideología determinada, a un
esquema que ya ha fracasado y que, de no intervenir un milagro, parece
destinado a depararle al país otra crisis tremenda bien antes de llegar a su
fin los más de dos años en el poder previstos por el calendario constitucional.
En Harvard, Cristina aseveró que “si la inflación fuera del 25 por ciento, el
país estallaría”; por fortuna, se equivocaba, pero si, como es probable, llega
a superar el 40 o el 50 por ciento anual, sorprendería que lo tolerara con la
calma a la que nos hemos acostumbrado.
Sea como fuere, las malas lenguas dicen que la Presidenta
selecciona a sus colaboradores según criterios estéticos, que Amado Boudou y
Kicillof llegaron a donde están no porque sean jóvenes brillantes sino porque
son buenos mozos. Tengan razón o no quienes piensan de manera tan maliciosa, se
trata de la única característica que comparten los dos personajes. Puede que
Boudou haya roto con su vergonzoso pasado neoliberal, pero sigue estando a
favor de un esfuerzo por reconciliar la Argentina con la llamada comunidad
internacional aunque solo fuera porque, ya agotadas las fuentes de dinero
fresco locales, le parece lógico buscar nuevos fondos en el exterior. En
cambio, Kiciloff no parece sentir interés alguno en congraciarse con los
burgueses miserables, banqueros imperialistas y estafadores reaccionarios que
dominan las finanzas mundiales.
Como muchos académicos no solo en América latina sino
también en América del Norte y Europa, el ídolo de los militantes de La Cámpora
rinde homenaje a las certezas contundentes del marxismo decimonónico; no brinda
la impresión de estar dispuesto a emular a los traicioneros camaradas chinos
que acaban de proclamar su fe en la sabiduría de los mercados. Es comprensible,
pues, el estupor que se ha apoderado de muchos empresarios, para no hablar de
los economistas “ortodoxos” que desde hace años esperan con impaciencia verse
reivindicados por los hechos. Lo mismo que los empresarios, descreen de la
capacidad de Kiciloff para disciplinar las variables que se han rebelado contra
el poder político y que amenazan con provocar el caos.
La opción frente a Cristina es sencilla: puede terminar su
gestión en medio de una batalla épica, luchando con valentía contra las huestes
neoliberales como corresponde a la protagonista de un relato glorioso que
tendrá un sitio en la historia universal, o puede batirse en retirada antes de
que sea demasiado tarde, atribuyendo la maniobra a que las circunstancias se
hayan modificado. Como Kiciloff podría recordarle, en una ocasión Lord Keynes
demolió a un crítico que lo acusaba de incoherencia diciéndole: “Cuando los
hechos cambian, cambio de opinión. ¿Qué hace usted, señor?”. Pues bien,
parecería que a Cristina le gusta más la primera alternativa, la de huir hacia
delante “profundizando el modelo” por suponer que una derrota honrosa que
dejara arruinados a millones de personas sería mejor que un repliegue
humillante. Asimismo, sabe que una buena crisis podría servir para que la
gestión de su eventual sucesor sea un fracaso rotundo.l
(*) El autor es
PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.
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