Por Roberto García |
Cristina vuelve y
todos esperan que defina su círculo rojo y el futuro. El oráculo de De Pedro y
la opción Ferrer.
Una novela sin fin –si no hubiera Constitución– alcanza este
lunes uno de sus puntos culminantes: regresa Cristina. A menos, claro, que esta
noche sorprenda y aparezca en la boda de una de sus consentidas legisladoras,
María Laura Leguizamón (le permitió inasistencias a votaciones clave de la
Cámara con justificativos de militancia sentimental) con el empresario de
laboratorios, devenido banquero, Marcelo Figueiras.
Sería el deseo y el ruego
de los recurrentes novios, a quienes igual no les van a faltar invitados
oficiales, más si existe la sospecha –gracias a un guiño “no afirmativo” de la
doctora– de la posible concurrencia imperial. Pero, se sabe, no es mujer de
fiestas la Presidenta. Aunque las breves incisiones en la cabeza y algún
químico estabilizador por aquellas tiroides perdidas –más el consejo de
amenizar la vida para descomprimir el estrés que suele nublar las arterias–
quizá le hayan mudado los hábitos. Versión poco científica del cronista, claro,
nulo vínculo con la terapia De Beck en la que se ha especializado quien comandó
el tratamiento de la mandataria en este largo mes de inopia política a pesar de
que hubo elecciones de medio término y la Corte declaró constitucional la Ley
de Medios.
La rentrée, un jeroglífico. Aun para quienes la rodean, un
círculo rojo –al decir del filósofo Mauricio Macri– que se amplió la última
semana, cuando Ella ya disponía de la habilitación médica. Dicen que no podrá
volar por treinta días, un impedimento exagerado para el juicio de otros
profesionales también precavidos. Y que a su alrededor, como curiosidad en su
historia de conducción radial, podría operar con mayores facultades un equipo
de gobierno constituido por favoritos. No más de cuatro. A pesar de que nadie
arriesga un centavo imaginando una categoría igualitaria para Zannini, Boudou,
Abal Medina, Moreno, De Pedro, Kicillof, Randazzo o Bossio –asistidos por el
escribiente Parrilli–, nombres divergentes entre sí, de odio perpetuo, y a los
que alude el bolillero del azar simplemente porque disponen de una metafórica
tarjeta para ingresar a la periferia del reducto de Olivos, hoy reforzado en
custodia sin conocerse las razones.
Si hay dudas sobre los instrumentos a ejercer, mucho más
laberíntico resulta el sentido o la dirección de un gobierno acéfalo en el
período de convalecencia. Aunque los números electorales hayan abofeteado a la
mandataria y le hayan bloqueado aspiraciones, tampoco es mujer de retrocesos,
aunque algún asesor –quien le vendió en su momento la consigna “que florezcan
mil flores”– le recuerde la conveniencia de un paso atrás cada tanto, como
sugería Mao. Opinión demasiado masculina: la vandálica mujer de Mao ni siquiera
se dignó a escuchar ese consejo. Finalmente, para los conservadores del
“proyecto”, más que un cambio importa durar, mantenerse; ya aterriza el fin de
año, luego hay que llegar al Mundial, más tarde de nuevo a las fiestas, y el
año 20l5 aparece a la vuelta de la esquina con las candidaturas. Pero se trata
de otra reflexión de género; no se adapta Cristina a ese mundo ideal de los
Huxleys de la política partidista y privilegiada.
Más bien, para Ella está la Historia, su propia historia, al
margen de lo que diga la terapia De Beck sobre el relato. Y en esa guía
particular podría inscribirse la señal que ofrece –más allá del desaire que
sufrió esta semana con los intendentes bonaerenses, con los propios, que no lo
dejaron ni chistar– el dirigente Wado de Pedro, de envidiada intimidad con
Cristina por obra de sus hijos, quien abastece de letra y libreto a presuntos
seguidores de La Cámpora o por medio del tuit homeopático recomendando
artículos, personajes y planteos ideológicos de otros. Nada de su autoría, como
si no tuviera tiempo para esa tarea. Hace entonces un clipping de los diarios o
la TV paraoficialistas, nunca un medio opositor; sugiere la tendencia, la luz.
Singularmente, jamás menciona libros. Entonces, el mensaje ajeno, su
pensamiento, al que adhiere en apariencia Cristina, exhibe lo que otros con más
o menos contenido dicen en la monserga habitual contra los 90, los poderes
concentrados, el rol hegemónico de las multinacionales, Estados Unidos, y lo
lindo que va a ser festejar el Día de la Tradición disfrazado de diaguita en
lugar de celebrar Halloween con la calabaza. Encomiable docencia. Nada de
fusión, musical o gastronómica, de oxigenarse: sólo pureza sectaria como esa
especie que no se extingue, el oso blanco del trotskismo que triunfa en algunas
provincias.
Pero ocurren otros fenómenos poco gratos; le ocurren a
Cristina: en paralelo trepa la inflación, la gente huye del peso cada vez más
emitido, se congela el empleo, el único que “invierte por invertir” es el
gracioso mexicano David Martínez (¿cuándo habrá de condecorarlo Cristina por
los “patrióticos servicios prestados”, como hizo Domingo Cavallo con el
banquero David Mulford?). Se multiplica también el gasto a niveles salvajes, el
consumo con pretensiones neoyorquinas, y, sobre todo, se padece el gran indicador
del miedo –como alguna vez fue la suba del dólar o el riesgo país–, esa
perversión informativa de los medios disolventes, diría el cristinismo: la
publicidad sobre la pérdida de reservas, algo más que un goteo fútil que
revolvería las tripas de Néstor Kirchner, un furioso de la acumulación, quien
ordenaría borrar a quienes dilapidan ese tesoro. Y, más allá de gustos o
intereses comprometidos, lo cierto es que el plan de duración limitada a dos
años, el “Aguante morocha”, se ha complicado y no parece alcanzar de un tirón
hasta 20l5. Insuficiente, por ejemplo, jugar al sube y baja con el dólar como
operadores del mercado y no panaderos artesanos, ni citar a cincuenta empresas
para que expliquen la razón por la cual compran divisas todos los días que pueden
(l00, 200 o 300 mil), del Banco Ciudad a Frimetal, de Ericsson a La Pilarica,
del Credicoop a London Free Zone, de Carrier a Smith International, de Endesa a
Distrinando de Nec a BGH, de Roemmers a Huawei Tech Investment. Siguen los
nombres; casi todos han ofrecido sus razones y, por supuesto, siguen comprando.
Procedimiento de exangüe intimidación, de escasa utilidad, tan evasivo como
proponer –en un atentado a derechos que propugnó Perón en los 50 del siglo
pasado– como ministro de Economía a Aldo Ferrer, para utilizar su fama y su
firma, cargando con los fracasos de otros. Como cobertura de la falta de
pensamiento, para que haga un clipping de la economía y les permita durar. Para
que oculte lo que no se puede ocultar y para que proteja lo que él sabe que no
se debe proteger.
© Perfil
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