La interna del
Gobierno recrudece y hasta ahora lo único que ofrece el nuevo equipo es más de
lo mismo.
Por Ignacio Fidanza |
“Cuando usted habla así sin parar durante horas, me hace
acordar a Cavallo”, le dijo con una sonrisita la senadora puntana Liliana Negre
de Alonso, en una de esas extenuantes exposiciones que el joven brillante solía
protagonizar en la cámara alta. El rostro del entonces viceministro de Economía
enrojeció hasta las raíces del cabello. Fue una chicana, pero acaso la senadora
descubrió un patrón.
Axel Kicillof logró llegar al lugar para el que se preparó
toda su vida.
Y lo hizo en un momento crítico de la Argentina, donde más que
nunca lo que falta es política económica. Tiene de qué ocuparse. Pero todavía
no había terminado de mudarse al despacho de ministro, que inició una ofensiva
sobre –al menos- otras dos carteras claves: Industria y Cancillería.
En el mismo sábado que el jefe de Gabinete, Jorge
Capitanich, se exhibía ante los medios “trabajando” en un fin de semana largo,
para alimentar esa idea sciolista de la hiperkinesia como solución de todos los
males –en un inesperado homenaje a Paul Virilio y su concepto de la velocidad-;
el flamante ministro de Economía iniciaba una ronda con periodistas amigos para
horadar la gestión de Débora Giorgi y Héctor Timmerman.
Horacio Verbitsky marcó el inicio de esa línea de trabajo
este domingo, con un insumo para nada inocente: El análisis sectorial elaborado
por Eduardo Basualdo, respetado investigador de Flacso, pero sobre todo, ex
miembro del directorio de la expropiada YPF, por propuesta directa de Kicillof.
La embestida une lo deseado con lo necesario. Ubicar el
origen de la crisis de falta de divisas, en los déficit del sector automotriz y
Tierra del Fuego, le permite a Kicillof correr el foco del sector energético
que viene administrando hace dos años, con los resultados que pueden
observarse.
Es la vieja estrategia que comparte con funcionarios como
Carlos Zannini de adosar a cada problema un culpable, en vez de una solución.
Fue así como la crisis energética fue en su momento responsabilidad de la
voracidad de Repsol -la misma que hoy se anunció será beneficiada con una
compensación de u$s 5.000, en parte millones pagaderos en bonos-.
La aventura de expropiar Repsol terminó en más deuda externa
y no resolvió hasta ahora la crisis energética ¿Pero para qué revisar ese
pasado? Retrospectiva selectiva muy funcional a la zona de confort del flamante
ministro.
Voracidad de poder, adaptación del “diagnóstico” a los
objetivos políticos, demonización de los otros, fascinación por el propio
discurso, operación mediática. No parece casual que Domingo Cavallo haya encontrado
en Axel Kicillof el único ministro de Economía del kirchnerismo digno de
elogiar, aunque se cuide de aclarar que está en “las antípodas” de su
pensamiento. Está claro que es lo que el ex ministro encuentra atractivo en su
joven colega.
El problema
El problema sin embargo sigue siendo el mismo: La realidad.
Una semana después del anuncio de su designación, Kicillof sigue sin ofrecer
ninguna respuesta consistente a los problemas que le toca enfrentar. Lo que se
ve es un refritado de las mismas recetas que llevaron al actual fracaso:
Controles de precios y nuevos impuestos. Hasta ahora nada más.
Eso sí, mucha filtración de buenas intenciones –muchas de
ellas contradictorias-, que algunos medios replican con candidez. Promesas de
grandes inversiones extranjeras en infraestructura, “swap” de reservas con
China, aumento en los límites en las tarjetas de crédito y otras delicias
minimalistas que suponen nos terminarán ubicando en el Nirvana deseado:
Volveremos a comprar dólares!
Lo que sucede es obvio: Las opciones que enfrenta Kicillof
para empezar a ordenar la macroeconomía no son agradables. Ya sea devaluar
–todavía más-, ajustar el gasto, desdoblar, volver a tomar deuda, llegar a un
acuerdo con los holdouts y pagarles, restringir la emisión, eliminar subsidios,
liberar precios y tarifas -hoy las naftas dieron el primer zarpazo-. Son apenas
algunas de las medidas que el ministro demora, muy consciente del daño que le
causarían a la imagen que se construyó con tanto esfuerzo.
Por eso, la necesidad de construir un mix que matice ese
fárrago de malas noticias: Un poquito de culpables, alguna medida “proactiva”,
algo de gradualismo. En fin, se trata de elaborar un aderezo lo más agradable
posible que nos permita olvidar ese gusto amargo del ajuste que se desliza por
la garganta.
No es una tarea sencilla y se entiende la demora. Pero esa
circunstancia nos regresa a Virilio: En estos tiempos hiperconectados la
velocidad es un aliado formidable del poder si se la controla, pero adquiere
una dinámica peligrosísima si se permite que cabalgue sobre una agenda de
problemas no atendidos.
Tan claro como los veíamos en los viejos episodios de ese
Batman gordito y en blanco y negro, cuando nos anunciaban que “en otra parte de
Ciudad Gótica”, la inflación y la caída diaria de unos 100 millones de dólares
de reservas, continúan su avance triunfal.
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